CAPÍTULO I
REINA CRECIENTE
Insultos.
Uno tras otro, sin parar y luego gruñidos seguidos de negaciones. Había tiendas erguidas por todo el claro, formando un campamento bastante extenso en medio del bosque. Fogatas encendidas en varios puntos mantenían la luz y la visibilidad. Me mantuve oculta en la oscuridad de los árboles, observándolo todo.
—¡Largo de aquí! —gritó uno de los Purasangres al mensajero humano que yo había enviado—. Vuelve a los pies de tu reina débil y llévate esto contigo.
El guerrero tiró la carta que les había enviado al barro y la pisó con sus rústicas botas negras.
—Recógela y sal de aquí —ordenó antes de darse la vuelta. En la parte de atrás de su uniforme carmesí, pude ver un emblema que se había vuelto familiar en los últimos años. Suspiré, grosero y arrogante, pero este no era el líder. La forma en la que se comportaban los guerreros a su alrededor era demasiado relajada, como si fueran del mismo rango.
Ojeé con satisfacción como Travis, el humano que una vez fue mi alimentador y que ahora era un miembro de mi consejo, se aclaraba la garganta y sonreía.
—Esta carta no es para un guerrero de segunda como tú —siseó Travis y me crucé de brazos, disfrutando—. Es para tu líder —Travis suspiró—. Es una lastima que sea un cobarde que se esconde detrás de un montón de salvajes como ustedes.
El Purasangre se giró abruptamente y gruñó, mostrando sus colmillos.
Bingo. Bien, Travis, sigue así.
—Puedo romperte el cuello en un segundo, humano —murmuró el Purasangre como si lo estuviera imaginando.
—Eso sería considerado un acto de guerra, ¿es lo que deseas? —Travis se encogió de hombros—. Solo necesito hacer mi trabajo, entregarle la carta al líder, eso es todo. Me iré y podrás seguir con tu vida como si nada.
—Yo soy el líder.
Travis hizo una mueca.
—No lo creo.
Otro Purasangre dio un paso al frente.
—Nuestro líder no tiene tiempo que perder con esto.
—¿Por qué no le dejas decidir eso? —insistió Travis.
Los guerreros compartieron una mirada, unos segundos que se hicieron eternos. Sentí la presencia de Jericho en mi cabeza.
No creo que él esté aquí.
Me pasé la lengua por los dientes frontales al responderle mentalmente: Tiene que estar aquí, no dejaría un campamento tan grande sin supervisión.
¿Por qué tienes que ir tú a resolver estas cosas? Tienes el consejo, tu guardia real, los líderes elementales... y ahí estás, sola, sin protección, a millas del reino.
Sacudí la cabeza y recordé las palabras de Rangahar hace años.
¿Quieres que me quedé sentada en mi trono? ¿Qué me comporte como una meppte rayne?
Reina títere.
Jericho soltó una bocanada de aire antes de decir:
Dea raspekt cel giane.
Asentí.
El respeto se gana.
Y con eso, me dejó tranquila.