Prologo: Invitación a un vástago

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Las criaturas del exterior miraban del cerdo al hombre y del hombre al cerdo de nuevo; pero ya era imposible decir cuál era cuál.- George Orwell.

El silencio sepulcral de las calles puso de nervios a Lydia, quien aumentó el ritmo de sus pasos, volteando constantemente a todas las direcciones para asegurarse que nadie la estuviera siguiendo.

Los constantes asesinatos mantenían en alarma a todos los ciudadanos de Kansas; después de las seis de la tarde la ciudad se convertía en un cementerio, porque al parecer, el asesino solo actuaba después de esa hora. Y siendo ya más de medianoche, una joven era presa fácil para cualquier maniaco.

-Bonita noche, ¿no es cierto?-Lydia se estremeció ante el repentino choque de frío aire que siguió a esas palabras. En todos sus intentos por ver a alguien, nunca se percató que una figura salía de uno de los callejones y se recargaba en la pared de ladrillo de uno de los edificios abandonados.

La oscuridad escondía casi por completo el rostro del hombre, dejando a la vista únicamente su figura alta y elegante.

Lydia retrocedió, poniendo mayor distancia entre el cuerpo del hombre y ella.

- ¿Qué hace una chica tan hermosa sola a estas horas? ¿No sabes que los peligros están al asecho?

-Yo...salgo tarde del trabajo, vivo a solo unas calles abajo-dijo mareada. Algo en ese hombre hacía que sintiera su mente nublada.

-Entonces hoy es tu día de suerte, no puedo dejar que una chica tan linda se ponga en peligro, no cuando yo puedo evitarlo.

El hombre bajó la pierna que mantenía recargada contra la pared, y en un abrir y cerrar de ojos, ya se encontraba alado de Lydia, mostrándole una sonrisa seductora.

- ¿Cuál es tu nombre?

-Tengo muchos nombres, ninguno que tú quieras saber.

La chica se quedó callada, caminando automáticamente hasta su hogar, siendo escoltada por el desconocido.

En ningún momento se cuestionó la presencia del hombre, ni por qué no le había dicho su nombre. Nada fuera de lo normal. Incluso pasó desapercibido que el único ruido a kilómetros, era el provocado por los tacones de sus zapatos.

Su pequeña casa entró en su línea de visión. Su subconsciente agradeció estar tan cerca de un sitio seguro.

Una fría mano le ayudó a subir los pequeños escalones que conducían a la entrada. Esperó a que el hombre la soltera, mas sin embargo, eso nunca sucedió.

- ¿Me invitas a pasar?

¡No! La pequeña voz en su cabeza le gritó desesperadamente.

-Sí -lamentablemente esa palabra no fue la que salió de sus labios.

Con manos temblorosas buscó entre los bolsillos de su desgastado pantalón, tomando el metal entre sus manos. Probó varias veces insertar la llave antes de por fin lograrlo.

Lydia entró, dejando abierta la puerta. El ruido de la madera chirreando al cerrarse sacó de su ensueño a Lydia, dándose cuenta demasiado tarde de lo que estaba sucediendo o mejor dicho, de lo que iba a suceder.

-Gracias por invitarme-la voz que en un principio le había parecido melodiosa, sonó como uñas rasgando una superficie.

Con miedo anticipado, Lydia se giró para quedar de frente al desconocido, pero lo que encontró sin duda fue más de lo que ella esperaba; unos penetrantes ojos color rubí la veían desafiantes y de su boca sobresalían afilados colmillos, a la espera de ser utilizados.

Un grito desgarrador salió de lo más profundo de la garganta de Lydia, creando música para los oídos del hombre.

-Oh, sí-la bestia canturreo alegre-sigue gritando, me encanta escuchar como suplican por su vida los humanos apestosos. De verdad creen que alguien los puede salvar. Son tan estúpidos-escupió con desdén.

-Dios.

- ¿Dios? No ruegues a tu dios, que ni él va a poder ayudarte.

Tan pronto como las palabras abandonaron los labios rojos del hombre, éste se lanzó abruptamente sobre ella. Lydia sintió el escozor de los colmillos de la bestia enterrándose profundamente en su cuello. La sensación la hizo sentir como si estuviera cayendo en un vacío interminable, sin salida por la cual escapar. Trató de gritar, pero fue como si la vida se le hubiera ido del cuerpo y lo único que quedara fuera su mente para recordarle el dolor. Ninguna clase de frío qué hubiera sentido en sus veintitrés años de vida se comparaba a lo que estaba sintiendo en ese momento. La criatura no dejo de beber la sangre de la chica hasta que el cuerpo inerte se desvaneció en sus brazos, tan frío como él. Pasó sus afilados colmillos por el cuello de ésta, desgarrándole la piel con descuido.

Amaba saber que los policías enloquecerían al ver el cuerpo de su víctima, totalmente irreconocible. Cualquiera sabría que había sido él, la criatura chupasangre. Era su marca.

La Venganza De Lilith - Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora