I.

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Con la tormenta afuera era precioso estar con las ventanas cerradas, la música suave y la tenue luz que le permitía ver el rostro medio sonriente y excitado de Sara, respirando en su cara. Era el momento perfecto para compartir calor corporal.

Ella soltó un gemido, él estiró el cuello hacia atrás, le hundió las manos en la cadera y el teléfono empezó a vibrar.

—¿Y ahora? —se quejó Sara.

Ezra no respondió, se estaba concentrando en no parar. Pero el bendito celular se movía como loco sobre la mesa de noche y la estaba distrayendo a ella.

—Deberías contestar.

—Puede esperar —descartó y la obligó a seguir moviéndose.

El silencio reinó, interrumpido nada más por las gotas gordas explotando en el suelo. Un trueno sonó a lo lejos y ambos se sonrieron. Sara lo abrazó por el cuello y lo besó. El teléfono vibró otra vez.

Lo ignoraron, aunque no cesó. Hicieron oídos sordos, comprometidos a quedarse en aquel momento hasta que acabase. Cuando llegaba el contestador empezaba otra vez. Sara se sostuvo de su novio respirándole en la boca. Y empezaba de nuevo. Silencio. Y otra vez. Silencio. Y otra vez. Silencio.

Y otra vez.

Se estaba volviendo insoportable.

—Dios mío, contesta —dijo, e intentó levantarse.

—No. —Hundió la yema de los dedos en sus piernas, reteniéndola. Con ese simple gesto le robó una sonrisa complacida, y acercándose para darle otro beso, comenzó a menearse sobre él.

El celular vibró de nuevo.

Bastó solo una mirada para que él entendiera que el aparato no iba a dejar de molestar, y que ella no estaría en paz hasta que él respondiera. Cediendo ante dos exigencias que ya no podía controlar, la dejó ir. Sara se recostó a un lado de la cama y encendió un cigarrillo. Él estiró el brazo hasta el mueble y leyó el identificador.

—Joey —contestó, reincorporándose para sentarse al borde el colchón.

—Ezra... —pronunció su nombre en un susurro tan pequeño, que pretendió acercarse el aparato a la oreja.

—¿Qué pasó? Es tarde. Deberías estar durmiendo.

—Ezra —repitió, esta vez era un sollozo.

—¿Estás bien?

—Ezra...

—¿Qué pasa, Joe? ¿Pasó algo?

Esta vez no hubo respuesta más que el diminuto sonido de un llanto contenido.

—Joe... Joey.

Solo lo oía, no obstante, podía imaginarlo. Aferrado al teléfono, el rostro empapado, sentado, oculto en algún lugar de la casa. Siempre era así.

—Joey —insistió.

—No puedo creerlo —musitó.

—Cuéntame.

—Ezra...

—Aquí estoy. Dime.

—No puedo creer lo que hice. —Oía el dolor a través del micrófono. Una llamada como esta no era noticia nueva, aunque nunca antes lo había escuchado así.

—Respira profundo. Cuenta hasta tres, libéralo, relájate y cuéntame. ¿Qué pasó?

—Yo no quería... —sollozó—. No fue mi intención. Te juro que no quería que pasara esto.

—Está bien, Joe. Te creo.

—No. No está bien.

—Dime cómo puedo ayudarte.

—Es que... ese es el problema.

—¿Por qué?

—Yo no quería hacerlo, Ezra. ¡Yo no quería hacerlo!

—Está bien. Tranquilo. Lo vamos a resolver. Dime, ¿hacer qué?

Hubo una pausa. Se detuvo luego de un trueno que pudo escuchar del otro lado de la línea.

—La maté... Maté a mamá. 

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⏰ Última actualización: Apr 08, 2022 ⏰

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