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La madrastra de Madelaine, siendo una dama apasionada, se dio a la tarea de restaurar la alegría y la risa en la casa.

Organizaba fiestas extravagantes a las cuales, por razones que Madelaine no comprendía del todo, ella no era invitada. Así que la joven se contentaba con observar desde lejos, a veces desde su habitación, otras veces junto a su padre.

Una noche, mientras los sonidos de la fiesta resonaban en la planta baja, Madelaine se encontró en un rincón de la cocina, rodeada de sus pequeños amigos.

—Vaya, vaya, miren quiénes organizaron su propia fiesta — dijo con una sonrisa, observando a sus ratoncitos. — Jacqueline, Teddy, Hilda, el glotón de Gus-Gus — de repente, Lucifer, el gato de su madrastra, apareció gruñendo a los ratones. Madelaine lo tomó en brazos con gentileza. —. Oh, a ver, sí, ¿qué crees que estás haciendo, Lucifer? A Jacqueline la invité yo y no nos gusta cenar a los invitados — dejó al gato en el suelo con suavidad. —. Anda, tienes mucha comida para llenar tu estómago — guiñando un ojo a Jacqueline, añadió,—. Entre damas es bueno ayudarse.

Dejando a sus amigos animales, Madelaine se dirigió al estudio de su padre. Lo encontró revisando documentos, ajeno a la fiesta que se desarrollaba en su propia casa.

—Te pierdes la fiesta —comentó Madelaine, sentándose frente a él.

Su padre levantó la vista de los papeles — Ah, imagino que es igual a las otras — hizo una pausa antes de continuar—. Mañana me voy de viaje, hija.

El rostro de Madelaine se ensombreció.—Pero, si acabas de volver del último. ¿Tienes que marcharte?

—Serán unos meses —respondió él, tratando de suavizar la noticia —. ¿Qué quieres que te traiga como obsequio? Tus hermanas... hermanastras —se corrigió, arrancando una pequeña risa a Madelaine — me pidieron parasoles y encaje... ¿tú qué quieres, amor?

Madelaine pensó por un momento —Tráeme la primera rama que toque tu hombro cuando salgas —dijo con una sonrisa melancólica.

—Qué curioso deseo — respondió su padre, intrigado.

—Bueno, tendrás que cargarla contigo durante todo tu viaje. Y cuando la mires, me recordarás. Y cuando me la obsequies, sabré que tú volviste... y es lo único que deseo — las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos—. Solo que vuelvas. Sin importar qué.

Se levantó, sollozando, y su padre la siguió, envolviéndola en un abrazo lleno de amor y comprensión.

Mientras tanto, Lady Tremaine, que buscaba a su esposo, se detuvo al escuchar la conversación entre padre e hija. Se quedó escuchando, oculta tras la puerta entreabierta.

—Madelaine — dijo el padre — durante mi ausencia quiero que seas buena con tu madrastra y hermanastras, aunque a veces puedan ser un tanto... difíciles —le pidió, mirando a su hija.

—Lo prometo — respondió Madelaine con sinceridad.

—Te lo agradezco. Siempre dejo una parte de mí contigo, Madelaine, no lo olvides — Hizo una pausa, su voz cargada de emoción — Y tu madre sigue aquí, aunque no te des cuenta. Ella es el corazón de este bello hogar —le dijo, tomándola de los hombros—. Por eso honraremos esta casa, siempre, por ella.

—Todavía la extraño, ¿y tú? —le preguntó ella.

—Mucho, mi cielo —le respondió su padre, abrazándola nuevamente.

Lady Tremaine, al presenciar esta escena íntima, se retiró en silencio, su expresión indescifrable.

Al día siguiente, era el día en que su padre se iría. Madelaine se sentía muy afligida por este momento, pero sabía que su padre lo hacía por el bien de todos en esa mansión, así que con mucho pesar se despidió de él.

(So this is Love)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora