Capitulo 4 Un lunes de aventura 2/2

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—Oh, por los cielos, ¿Estás bien? —se giró sobre sus talones para agarrar a la extranjera que seguro por el impacto se había hecho para atrás.

—¡Sí, gracias! —se acomodó el cabello, más de forma nerviosa que por otra cosa. —más porque acabo de encontrar a mi salvadora.

—... —la morena la miró de forma confusa. —¿Salvadora?

Entonces, Denise le contó todo a la joven Madrigal. Su travesía y la forma en la que los aldeanos le habían hecho desplantes.

—Entiendo, lamentablemente, estás muy lejos de la tienda de ropa más cercana. —le miró con cierta tristeza, pues, seguramente era difícil ser la persona nueva en un pueblo tan cercano como era aquel.

—¿Podrías ayudarme? Por favor. —suplicó la de ojos bicolor, que le regalaba una sonrisa un poco afligida.

—De acuerdo, de acuerdo. Te ayudaré. —levantó sus manos para intentar calmar a la chica. —Pero primero, necesito acabar mis labores.

—¡No te preocupes! ¡Yo te ayudo! —se ofreció de forma inmediata la joven, imitando a Sarah, que le había puesto los brazos sobre la espalda para animarla a avanzar.

—Oye, oye, tranquila. Aún no sabes qué es lo que tengo que hacer.

—Luisa no se movió por aquello. Se giró de nuevo para ver a Denise a los ojos y hablar claramente. —Escucha, tengo que encontrar unos burros, llevarlos a su corral. Una vez que estén todos, podré llevarte a la tienda de ropa y regresarte a donde estás quedándote.

—¡Yey!

—¿Yey?

Denise negó la cabeza, para no seguir confundiendo a la chica. Mientras las dos pusieron manos a la obra; empezaron a buscar los burros que Luisa mencionó. Además, ¿Qué tan difícil sería encontrarlos?

Caminaron por el sendero acostumbrado que hacía la castaña en sus labores, por si alguno de los animales había regresado. Cosa que en teoría fue así. La de cabellos bicolor, se dio cuenta de un "algo" que se movía a través de los arbustos que tenían muchas flores de varios colores. Fue así que la extranjera se acercó, para rectificar aquello. En efecto, esa curiosidad la hizo descubrir a dos de los burros perdidos.

—¡Luisa, mira! —llamó a la Madrigal que seguía llamándoles. Ésta volteó inmediatamente, y una sonrisa se le mostró en el rostro al ver que en efecto ahí estaban esos traviesos.

Siguieron el camino, ya habiendo amarrado con una especie de correa a los animalitos para que no volvieran a extraviarse. Se toparon con la iglesia, la cual, le dieron la vuelta para revisar cualquier cosa, y cuando regresaron, vieron al padre sentarse en la banquita que estaba fuera de la puerta principal, posiblemente a descansar y a tomar el sol. Un pequeño se sentó con él, poniéndose a platicar.

El chiquillo, empezó a reírse de la nada, causándole sorpresa y confusión al hombre, pero no dijo nada. Solo le sonreía.

—Luisa, Luisa... mira. —volvió a decir Denise, ahora en un tono suave y bastante quedo. —Ahí, ahí. —su mano señalaba al padre, que uno de los burros le estaba oliendo el peluquín, era por esto que el chiquillo se reía tanto.

La mayor, pegó un brinco de la sorpresa, soltando y dándole las riendas a Denise, para atrapar al burro antes de que se comiera aquella mini peluca del sacerdote. Cosa que no se logró por completo, pues, al ver la correr hacía él, el animal se espantó, cogiendo con los dientes el peluquín y mascándolo cual chicle.

—¿Eh? ¿¡Pero qué!? —el hombre miró hacía atrás donde sintió un poco de aire, indicando que ahí había pasado alguien o algo... Abrió los ojos al percatarse que era un burro que estaba corriendo. Luego, miró a la Madrigal perseguirlo.

Sólo tú y nada más(encantó)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora