Capítulo 4.

3 0 0
                                    

La emoción que sentía por poder visitar nuevamente su país de nacimiento, su antigua casa y la tumba de sus padres era tal que no se detuvo a pensar en lo que estaba por hacer. No lo sabía en ese momento, y de haberlo sabido posiblemente nunca hubiese involucrado a Yevhen en aquello. —"Yevhen." Dijo con una evidente emoción en cuanto el pelinegro respondió el teléfono después del segundo timbre. —"Yure... ¿estás bien?" La voz del Beta al otro lado del teléfono denotaba un tono de voz algo preocupado, pues el menor no era alguien que le llamara y menos después de haberse visto esa mañana. —"Estoy de maravilla." Respondió el castaño al instante con aquel tono de voz que denotaba tal alegría que ni él mismo se reconocía. —"Lo que es aún más importante..." La emoción era tanta que no se percato del momento exacto en que había llegado a la pequeña pero acogedora casa de Yevhen. —"Espera, hay alguien en la puerta." Dijo con molestia el Beta, a lo cual el menor dejo salir una risilla tonta. Ver al ojiazul frente a él con el rostro lleno de confusión y preguntas lo hizo sonreír aún más, sintiendo una calidez creciente en su pecho que lo impulsaba a actuar sin pensar. —"¿Te vas a quedar parado ahí todo el día o vas a dejarme pasar?" Pregunto el menor mordisqueando su labio inferior. —"Bueno..." Comenzó el mayor mostrando una sonrisa juguetona mientras se recargaba en el marco de la puerta obstruyendo el paso del menor. —"Eso depende, ¿con que vas a pagar tu entrada?" El Beta menor enarco una ceja observándole con diversión e incredulidad, ¿en dónde tenía Yevhen escondida esa picardía?

Sin pensarlo mucho, el castaño tomo con rudeza el cuello de la camisa del pelinegro, haciéndolo inclinarse un poco hacía él, y justo cuando sus labios estaban a punto de tocarse el menor se aparto para susurrar en su oído. —"¿Repetir lo de anoche será pago suficiente?" La risa que había comenzado a brotar desde su garganta al ver las orejas de Yevhen tornarse de un rojo intenso se vio interrumpida cuando el mayor termino con en el espacio que los separaba, uniendo ambos labios en un beso un poco torpe, pero lleno de deseo. —"No me provoques." Susurro sin aliento entre ambos labios, volviendo a besar al menor con un poco más de desespero mientras lo arrastraba dentro sin quitar su firme agarre de aquella delicada y bien torneada cintura. De un minuto a otro, las manos de
Yevhen fueron remplazadas por sus fuertes brazos, apretando la delgada cintura del menor mientras le guiaba con pasos torpes hacia la habitación, que una vez más, sería testigo de como ambos Betas se convertían en uno solo. —"Dos años..." Susurraba el pelinegro entre besos torpes, uno tras otro sobre aquellos suaves y cálidos labios. —"Dos años he querido hacer esto Yure, y ahora que te tengo entre mis brazos no pienso dejarte ir nunca más."

La respuesta que el menor estaba a punto de darle se quedó entre sus labios en el momento que su pequeño cuerpo caía de golpe sobre el colchón. Yevhen lo veía con deseo, podía ver sus pupilas dilatadas a medida que iba desprendiéndose de sus prendas, una a una. —"Espera..." Susurro el menor apenado girando su delgado rostro mientras cubría sus labios con una de sus manos y con la otra detenía los besos cada vez más y más desesperados del Beta. —"No puedo." Respondió el mayor con voz ronca, tomando la pequeña mano del castaño entre las suyas para dar un par de besos sobre la palma de aquella suave mano, siguiendo por la muñeca y subiendo cada vez más hasta llegar a aquel blanquecino y suave cuello, en dónde se detuvo unos instantes. —"Es la primera vez en mi vida que deseo ser un estúpido Alfa, y que tu fueses un Omega..." Un escalofrió recorrió la columna del menor, provocando que mordiera con fuerza su labio inferior para impedir que un gemido saliera de entre estos. —"Te lo juro Yure, si fuera un maldito Alfa te marcaría justo ahora y no te dejaría ir nunca." El enorme esfuerzo del Beta se había ido a la mierda cuando Yevhen clavo sus dientes con suavidad sobre la blanquecina piel de su cuello, succionando esta para dejar una visible marca que tardaría al menos dos semanas en desaparecer. —"Imbécil." Susurro el menor con el ceño fruncido y las mejillas de un rojo tan intenso que le avergonzaba admitir lo mucho que estaba disfrutando esto.

Sacra CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora