Adal

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Las gotas de agua formaban pequeños riachuelos entre las tejas. Trataba de fijarme en alguna en concreto, pero por su rapidez y repentina desaparición en los pequeños ríos, no pude. Caían al suelo provocando que un gran charco se creara entre las baldosas del suelo, o eso imaginaba, mi campo de visión no llegaba más lejos del borde del tejado. Miré al cielo y lo único visible aquel día era una masa gris, sin forma, sin rumbo. Indudablemente, esa gran cubierta quedaba expandida por toda la ciudad y pueblos del al rededor. Un gran trueno se escuchó a los lejos, pareció un grito de alguien en peligro. Sentí un delicado escalofrío por mi cuerpo, el cual fue a más sin yo pedirlo. Mis manos temblaban, por momentos me encontraba desubicado, y en un pestañear, mis ojos se convirtieron en un mar de intranquilidad y ansiedad. Mis lágrimas, sin razón aparente, continuaban. Notaba mis ojos rojos, el frío viajar por cada recoveco entre mis prendas de ropa y mi pelo jugando con el viento. 

Algunos vecinos que pasaban caminando con su paraguas por la acera de enfrente se quedaban mirándome. Ni siquiera yo sabía por qué motivo me encontraba ahí arriba en el tejado, ni me acordaba del momento en el que decidí hacerlo y salir por la ventana. Acomodé mi cabeza entre mis rodillas, podía ver como, tras deslizarse por mis sonrojadas mejillas, mis lágrimas caían con ansia. 

Tenía a mi lado una libreta y un lápiz. Me los traje cuando salí de mi habitación. Desde siempre me ha gustado dibujar, tenía muchos cuadernos como estos en mi cuarto llenos de dibujos. Varias hojas quedaron mojadas, pero en realidad no me importaba. Lo abrí por una página al azar y agarré mi lápiz. Mi libreta estaba llena de bocetos de personas, dibujaba a la gente que veía por la calle, en el autobús, en el instituto. También, cuando escuchaba a alguien hablar y no era capaz de ver su cara, me lo imaginaba y lo plasmaba en el papel. Me gustaba imaginar a la gente, para luego nunca averiguar su verdadero rostro, me parecía muy interesante. En verdad sí que quise ver como eran algunas de esas personas de mis recreaciones. Veía a la gente desde arriba, y mientras que los dibujaba, me imaginaba sus vidas, sus trabajos y a donde iban. Una mujer mayor, con un carrito, se quedó observándome muy fijamente y extrañada, y yo, sin parecer muy sospechoso, la comencé a retratar. Quizás fuera una mujer volviendo del supermercado y andaba a su casa. Su voz la imaginaba algo ronca, pero dulce. 

De repente, un fragmento de una composición de música sonaba, durante unos cuantos segundos, paraba y luego volvía a sonar. Era mi teléfono, se me olvidó apagarlo antes de subir. Comencé a notar mi nariz y manos demasiado frías, así que muy cuidadosamente fui acercándome al borde del tejado para volver a entrar en mi habitación. Sin darme cuenta, ya había dejado de llorar, pero mis ojos y nariz quedaron pintadas por un saturado carmesí. Dejé mi cuaderno y lápiz sobre mi escritorio y vi como algunas gotas caían de mi empapado pelo en la tapa. Agarré mi móvil para ver quien me había estado llamando tantas veces. 5 llamadas perdidas, todas de mi amigo Emil. 

Siempre estábamos juntos, vivimos relativamente cerca por lo que he pasado mucho tiempo en su casa, y él en la mía. Hablábamos durante todo el día, nos sentábamos siempre juntos en clase y nuestros padres eran muy amigos, pero aun así, no lo reconocía como un mejor amigo. Creo que nunca he llegado a denominar a nadie como tal, no me gustaba del todo ese término. Pienso que al ser el 'mejor' debes confiar plenamente en él, contarle todos tus problemas, pero no me gusta confiar en nadie a tal punto de contarle literalmente toda mi vida. Ni siquiera mis padres, además ellos son abogados, siempre liados con el trabajo y demasiados problemas tienen como para estar yo estorbándoles. 

No tenía prisa en devolverle la llamada, una principal característica de él era la paciencia, era muy bueno y amable, quizás demasiado. Me quité mis botines y los dejé cerca de la puerta. Agarre mi móvil y pulsé en el contacto de Emil para hablar con él, me senté en mi silla y me acomodé colocando una pierna sobre esta. 

—¡ADAL! Te llevo llamando toda la tarde, ¿dónde has estado?—dijo con inquietud.

Me parecía extraño que me dijera que me había llamado tanto, solo había escuchado la música dos veces. Estando tan concentrado en mis trazos sobre el papel, supongo que mis oídos se hicieron sordos a cualquier interrupción hasta saber cuando responder. 

—Hola—respondí sin expresión alguna. 

Todo el mundo me dice que soy una persona de muy pocas palabras, pero yo solamente digo lo justo y necesario. Con mi amigo es con el que más hablo, no es que me guste hacerlo, pero es de las pocas personas que conozco y me realmente caen bien, y supongo que algún contacto con alguien debería tener. 

—¿Cómo estás? Llevo sin hablar contigo mucho.

—Emil, es sábado, nos vimos ayer en el instituto. 

—Bueno, pero se sentía como mucho más tiempo. Mañana mis padres se van, ¿quieres venir a mi casa?

—Lo siento mucho, pero no, prefiero quedarme aquí.

Las predicciones decían que mañana llovería otra vez y quedarme en mi habitación dibujando, leyendo y viendo como las gotas se deslizan por el cristal de la ventana, sería mi único entretenimiento durante todo el día. 

—Podemos poner una peli, tengo un montón de comida, no pasa nada si no quieres, pero de mi casa no voy a salir, cuando tú quieras vienes. 

—Gracias Emil, de verdad.

—Hasta luego Adal—se despidió, colgando justo después. 

Mientras dejaba mi teléfono sobre mi cama, estornudé. No me hizo falta estornudar más de dos veces seguidas para darme cuenta de que me había resfriado. Odiaba estar constipado, pero yo mismo me lo busqué. Fui al cuarto de baño a por una caja de pañuelos y la dejé en la esquina de la mesa. Me acerqué a mi cama, agarré una manta que me puse sobre los hombros y me senté en mi silla. Para lo que quedaba de día, quería estar en mi habitación viendo alguna película. No pude evitar quedarme mirando la foto que tenía de fondo de pantalla, la foto que Emil y yo nos tomamos en la fiesta de Halloween junto a sus otros amigos. Realmente sentía mucho aprecio por él, a pesar de mi interés por estar solo, en mis pensamientos y haciendo lo que me apetecía. Él siempre estaba para lo que necesitaba, yo al igual me gustaba ayudarlo y lo sentía especial. 

SakuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora