Enzo D'Angelo.
Con solo una mirada profunda le indico a la rubia mujer que sirva más vino rosado en la copa de cristal, ella sin protestar, obedece y llena mi copa. Mi mano descansa a un costado del sillón, donde me encuentro sentado. Dejo de mirar a la rubia de piel blanca y me enfoco en la pelinegra que fue traída hace una semana.
Se ve temerosa en su lugar mientras las manos le tiemblan al sostener la charola de plata. Puedo notar el miedo en sus oscuros ojos azules. Mi mirada recorre su delgado y mallugado cuerpo, tiembla del miedo.
Sin dejar de mirarla con descaro, ella se percata de mi intimidante mirada, sus ojos se topan con los míos, pero al instante los evade mirando hacia otro lado y su cuerpo tiembla más de los normal.
Me fascina ver y oler su miedo.
Agacha la cabeza para ver sus pies forrados con unos tacones de charol, brillantes antes la luz de los candelabros de oro. Sonrió ante su acción, me encanta verla intimidada. Una sonrisa ligera se apodera de mi rostro ladeando los labios.
Ella de nuevo levanta la mirada y se encuentra con mis ojos. Levanto la ceja derecha y en seguida levanto el dedo índice y lo muevo hacia mi indicándole que se acerque. Ella entiende la referencia, pero no se mueve de su lugar. Me impaciento por su negación, pero recuerdo que es nueva y está siendo entrenada. De nuevo muevo el dedo y la rubia se percata de ello.
—Nostro signore te habla. Acércate.
La rubia le hace una mirada de advertencia, la chica atemorizada se acerca y se posa frente a mí. De nuevo la observo desde su rostro hasta sus pies.
— ¿Cuál es tu nombre?
Sus azules ojos se fijan en los míos, pero de nuevo se intimida, no puede soportar mi mirada.
La charola en sus manos tiembla más. Abro la boca para reclamarle su silencio, pero la rubia se adelanta y le reprocha su silencio.
—Eres una estúpida —con furia le quita la charola de sus manos y la deja caer en sus pies haciendo un gran estruendo en mi habitación —Nostro signore no se le niega nada. Él es tu rey y debes mostrar tu respeto ante tu monarca...
Levanto la mano deteniendo las palabras de la rubia y ella en seguida se calla. Sin despegar mi mirada en la pelinegra hablo.
—Arrodíllate... ahora.
De inmediato sus pálidas rodillas tocan el porcelanato reluciente y levanta la cabeza con nerviosismo. Mi espalda se levanta del respaldo del sillón de piel y me inclino hacia delante para atemorizarla más de lo que está. Mis ojos se enfocan en sus zafiros azules, mi mano va directamente su barbilla y hago que se fije su mirada en la mía.
—Habla o te hago hablar.
Puedo ver el brillo en sus ojos, las lágrimas contenidas en ellos.
El recuerdo llega a mi mente. Las lágrimas, la tristeza de sus brillantes ojos, el miedo, el pánico y la debilidad me recuerdan esos zafiros jade que tanto me fascinan.
El recordar las veces que hice mía a Aina me excita. Era una diosa, una reina digna de tener un rey como yo a su lado, pero Ross mando a la mierda mis planes.
Si Aina no era mía de nadie más debía ser.
—Bianca... —su voz sale en un silencioso suspiro.
—Bianca —repito su nombre con más profundidad — ¿Por qué estás aquí?
Duda antes de decirme, pero ejerzo fuerza en su mandíbula y ella comprende el mensaje.
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Falsa Identidad: Amores que hieren (2do libro)
Fiction généraleLa comprensión es el primer paso para la aceptación y sólo aceptando se puede recuperarse. Yo he aceptado mi pasado, soy consciente de lo que fui y lo qué sucedió a pesar del doloroso y fatal destino que pasé. La vida me dio otra oportunidad para am...