Eché a correr, últimamente no hacía más que huir de los problemas.
Hacía unos días había escapado de casa, no soportaba más la tensa situación que se producía en aquel lugar, día a día. Cada día, los gritos de mis padres sonaban por todo el edificio, despertando a cualquiera que intentase dormir.
Así que decidí alejarme de ese lugar y se me ocurrió pedirle alojamiento a mi mejor amiga de toda la infancia, la cual, me engañaba. No sólo no tenía fiebre, sino que además, usaba esa excusa para evitar quedar o mantener cualquier tipo de conversación conmigo.
No entendía nada, habíamos sido amigas desde que tenía uso de razón así que no encontraba motivos por los cuáles me podía dejar tirada. Hasta que lo vi, ahí fue cuando todo encajó, el hecho de que no contestase a mis llamadas, que nunca tuviese tiempo para quedar, o que siempre que la iba a visitar, había salido.
Aparcado a un kilómetro de la entrada me encontré un Mercedes blanco, así que me escondí en una de las esquinas, para que no me pudiese ver y efectivamente bajó una chica de cabello castaño y ojos esmeralda. Llevaba una camiseta negra, corta y ajustada, que se le ceñía a su perfecta y esbelta figura.
Reí irónica. Claro ¿por qué iba a querer tener una mejor amiga como yo cuando podía tener a Laura? Supongo que era hora de dejar el campo de batalla con dignidad.
Y ahora me encontraba aquí, en un hotel sin estrellas, el único que me podía permitir, pues la gota que colmaba el vaso había sido el último descubrimiento. Cuando vi a Laura, besar a Jaden, mi novio, aunque supongo que ahora tendría que decir ex-novio.
Suspiré, pasaría bastante tiempo antes de que me pudiese reponer y no me hacía ninguna gracia estar en este hotel de mala muerte durante mucho más tiempo.