Fugaz, exhausta, se dejó caer en su cómoda cama e intentó conciliar el sueño, aunque fuera por un momento. Sin embargo, sus inquietos pensamientos no le permitían descansar en paz. Cada vez que cerraba los ojos, se sumergía en una oscuridad profunda y no veía nada. No estaba segura de si esta sensación se debía a su preocupación por el problema del árbol de plata o si había algo más en juego.
Finalmente, el cansancio la venció y Fugaz cayó en un profundo sueño inevitable. Mientras se dejaba llevar por la ensoñación, un ruido repentino la sobresaltó, rompiendo su tranquilidad. Su habitación se llenó de una oscuridad densa y perturbadora, que envolvía cada rincón y ponía sus nervios de punta.
En medio de aquella oscuridad, Fugaz percibió que su propio cuerpo emitía una suave luz blanca. Miró a su alrededor, desesperada por encontrar cualquier otra fuente de iluminación, pero solo encontró la persistente negrura que la rodeaba.
De repente, escuchó unos pasos acercándose a ella desde lejos. El miedo se apoderó de Fugaz, instándole a retroceder y alejarse de lo que fuera que se aproximaba. A pesar de sus esfuerzos, los pasos resonaban cada vez más cerca, sin darle tregua.
—¡Espera, Fugaz! —dijo una voz femenina, rompiendo el silencio abrumador—. Debes escucharme, es importante.
Confundida, Fugaz abrió los ojos de golpe, perdiendo el rastro de su sueño. Afortunadamente, era de día y finalmente iba a poder retomar al cien sus planes del día anterior. Antes de continuar, decidió hablarlo con Antho y asegurarse de que él estuviera de acuerdo con su siguiente paso.
Antho se encontraba en la galería de arte, observando cada pintura detenidamente, intentando encontrar alguna conexión que le diera algún sentido a lo que estaba ocurriendo actualmente en Zantenia. Al igual que Fugaz, él estaba dispuesto a encontrar una solución.
Antho se acercó a una pintura en particular que mostraba el retrato de sus queridos padres, luciendo muy felices. Poco después, Fugaz llegó a la sala y vio a Antho contemplar la pintura con tristeza. Al darse cuenta de que él estaba sumido en sus pensamientos, Fugaz decidió acercarse.
—¿Antho, ocurre algo? —le preguntó Fugaz, preocupada por la expresión de su rostro.
—Cuando dibujé esta pintura, pensé que no tendría ningún significado, pero ahora que la estoy observando con más claridad, me doy cuenta de que estaba totalmente equivocado —contestó Antho, visiblemente afectado.
—¿Estás diciendo que esta pintura predijo la muerte de tus padres? —inquirió Fugaz, asombrada por la revelación.
—Sí, pero hay algo extraño en esto. Cuando la dibujé, era consciente de lo que estaba representando, pero cuando dibujé todas las demás, ni siquiera tenía idea de lo que estaba por crear.
—Bueno, si así es como funciona tu poder, tal vez esta pintura no predijo lo que les ocurriría a tus padres. Yo creo que es simplemente una pintura común y corriente que quisiste dibujar. Mira sus rostros felices, no parecen como si fueran a morir. Además, tú mismo dijiste que tus dibujos son difíciles de descifrar.
—Esperemos que tengas razón... Por cierto, ¿Querías decirme algo?
—Sí, lo que pasa es que creo que ya sé cómo podemos salvar el árbol de plata.
Al escuchar la noticia, Antho no mostró tanta emoción como Fugaz esperaba. No era porque no quisiera salvar el gran árbol, sino porque se sentía decepcionado de no lograr convencerla de que no se sintiera culpable por ello.
—Fugaz, no fue tu culpa. Estoy seguro de que con el regreso del rey mago se solucionará todo.
—Antho, sé que dices eso solo para que no me sienta mal por lo que causé al árbol. Yo sé que fue mi culpa, fui la única que lo tocó y luego ocurrió esto. Por eso mismo, voy a arreglar mi error, aunque me cueste la vida, y lo lograré, ya lo verás.
Fugaz se sentía decidida, tenía cada paso que necesitaba completar para cumplir su propósito en mente y estaba totalmente enfocada. Ya se podía imaginar la gran y feliz festividad del Día del Rey Mago, algo que la emocionaba enormemente y que le daba una razón para seguir adelante.
—¿Qué es lo que tienes planeado? —le preguntó Antho, mostrando un poco de interés por el asunto.
—Voy a tocar al árbol nuevamente, pero esta vez me concentraré más que antes.
Antho se sintió avergonzado de no haber sido de gran ayuda en los últimos días. A veces llegaba a sentir envidia de Fugaz, ya que ella siempre parecía tener una solución para todo.
Se preguntó si algún día llegaría a ser como ella, si algún día se convertiría en el rey que todos esperaban ver. Aunque no era algo que realmente deseaba para sí mismo, era una promesa que había hecho a sus padres y estaba decidido a cumplir.
Pese a que Fugaz parecía tener todo bajo control y mostraba seguridad en sí misma, en el fondo de su corazón tenía miedo de empeorar todo, algo que Antho, debido a sus propios prejuicios, no pudo notar.
Ambos salieron del castillo y se dirigieron al patio real. Antho se acercó a los guardias y les explicó la importancia de permitir a Fugaz acercarse al árbol para llevar a cabo su plan. Después de algunos desacuerdos, los guardias accedieron y les abrieron paso.
Sin perder tiempo, Fugaz se encaminó decididamente hacia el árbol, sin haber desayunado así sea una galleta. Creía que podía dejarlo para más tarde, pues su determinación la impulsaba a seguir adelante sin importar las pequeñas distracciones. Aún así, Antho decidió dejar el lugar para que ella se pudiera concentrar mejor.
Mabel después de ver a Antho alejarse, se acercó a Fugaz sosteniendo una pequeña bandeja cubierta por un paño a cuadros rojos y blancos, en la que se notaba un sutil bulto.
—Hola, Fugaz —le saludó con un tono de voz que intentaba sonar animado.
—¡Ah! Hola de nuevo, Mabel. ¿Qué te trae por aquí?
—Me di cuenta de que no desayunaste, así que te traje esto —dijo Mabel, a la vez que sudaba un poco, indecisa sobre si debía destapar la bandeja o no, consciente de que era una decisión difícil para ella.
Sin embargo, al notar que su padre estaba cerca, reunió el valor necesario y dejó al descubierto las apetitosas galletas que reposaban bajo el suave paño.
—No te hubieras molestado, pero de todas formas, muchas gracias. Se ven deliciosas.
— Te lo agradezco.
Fugaz percibió algo en la forma en que Mabel pronunció esas últimas palabras, lo que la llevó a pensar que la mitad de lo que decía ella no era totalmente cierto.
—¿Mabel, te sientes bien? Sabes que puedes confiar en mí, yo jamás no te voy a juzgar —le dijo.
—No te preocupes por mí, por quién deberías preocuparte es por ti misma —respondió la muchacha mostrando preocupación.
—Lo sé, por eso mismo pondré fin al desastre que he causado —expresó Fugaz después de darle un bocado a la galleta de jengibre—. ¡Qué deliciosa está!
—Me alegra de que te haya gustado —contestó Mabel, clavando la mirada en el suelo—, y lo siento por eso.
— ¿A qué te refieres?
— Hablo de que sucederá después.
—¿Por qué? ¿ Qué pasará después?
—Ya debo irme, mi padre debe de estar buscándome. Adiós, Fugaz —se despidió evadiendo la pregunta y dejó la bandeja con las galletas en manos de Fugaz—. Gracias por todo.
Mientras Fugaz disfrutaba de las galletas, recordó que debía comenzar con su tarea antes de que el día avanzara demasiado. Aunque la preocupación por Mabel quedó en un segundo plano, su determinación se mantuvo firme y se concentró completamente en el objetivo de salvar el árbol. Cerró los ojos, se concentró profundamente y visualizó el éxito de su misión. Esta vez no podía permitirse fallar, ya que el destino del árbol de plata estaba en juego, y sabía que el tiempo apremiaba.
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Reinos: El árbol de plata. (Completa)
FantasíaFugaz, una joven bruja sin experiencia, que emprende un viaje al reino de Zantenia, con el propósito de una vida sin discriminación por ser quien es, entabla una linda amistad con Antho, el joven rey que fue capaz de predecir su llegada a través de...