Único

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Y recostado en su pecho podía escuchar sus latidos, tan tranquilos y serenos. En una noche oscura iluminada por las estrellas, podía ver por la ventana todas las constelaciones tan lindas y el ligero viento que entraba hacía que me acurracara más hacia el chico al lado mío.

Su respiración era tenue, ahora mismo debe estar dormido, al igual que debería estarlo yo. Al fin y al cabo mañana tendríamos un día pesado, pero cuando Suguru me envolvía en sus brazos me permitia mantenerme despierto para poder atesorar esta sensación tan placentera. No todos los días ocurría esto, había que aprovechar.

A veces estábamos tan cansados que simplemente nos tirábamos en la cama a dormir profundamente, así que por mientras debo disfrutar estos momentos tan lindos que hacían olvidarme de todos nuestros problemas. Levanté mi cabeza de su pecho y dirigí mi mirada hacia su rostro, lucía tan tranquilo y logré apreciar una ligera sonrisa.

Sería mentira decir que no tenía miedo, estaba muerto del pánico que sentía todos los días y cada vez un poco más, este sentimiento negativo se instalaba en mi pecho, como si me avisara de una próxima tragedia, y si, yo, Gojo Satoru estaba aterrado, porque no quería dejarlo ir, no quería separarme de este chico, pero un presentimiento me decía que pronto tendría que dejarlo ir.

Sin embargo, con cada beso, cada sonrisa, cada abrazo, cada caricia por parte de Suguru ese sentimiento se detenía, aunque sea por un segundo, lo hacía. Y yo podía volver a respirar correctamente, porque aún lo tenía conmigo, aún estaba a mi lado, no me había dejado y esperaba que así sea por siempre.

Había elegido con quien quería pasar el resto de mi vida, y ese era Suguru Geto, mi chico, mi único amigo y mi único amor. Siempre me considere una persona independiente y fuerte, que podía valerse por sí mismo, pero ahora no sabría que sería de mi sin este chico que me hace sentir en el paraíso, no veo un futuro sin él, sin sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo.

En las noches frías los pensamientos chocaban fuertemente contra mi, recordándome mi lugar en este mundo, no nací para ser feliz y estaba condenado al abandono, estaba condenado a la soledad; porque así debía ser la vida del hechicero más fuerte, triste.

A pesar de ello, mientras Suguru me envolvía en sus brazos y le daba calor a mi cuerpo podía olvidar todo, me sumergía en el mundo que quería para nosotros, uno lleno de felicidad, uno que podía alcanzar cuando nuestros labios se unían y los sentía encajar perfectamente. Solo en ese momento me armaba de valor para preguntar.

-Suguru, nunca me dejarás, ¿verdad?-.

-Satoru, jamás te dejaré.-pronunció en voz baja, casi en un susurro-te lo prometo.

Y solo así mi mente descansó y pude conciliar el sueño, cayendo profundamente dormido con mi cabeza en el cuello de mi chico, oliendo su aroma, sabiendo que cuando despierte, él seguirá al lado mío, como siempre.

Al día siguiente sentí mi cuerpo frío, sin ningún toque cálido, simplemente vacío

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Al día siguiente sentí mi cuerpo frío, sin ningún toque cálido, simplemente vacío. Miré por todos lados y solo yo me encontraba en la cama, en el reloj de la pared se podía apreciar las seis con treinta de la mañana.

-¿Suguru?-lo llamé a la deriva, esperando que alguien me contestara-¿Suguru?, ¿Estás aquí?-mi voz sonó más desesperada de lo que deseaba.

Todo seguía en silencio, bien, aquí es donde comienzo a preocuparme.
Recorrí todo el departamento, todas las habitaciones, incluso en el baño, pero no había nadie. Me recargué en uno de los sillones, había perdido el aliento, no estaba respirando correctamente; las lágrimas recorrieron mi rostro una vez más, esto de llorar casi todos los días no se me daba, sentía mis ojos picar y doler.

Estaba fuera de mi mismo, supongo que empezaba a hiperventilar, por eso no logré escuchar el sonido de la puerta al ser cerrada, solo salí del trance al momento de escuchar esa voz, esa hermosa voz que tanto anhelaba escuchar desde que desperté.

-¡Satoru!, ¿qué te sucedió?-soltó las bolsas que llevaba cargando y se acercó rápidamente hacia donde me encontraba-¿Por qué estás llorando, cariño?-me envolvió entre sus brazos y se dedicó a darme suaves caricias en el cabello.

Simplemente nos quedamos así mientras seguía llorando, sin embargo aún no sabía si lo hacía de felicidad o tristeza, lo único que daba por sentado era que mi corazón se encontraba completo de nuevo.
Después de unos minutos nos separamos y era obvio que vendría un interrogatorio que realmente no tenía ganas de contestar.

-Satoru, ¿ya me puedes decir por qué estabas llorando así?-me cuestionó mientras me veía fijamente a los ojos-¿Sucedió algo malo?-.

¿Decirle o no decirle?

-Verás, he estado teniendo algunos malos presentimientos, desde hace unos cuantos meses me he sentido así, con esta sensación de que algún día voy a despertar y ya no estarás conmigo, de que me habrás abandonado.-comenté en voz baja con la cabeza gacha.

-Lo lamento-pronunció débilmente, con culpa.

-No, perdóname a mí, mi actitud está trayéndonos estos problemas.- me disculpé rápidamente y tomé sus manos al momento de mirarlo a los ojos.

-No debo perdonarte nada, al fin y al cabo yo soy el que está ocasionando estas inseguridades en ti.-me habló dulcemente a la vez que llevaba su mano hacia mi mejilla para acariciarla.

-No, tú eres un gran novio.-le miré duramente-yo soy el del problema-.

-Satoru, no quiero que nunca más dudes de mi amor hacia ti.-su mirada se cristalizó-yo estoy realmente feliz de que me hayas aceptado, no te pienso fallar jamás; cuando comenzamos a salir me sentí la persona más feliz y no pienso perder esa felicidad por nada del mundo. Nunca me voy a ir de tu lado, no te voy a dejar, te lo había jurado antes y lo vuelvo a hacer ahora.-depositó un cálido beso en mi frente que hizo mi corazón retumbar más de lo que ya lo hacía.

-Suguru, no te voy a fallar y sé que tú tampoco lo harás-me acerqué lentamente hasta unir nuestros labios en un dulce beso.

Al separarnos solamente nos dedicamos unas simples pero significativas palabras.

-Te amo, Satoru-.

-Yo igual te amo, Suguru-.

Suguru, nunca me dejarás, ¿verdad? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora