D O C E

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Bárbara'

Miro fijamente mis pies y entre ellos las lucesitas avergonzadas, unos adornos navideños que van en el árbol, observo unos segundos hasta que siento una mano apoyada en mi hombro derecho.

—Hija. —susurra mi papá para que no me asuste. —¿Esta todo bien?

—Sólo estoy pensando, papá. —busco consuelo en sus ojos, apoyo mi cabeza en su hombro y vuelvo a mirar los adornos.

—Sabes que no tenes que volver allá, ¿no? Que acá siempre habrá lugar para vos y para Manu.

Eso lo sabía, siempre lo he tenido claro, desde el día que me presenté en su puerta pidiendo refugio y explicando lo que había pasado.

Ya pasó casi un año, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Al principio, mi papá quería ir atrás de Leo y darle una buena paliza, pero luego se dio cuenta de que estaríamos mejor sin ellos.

Eliza, sin embargo, cumplió con lo dicho, hasta el día de hoy mandó cantidades desorbitadas, pero se las devolví todas.

No quería un peso de ellos, criaría a mi hijo sola.

Ser madre de un niño nunca fue algo que se me pasó por la cabeza, siempre me imaginé en el mundo rosa con lazos y pompones, pero Manuel hizo que me enamorara del mundo azul.

El día de su nacimiento aún me hace sonreír cuando recuerdo.

FLASHBACK

—Mamá! —abro la puerta desesperadamente sintiendo un líquido correr entre mis piernas.

Sabía exactamente lo que era, y me aterrorizaba.

—¡Dios mio! ¡Dios mio! —repitió mi papá varias veces mientras se echaba los bolsos al hombro y bajaba corriendo las escaleras.

—Tranquila hija, todo va a salir bien, ¿de acuerdo? —la mano de mi mamá estaba en mi espalda para aliviar el dolor que empezaba a extenderse.

—Le dije a Gaby, ella viene en camino.

Gabriela se hizo presente en nuestra familia, lo suficiente como para ser llamada hija por mis papás que están absurdamente enamorados de ella.

Milagrosamente ella está saliendo con Eduardo pero a veces pelean por gustos diferentes, nada que los separe a los dos, las discusiones llegan a ser divertidas.

Tenía muchas ganas de conocer a mi hijo, pero el dolor que se extendía desde mi espalda, vientre y caderas me mareó y apenas podía entender lo que estaba pasando.

Su llanto cambió mi vida por completo. Sentí que mi mundo se ponía patas arriba y me di cuenta de que era mi lado derecho.
Todo el amor que imaginé que sentiría en el parto multiplicado por infinitos números. Era inexplicable.

Su cabello era tan rubio que era blanco, ni en mis sueños podía imaginar tal perfección.

Su rostro rozó el mío, el llanto disminuyó con pequeños suspiros y ahí estaba segura de que haría cualquier cosa por él.

Cuando me desperté sentí que me pinchaban unos aparatos, en la nariz, el pecho y el acceso en la mano.

Me moví incómoda con el último recuerdo del olor y el tacto de mi hijo como mi último recuerdo.

—Bárbara? —la voz masculina salió ronca y claramente preocupada.

Reconocería esa voz en cualquier lugar. Mateo.

papá sustituto; trueno  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora