CAPÍTULO XIV

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BRINA

El día de mi último examen del semestre se presentó como un auténtico caos.

Mi madre, ilusa como siempre, había perdonado a Darcio después de lo que había pasado en casa de los Buzolic. Yo no entendía la razón y más de una vez había intentado envenenarle la comida para acabar con su existencia, pero al final siempre me pillaban.

Así que ahí nos encontrábamos: el esperpento gritaba, mi madre resoplaba, Nad rodaba los ojos, Calla desayunaba y yo me reía, una bonita y clásica mañana en la casa de los Bennet.

Podría haber discuto de vuelta, pero los nervios del examen junto con la ira de no poder hacer que escupiera los dientes no iban a ser una buena combinación.

Los pasillos del instituto se quedaron en silencio en el preciso momento que Thalía y yo hicimos acto de presencia. Fruncí el ceño ante las múltiples miradas que estábamos recibiendo y mi giré a mi rubia con el interrogante plasmado en mi cara.

− Güngor le ha contado a todos que me gustan las mujeres – contestó alzando los hombros.

− Tú deberías contar cómo la tiene -

− No voy a caer en su juego -

Resoplé, Lía podía ser muy aburrida si se lo proponía.

Miré con desdén a un grupo de amigas que cuchicheaban en un rincón con la mirada clavada en mi rubia y, como hermana sacrificada, le robé un beso para después salir corriendo hacía el salón de clases con las manos entrelazadas cual enamoradas de película. Nuestras risas hacían eco por todo el pasillo.

− No tenías que hacerlo – dijo cuando llegamos a nuestros asientos al fondo de la clase, los exámenes de historia boca abajo frente a nosotras.

− Cállate, claro que sí. Lo haría mil veces más por ti – vi como se le llenaron los preciosos ojos de lágrimas y todo dentro de mí me rogó salir y prenderle fuego al pelo de las tres arpías – solo están celosas de ver que tu disfrutas tu sexualidad sin sentirte oprimida o avergonzada.

− Lo estuve por mucho tiempo -

− Lo sé. Por eso te digo. Volvería a besarte mil veces más. Además, no sería la primera vez – le guiñé un ojo con picardía y volví mi atención al hombre de cincuenta y pocos años que acababa de cruzar el umbral de la puerta.
Casi escuché a Thalía rezar antes de comenzar con el que sería el peor de los exámenes.

Dos horas y media después, la campana que indicaba el fin del examen hacía eco por todo el aula.
Pude ver como el terror bañaba el rostro de algunos alumnos, mientras que el alivio, la desesperación y la vergüenza se reflejaba en el de muchos otros.
Yo hacía ya cuarenta y cinco minutos que lo había terminado, pero Thalía, que pertenecía al grupo de la desesperación, me había rogado con la mirada que no la dejara en ese infierno sola. Y si llegamos juntas, nos vamos juntas, era una regla.

- No he podido terminarlo - dijo haciendo un puchero.

- La próxima vez evita distraerte mientras estudias y así a lo mejor te da lugar a terminar el temario - le reproché frotándome la muñeca derecha.

El mundo parecía haberse olvidado de nosotras, cosa que agradecíamos, sin embargo, todo el pasillo cuchicheaba acerca del hombre misterioso apoyado sobre la zona de las taquillas, vestido de negro, con una mano enfundada y un casco de moto colgándole del brazo.

Deimos llamaba la atención incluso cuando no pretendía hacerlo. Se le veía incómodo, rodeado de un puñado de adolescentes hormonados donde las mujeres babean por él y los hombres controlaban que sus novias no le miraran mucho rato.
Estaba tan concentrado en lo que sea que estuviera leyendo en su teléfono que dio un salto cuando Thalía le puso la mano en el hombro.

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora