Q U I N C E

2K 109 5
                                    


Bárbara'

Por mucho que quisiera dormir un poco más, Manuel a mi lado no lo permitía. Sus manos pequeñas y gordas estaban por toda mi cara ya veces me pellizcaba la nariz. Imposible no reírme cuando sentí su boca en mi frente, y trató de morderme.

—Buenos días mi amor. —hablo con voz soñolienta, abro los ojos y veo su amplia sonrisa. —¿Viajamos hoy? —lo acurruqué en mis brazos y olí su cabello rubio, casi blanco. Es el mejor olor del mundo.

[...]

—¡Buenos días, gordo! —Edu mueve la panza de Manuel cuando entramos en la cocina, luego sigue su camino hacia la mesa.

—Hola mi amorcito! —gaby le besa la frente apresuradamente. —¡Estamos atrasados! Tu mamá ya llamo veinte veces.

—¡No puedo esperar para comer ese pastel que me dijiste que le sale riquísimo! —habló emocionado el novio de la amiga.

Nos reímos con su cara.

—Se muere por ver a Manu —lo acomodo en la sillita, que ya empieza a golpear en la bandeja. Edu interactúa con él mientras estoy junto a Gaby en la bacha.

—Mateo no durmió en casa esa noche. —comenta en voz baja, sirviéndose café.

—¿¡Como asi!? —la miro, y me pone café a mí también.

—Nicole me envió un mensaje  y preguntó si él estaba acá. Tuvieron una pelea, dijo que está raro.

Nos apoyamos de espaldas al fregadero mientras vemos a Manu con su novio.

—Quería hablar con él, pero me está evitando. Nunca se pasaron tantos días sin enviarme mensajes o llamarme.

—Ese día se fue de acá enojado. Creo que ustedes necesitan algo de tiempo. Él para arreglar el matrimonio y vos tu cabeza, ¿sabes? ustedes no se tomaron el tiempo para superar todo eso

—¿Cómo voy a superar lo que no sé lo que es?

—Exacto, tenes que ver qué eso pero alejados.

—Porque juntos es demasiado difícil decir adiós a los que amas, ¿no? — suspiré exhausta.

Mi amiga asiente con la cabeza.

—¿Así que este es nuestro fin?

—Eso el tiempo lo dirá.

—Odio dejar las cosas en manos del tiempo.

—Entonces necesitas disfrutar los momentos que te da.

Me acosté en el hombro de mi amiga y ella apoyó su cabeza en la mía.

—¡Ya voy, mamá! —faranticé llevando las valijas de Manu y las mías, mientras ya me estaban esperando abajo.

—Solo pregunto... —habló a la defensiva. 

—Son las dos de la tarde y ya me  llamaste siete veces preguntando lo mismo.

—Pero a veces te rindes...

—No me voy a rendir mamá. —se ríe con preocupación.

—Está bien, te haré algo de comer cuando lleguen. Decile a Edu que hice el pastel.

—¡Le va a encantar! -

—Dale hija. Buen viaje.

Nos despedimos y seguí buscando cosas, corrí a la habitación y agarré el conejo de peluche de Manuel, él no duerme sin este animal, si se me olvidaba sería un caos.

El celular comienza a vibrar en mi bolsillo trasero pero mis manos estaban ocupadas, supuse que era Gaby y decidí acelerar mis pasos aún más.
Con dos bolsos, la hielera y el conejo logro finalmente abrir la puerta del departamento, pero lo que veo me hace retroceder sorprendida.

Y no fue una buena sorpresa.

—¿¡Elisa!?

—Hola. —su voz sale cálida.

Los ojos se posan en el oso de Manuel y trato de ocultarlo.
A diferencia de la vez que miró mi vientre con desdén, esta vez sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Yo no le dije nada. —empecé a la defensiva. Ella niega con la cabeza varias veces en el signo negativo.

—No vine a hablar de eso. —se rasca la garganta cuando sus ojos atraviesan el bolso azul.

—¿Es un niño?

—¿Qué queres, Elisa? Leonel me habló de su encuentro. Bueno, no fue difícil encontrarte acá.

—¿Y por qué nos buscas?

Mi cuerpo se puso rígido, pensar que ella quería quitarme a Manu me hizo temblar las manos.

—No acepte tu plata, no le dije nada a Leonel, él no sabe eso...

—Yo se. —se humedeció los labios antes de continuar

—Vine acá por él. Estoy enferma, Bárbara. Muy enferma. Y sé que nunca te trate bien y que tuvimos nuestros problemas. Y solo al final de mi vida me di cuenta de que terminé con la de mi hijo. Es un buen chico, ¿sabes? — Unas cuantas lágrimas brotaron de sus ojos, se secó rápidamente.

Era extraño ver a Elisa con la guardia baja. Saber que su vida estaba llegando a su fin hizo que mis hombros se desplomaran.

—Querés conocerlo. —lo adiviné, las lágrimas comenzaron a caer con más frecuencia y ella no luchó por secarlas.

—No quiero obligarte a hacer nada. Me encantaría, pero mi pedido es que dejes que Leo lo conozca.

—No lo sé... —respondí sospechosamente, ella asintió.

—Estás en tu derecho.

—Me voy, ¿podemos decidir eso más tarde? No estoy de humor para hablar de eso y no confío en vos. Lamento lo de tu vida y me siento mal por esta situación, pero no es un muñeco que descartas y luego pides que te lo devuelva. Él es mi hijo.

—¡Lo descarté! —se apresuró a decir, lo siento. —Vi a mi hijo llorar durante meses, lo vi madurar, y cuando descubrí la enfermedad pensé en a quién tendría si me iba y me di cuenta que expulsé a la única persona. Eché a su propio hijo. —sollozó, su grito fue desesperado y arrepentido, de una manera que hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas. —Perdóname. Perdóname por todo lo que te hice pasar.

—¿Qué tenes Eliza?

—Una rara enfermedad degenerativa. —respondió mirando hacia arriba, tratando de no llorar más. —Voy a morir de la peor manera posible. Pero he estado muriendo todos los días desde el año pasado viendo a mi hijo llorar la pérdida de un bebé vivo.

—¿Cuanto tiempo?

—No sé. Seis meses tal vez —se encoge de hombros.

Respiré hondo con la imagen de Elisa frente a mí, ese sufrimiento que no le deseaba a nadie. Ya no estaba la pose de mujer dura, lo que estaba viendo era una madre desesperada a punto de perder la vida pero preocupada por su hijo.

No quería darle la espalda, no por la persona que se me mostraba, sino como ser humano. No podría estar orgullosa de alguien a quien solo le quedan seis meses de vida. Veo un poco de Manu en ella, el diseño de su rostro, su nariz fina.

—Te voy a dar una dirección, tenés hasta navidad para contarle a Leo lo que pasó. —pude ver sus ojos brillar de alegría por primera vez —Después estás invitada a pasar la Navidad con nosotros y conocer a tu nieto, serás bienvenida en nuestra casa.

—¡Dios mio! —sus brazos me abrazaron desesperadamente, el fuerte grito resonó por el pasillo, el dolor y el alivio cubrieron su voz agradeciéndome varias veces.

papá sustituto; trueno  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora