Enamorado

564 83 9
                                    

Soy tan cobarde que todavía ahora deseo vengarme por algo que sucedió hace tiempo atrás. No sé en qué termine todo esto, pero lo más jodido de todo, es que, aún a sabiendas de que esto está mal, una parte dentro de mí no quisiera que las cosas se acaben tan pronto.

Regresamos al hotel, entramos sigilosamente a su habitación, pendiente de que mi madre no fuera a descubrirnos juntos y con todas esas bolsas negras. Por precaución y como es debido, cerró la puerta con seguro.

—Iré al baño — dijimos al unísono, pero ninguno se atrevió a dar ni un solo paso.

—Mejor ve tú primero — le dije.

El disfraz de colegiala que escogimos encajaba perfectamente bien en sus curvas. La camisa blanca tenía un escote en forma de V y se cruzan en un lazo debajo, dejando sus curvas al descubierto. Los botones se ven ajustados, le quedó exacto, pese a que no se lo probó en la tienda. La falda de cuadros le quedaba muy corta debido a su voluminoso trasero. No es exactamente igual al uniforme del colegio, pero el color amarillo y líneas negras es parecido. Las medias le hacían resaltar mucho los muslos.

—¿Satisfecho? Ahora te toca a ti. Aquí te espero.

Entré al baño a cambiarme y verme vestido así en el espejo me causó tanta vergüenza que podría morir. No puedo creer que me dejé engatusar para hacer esto y lo peor de todo es que no se ve del todo mal en mí. Lo único que encuentro extraño son las orejas y el tener que caminar con ese rabo puesto. Era pequeño el tapón y no fue difícil adentrarlo, pero mantenerlo es complicado, porque el peso de la falda hace que cuelgue. Parezco un pequeño zorro en depresión.

Sus ojos brillaron con ostentación tras verme salir del baño. Se veía bastante contenta, parece que el intercambio de palabras que tuvimos en la tienda no cortó con el ambiente y su buen humor. Los juguetes estaban regados sobre la esquina de la cama.

—Eres el zorro más tierno que haya visto alguna vez— es la primera vez que me hace un cumplido, sin traer a colación el típico chantaje.

Sus palabras aún no salen de mi cabeza. ¿Realmente todo acabará sin haber comenzado? Es eso lo que siempre he querido, ¿no es así? Ella no ha hecho nada más que chantajearme, usarme para cumplir sus fantasías y  fetiches.

—¿Qué tienes? — su fuerte apretón de nalgas me enderezó, pues sentí que el rabo se movió—. ¿No me digas que no te gusta? Te queda muy lindo, perrito. Aunque, ahora debo cambiarte el apodo a zorrito.

—No podemos seguir haciendo esto.

Noté su sonrisa agridulce.

—Ya lo sé.

—Lo digo en serio. Esta será la última vez.

—Entonces, hagamos que cada segundo valga la pena.

¿Por qué? ¿Por qué aceptó eso a la ligera y no volvió a amenazarme con revelar mi secreto? Algo definitivamente no anda bien. Esta no es la Jimena que conozco.

—¿Es lo único que dirás?

—No entiendo tu pregunta.

—Sí, lo haces.

—Estás dañando el momento con tus preguntas innecesarias. Estamos aquí para jugar y desestresarnos, no para deprimirnos o lamentarnos. Hoy estás muy lindo como para no darte una probadita — llevó su mano por detrás de mi nuca, y me atrajo a su boca, sin permitir que mi mente pudiera procesar lo que estaba ocurriendo.

Jamás me habían robado un beso, siempre había sido yo quien hacía las movidas. Es la primera vez que experimento un beso tan intenso, tan húmedo, tan sabroso en todos los sentidos. La suavidad y calor en ellos me nublaron los pensamientos. En breves, sentí su lengua en mi boca. A la mía no le costó mucho sincronizarse con esa danza tan épica y fogosa. Es como si estuviera embriagado e hipnotizado con el sabor de sus labios. 

Cuando nuestros labios se separaron por unos instantes, es como si a mi alrededor estuviera corriendo una película de mi vida misma. Desde esa primera vez que la vi llegar al colegio, hasta ese día en que me reencontré con ella en la oficina. 

—¿Qué miras? — cuestionó, en un tono tan calmado y suave que no es el que acostumbro a oír en ella.

Su mirada se vuelve tan hechizante y coqueta cuando estamos en este tipo de situaciones. No puedo aguantar más. Necesito de sus labios, de su boca, de su aliento, de su cuerpo.

Cuando tenía pensado que podría sumergirme de nuevo en ellos, su empujón contra la cama casi me saca de circulación. El rabo se movió y solté un gemido. Se subió sobre mí, esposando mis dos manos a las barandillas de metal del cabecero de la cama.

—Atrapado — acarició mis brazos en dirección hacia mi torso—. Ahora entiendo lo que está pasando — curvó la comisura de su labio, mostrando esa sonrisa malvada que la caracteriza—. Te has enamorado de mí.

Sus palabras fueron como un balde de agua fría, pero no más que la seguridad en que lo dijo. 

Sigilo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora