Capítulo VII: Sentimiento

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Aunque me negaba a admitirlo, Nix tenía razón: el miedo es la más letal herramienta de control. Si te tienen miedo, no te desafiaran, no intentaran pararte los pies y simplemente huirán. Sabía que los dioses no tenían oportunidad, sin embargo, si me limitaba a asesinarles, iba a aburrirme muchísimo. Quería divertirme en mi odisea oscura, así que decidí no darme prisa y hacerlo todo con la más absoluta calma.

-Dime, Dominus. ¿Qué crees que debes hacer ahora?- preguntó la diosa mientras paseábamos por la costa.

-Salir de esta isla y buscar a alguien que pueda forjar mi armadura.

-Correcto. ¿Pero cómo?

-Meterse en un avión del aeropuerto de esta isla y viajar hasta Europa de polizón. Allí estaremos más cerca de la Atlántida.

-Sí, sí. ¿Y cómo encuentras a una persona forjadora que domine la magia en los tiempos que corren?

Me paré a reflexionar y Nix me miró con una sonrisa en el rostro.

-Hefesto. Él es el mejor herrero de este mundo.

-Bien visto. Ahora, la última cuestión: ¿Dónde está?

-El Olimpo está destruido y recuerdo que el otro lugar de reunión de los dioses era el Templo de Caos, en la Atlántida- dije, dejando sorprendida a Nix.

-Exacto. Por suerte sé una forma de infiltrarse en la Atlántida desde Europa.

-Pues no hay por qué quedarnos aquí parados. Vayamos al aeropuerto.

Saltamos las vallas del recinto y entramos en un avión que se dirigía a Grecia tras dejar abatido a un guardia de seguridad. Una incursión rápida y extremadamente fácil.

-Una pregunta, Nix. ¿De dónde truenos has salido? Es decir: me libero y tú, siendo una diosa, me ayudas a matar a otros dioses. Te aviso de que si es una trampa, no funcionará. Nada puede contenerme ni afectarme ya.

-Todo el mundo se enteró del estruendo del Pacífico y yo sabía que solamente podía significar una cosa: que ya no estabas cautivo. En ese momento, los dioses olímpicos se acojonaron, corrieron a la Atlántida e incluso me llamaron a mí para que les ayudase, pero los ignoré completamente. De hecho, yo y Zeus somos los únicos dioses que no nos hemos unido a la causa. El caso es que ellos me negaron un sitio en el Hades, la Atlántida o el Olimpo por ser una diosa primordial y porque además me tenían miedo. Creo que a Zeus no le gustaba la idea de tener en el panteón a una deidad más poderosa que él, así que simplemente me retiré durante años para buscar una manera de joderlos... Y te encontré a ti.

Nix me miró con una expresión que solamente había visto una vez, una mirada de una época feliz. Nix me miró como lo había hecho Ava años atrás. En sus ojos oscuros y violetas había una chispa de un sentimiento casi olvidado para mí... Pero simplemente decidí apartar mi mente de esas sensaciones y me concentré en cómo acabaría con cada dios, basándome en cómo maté ya a otros. Artemisa podría ser partida en dos con mis propias manos, Ares empalado en justa batalla, Hades decapitado y Poseidón... Ya tenía algo preparado para él y su nieta.

Al cabo de unas cuantas horas, llegamos a Atenas, la capital de Grecia.

-Hemos tenido suerte de llegar a Grecia. Debemos ir a donde antes estaba el Olimpo, ya que allí está la vía que los dioses usaban antaño hacia la Atlántida.

-Será divertido ponerse a hacer senderismo- dije mientras hurgaba en las maletas para encontrar una vestimenta apropiada.

Me acabé poniendo unas gafas de sol, un pasamontañas negro, unas botas aptas, pantalones caquis y un jersey, también negro.

-En plena ciudad te llamaré, Drew, ¿vale?- dijo Nix mientras se cambiaba detrás de unas maletas.

Le pregunté cómo debía llamarla yo a ella, sin embargo, me respondió que como más me gustara... Decidí llamarle Nereida, como las ninfas del Mediterráneo. Salimos del avión y del aeropuerto cuando se hizo de noche. Robé un coche 4x4 a una persona y Nix y yo nos dirigimos al Monte Olimpo.

Técnicamente, el verdadero Olimpo era invisible y estaba situado dentro de la montaña. Antiguamente, era al revés: la montaña era invisible y el Olimpo se dejaba a ver en todo su esplendor. Sin embargo, cuando los dioses se dieron cuenta de que tarde o temprano los humanos llegarían, decidieron intercambiar el efecto para que no los descubriesen. La entrada solamente se dejaba ver si tocábamos la piedra adecuada de las millones que había en la montaña, pero por suerte, yo me acordaba exactamente de cuál era. Desde que Poseidón hizo lo que hizo, me encargué de perfeccionar mi memoria hasta el límite. La tierra empezó a temblar bajo nuestros pies y se abrió un túnel. Entramos y en unos segundos vimos las ruinas del Olimpo, antiguo hogar de los dioses. Cada piedra reflejaba una inmensa gloria pasada y me dio placer el saber que yo la había destruido totalmente solo, con mis propias manos.

Nix me llevó a una estancia secreta, debajo de la sala del trono, donde había un portal apagado en forma de rombo.

-Detrás de mí, Dominus- dijo Nix, colocándose delante del portal y cerrando los ojos.

La oscuridad invadió la sala de repente y Nix dirigió las manos a la dirección del portal. El suelo tembló y una sucesión de ondas moradas salió del cuerpo de la diosa, cada una más fuerte que la anterior. Ella continuó moviendo las manos y el portal, de una chispa violeta, se encendió. La estancia volvió a la normalidad y todo dejó de temblar.

-Una exhibición de magia oscura nunca viene mal, ¿eh?- comenté antes de meterme en el portal y llegar a la mítica Atlántida, lugar en el cual cumpliría mi escalofriante objetivo.

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