Me muevo entre las sábanas y escucho un quejido. Me siento de golpe en la cama y miro a mi alrededor tratando de adivinar dónde estoy.
Miro a mi lado y el rostro dormido de Mari es lo único que mis ojos ven. Me levanto en silencio para tratar de no despertarla. Salgo de la habitación y voy en busca de mi teléfono y mi bolso.
Consigo todo en uno de los sofás de la sala y lo tomo. Reviso mi teléfono y tengo una llamada perdida de Fer y otra de Valentina. Entro al baño y miro toda mi ropa regada en el piso. Me apresuro a doblarla y guardarla en mi bolso antes de que Mari la vea.
Me lavo los dientes y la cara. Cuando salgo del baño me debato entre si volver a la cama o preparar el desayuno. Debería preparar el desayuno en señal de gratitud por dejarme dormir aquí.
Entro a la cocina y abro la nevera, miro que tiene y luego decido prepararle tortillas de huevo, jamón y queso. Saco lo necesario y comienzo a preparar todo. Bato los huevos con jamón y queso, cebolla y pimiento.
Coloco una sartén en la estufa, espero que se caliente un poco y comienzo a preparar las tortillas. Las acompaño con pan y salsa de tomate, porque hasta donde he visto, a Mari le gusta mucho la salsa de tomate.
Dejo los platos en la mesa y voy a la habitación para despertarla. Me subo a la cama y comienzo a moverla un poco. No abre los ojos pero sonríe. Abre un ojo perezosamente y me mira.
— ¿Siempre tienes tanta energía en las mañanas? —Pregunta dándose la vuelta para verme mejor.
—Te quejas mucho. —Murmuro y ella chasquea la lengua. —Preparé el desayuno. —Digo y los ojos se le iluminan como si le hubiese dado la mejor noticia del mundo.
—Eres Dios. —Se levanta me da un beso en la mejilla y sale de la habitación. Cómo me gusta esta mujer.