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Frente a mí, observo a dos jóvenes llenos de energía. De esa que se puede hasta transmitir. Están jugando a un extraño, pero popular deporte. Disfrutando de sus años de libertad, como si fueran pequeños cuervos que permanecen ansiosos por salir del nido y descubrir el mundo.
Veo como, con sonrisas y maldiciones, pasan un buen rato. Dejándose llevar por la competitividad sana que mantienen entre ellos. Ambos chicos me hacen recordar a cierto dúo que solía hacer lo mismo, incluso en la más cálida noche de verano o en medio del frío invierno.
Me acerco a hablar con uno de los jóvenes y curioso pregunto sobre aquel intrigante deporte, pretendiendo no saber nada. Borrando de mi memoria todos aquellos recuerdos de este mismo. Me permito volver a esos años donde jugaba, tal como ellos dos lo hacen ahora, y dejo que el chico al que le he preguntado me explique con demasiada ilusión de qué trata el llamativo juego. Siento una indudable oleada de nostalgia, pensando en qué pasaría si el tiempo no hubiera pasado y nunca hubiera abandonado la lucha por conseguir aquello que más añoraba.
El chico, de nombre Yuuki, sigue hablando. Pero yo ya me encuentro perdido entre los recuerdos que se hallan en mi mente. Al contrario que hace un rato, esta vez, trato de buscar todos aquellos momentos que, con este deporte, marcaron mi vida de manera permanente. Pues, quién sabe qué estuviera pasando ahora mismo si jamás me hubiera lesionado tan gravemente. Quizás estaría en Brasil entrenando o tal vez podría haber sido parte del famosísimo equipo Black Jackals.
Regreso al tiempo presente, donde Yuuki termina de explicarme aquello que tanto le agrada y me ofrece jugar un rato junto con su compañero. Yo me niego, no porque no quiera participar, sino por que el cansancio se está haciendo notar exageradamente.
Me despido de la pareja con una sonrisa y vuelvo al banco donde anteriormente me hallaba, envolviéndome una vez más en mis propios pensamientos. Viendo otra vez a aquellos dos chicos que me recuerdan a aquel extraño dúo de jugadores. Sabiendo lo feliz que me hacía jugar junto con ese compañero de pelo azabache y mal humor, que, sin embargo, supo sacar lo mejor de mí.
Pues aquellos dos jóvenes a los que estoy viendo jugar, son la viva imagen de lo que Kageyama y yo solíamos ser. Simplemente, unos chicos sin otra preocupación más que divertirse mientras jugaban juntos.
Es ahí cuando me doy cuenta, una lágrima está recorriendo mi mejilla, demostrando lo mucho que desearía volver a aquellos tiempos.