Hasta que se caiga el cielo

Capítulo 12. Miradas cruzadas y desastres inminentes.

Rhett Miller

No sé por qué estoy tan nervioso.

La mirada de Olivia me desarma y derriba todos los muros que normalmente me protegen de todos. Y tengo un poco de miedo, pero no creo que quiera hacerme daño. Me inquieta la facilidad que tiene para dejarme sin palabras y sorprenderme y que nunca me decepcione con lo que descubro. La sensación que tengo ahora es diferente a la que tuve la primera vez que estuve frente a ella. Ahora sé que si me abro un poco, no me va a traer nada malo.

Juraría que sus ojos ahora son verdes y están vivos y llenos de recuerdos e inquietudes que luchan contra ella misma para ser contadas y que alguien las escuche de una vez. La sonrisa que me muestra me hace saber que no es una de esas que le da a todo el mundo. No entiendo el porqué pero sé que es una sonrisa tan real como el resto de ella en esta situación.

Tengo la sensación de que la Olivia que estoy viendo aquí y ahora no es la misma que veo cada día en clase o por los pasillos del instituto. Y esta corazonada se suma a la idea de que Olivia se pasa el día fingiendo, pero eso no da ninguna respuesta a todas mis preguntas, sino que genera aún más. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no deja ver a todo el mundo el aura tan bonita que tiene alrededor? Pero a pesar de que esta Olivia es la más pura y la más real que he presenciado, el blanco inmaculado que desprende no deja de ocupar mi mente.

No sé qué me hace saber todo esto sobre ella exactamente: si su forma de mirarme, la expresión relajada que tiene en la boca o que estando disfrazada no parece la misma de siempre. Sencillamente son reflexiones que atacan mi mente. Aunque no creo que me esté equivocando sobre esto. Pero, claro, yo nunca creo que esté equivocado con nada.

He olvidado la noción del tiempo y así cómo no sé aproximar cuánto tiempo pasamos de esta manera: mirándonos a los ojos en medio de la penumbra de la noche en completo silencio, sin ninguna pretensión ni máscara.

Siento que me falta tiempo para empezar a descubrirla cuando alguien se aclara la garganta a los pies de la escalera y provoca que me separe de ella al instante, dejando libre su muñeca que no sabía que seguía sosteniendo.

Sin mirar a Holt, me apresuro a salir de casa e ir directo al coche para sentarme en el asiento del conductor. El par de mejores amigos se sientan en la parte de atrás y no hablan en todo el viaje a casa de Olivia. Por el retrovisor atisbo la sonrisa burlona de Holt, estirado sobre el asiento, y la cara colorada de Olivia, que mira por la ventana. Me pregunto qué le habrá dicho para que ella tenga esa reacción.

Llegamos a su casa a las tres y cuarto; no tardamos mucho porque el tráfico a estas horas es escaso. Al detener el coche frente a la puerta del número 56 de la calle Lituania, la única que se despide es Olivia añadiendo un pequeño «gracias» y un vistazo por el retrovisor antes de apearse del coche. Me quedo observando durante unos segundos el pequeño espejo antes de sacudir la cabeza y arrancar el coche de nuevo. De vuelta a mi casa, me aseguro de llamar un par de veces a Matthew para despertarlo y que me cuente qué cojones le ha llevado a beber hasta olvidar cómo se llama.

Lo que ha pasado con Olivia me desconcierta y me sume en un hilo profundo de pensamientos que puedo compaginar con la conducción hacia casa. Aunque en realidad no sé qué ha pasado exactamente, pero me ha dejado una sensación extraña en la boca del estómago. Extraña pero agradable. Divago entre reflexiones y contradicciones hasta que puedo aparcar frente a la puerta del garaje de nuevo.

Subo las escaleras sin preocuparme por el ruido y al llegar a mi cuarto me encuentro a Matthew sentado sobre la almohada y apoyado contra el cabecero con la cabeza agachada y babeando. Sigue vestido de Woody y la estampa sería graciosa si la noche no hubiera acabado así. Creo que el sombrero sigue en mi coche.