Me abrocho el cinturón de seguridad y mi madre enciende el auto. Me estoy muriendo de nervios por pasar las próximas dos horas con mi madre encerradas en el auto.
—Vi que llegaste con un chico moreno anoche. —Empieza para tratar de crear conversación. Me hundo un poco en el asiento y juego con mis manos.
—Si, es un amigo de la universidad. —Digo y se gira a mirarme con ojos brillantes.
— ¿Es tu novio? —Pregunta con más emoción de la que debería. La miro aterrada. ¿De dónde sacó que es mi novio?
—No, sólo somos amigos. —Trato de no sonar tan asqueada para no levantar sospechas.
—Es una lastima, lo ví desde la ventana de la sala y se ve bastante simpático. —Empieza y yo ruedo los ojos. Sí tan solo supiera lo insoportable que es. —Además de que estudia en la misma universidad que tú, no tendrás que estar sola nunca más allá.—Añade como si yo necesitara de un guardaespaldas.
—No necesito estar acompañada por él. —Digo y ella gruñe.
— ¿Y qué tiene de malo que ese muchacho te acompañe? —Se queja y ya empiezo a querer bajar del auto. La ignoro y mantengo la vista en la carretera. No quiero hablar de algo que no tiene en absoluto sentido.
Mi madre, para mi fortuna, no vuelve a tocar el tema y se dedica a hablar sobre lo emocional que ha estado éstos últimos días porque teme que mi abuela muera pronto. Honestamente no creo que mi abuela pronto, pero tampoco se lo dije porque es un poco terca y pesimista cuando se lo propone.
En fin, el viaje no resulta tan incómodo como pensé que sería y por primera vez desde que empecé en la universidad, me alegro de llegar tan pronto a las habitación de la residencia.