❧Capítulo XLV

1.2K 88 16
                                    

Alemania

Marcos

Los puntos de la herida punzan con cada flexión de brazo que hago. He perdido la cuenta, pero sin dudas mi cuerpo necesitaba ejercicio.

Necesitaba algo que dispare la adrenalina y la euforia, necesitaba sentirme vivo después de haber abrazado tan de cerca a la muerte.

Termino la primera repetición y sigo por una serie de abdominales acompañados de un poco de cardio. El sudor comienza a deslizarse por cada parte de mi cuerpo por lo que me quito la camiseta.

Es tan temprano que todavía duermen en la mansión.

Por órdenes de Maximiliano, había accedido a pasar la noche acá. Grave error, ya que a mitad de la noche Beltrán tuvo la magnífica idea de aparecerse en mi habitación.

Y volví a caer.

Caí ante sus palabras bonitas.

Caí ante su cuerpo.

Caí ante la forma tan seductora que tiene de ponerme a sus pies.

Y ahí radicaba la rabia que quería hacer desaparecer a punta de ejercicios, los cuales me estaban haciendo más mal que bien.

Quería quitarme la humillación de dejarlo tocarme, quería quitar la humillación al aceptar nuevamente sus besos, quería quitarme la humillación de ser yo mismo.

Estoy tan sumido, tan perdido en mis pensamientos, que no me percato de la sangre que brota de mi pecho, ni mucho menos, de la persona que me observa cruzado de brazos.

Su presencia emana poder, peligro y condena.

Lleva un traje negro impecable y el cabello peinado hacia atrás.

Se ve sereno, pulcro e inalcanzable.

Se ve justo como el hombre con el cual jamás te vas a ligar en una discoteca porque tal ambiente es un insulto a su ser.

—Lamento interrumpirte – habla en un perfecto alemán.

La voz gruesa se cala por mis oídos erizándome la piel.

—No es molestia – respondo. —Estaba terminando.

Se adentra al lugar y no puedo evitar seguir cada uno de sus movimientos. Con una delicadeza admirable se acerca hasta el mueble y toma una toalla.

Extiendo la mano para recibirla, pero quedo como un idiota y totalmente paralizado cuando se acerca acortando todo espacio entre ambos cuerpos.

Desliza la tela por mi rostro sin apartarme la mirada. Sin ningún tipo de vergüenza comienza a bajar más. La pasa por el cuello, los brazos llegando a la V que se marca en mi cintura y sube hasta los pectorales.

Los nervios no son los únicos que me traicionan ya que tal banal y simple tacto despertó un deseo que hace mucho no sentía.

Ni siquiera con mi amante nocturno.

El rostro se mi tiñe de no sé qué color cuando sus ojos recaen en la erección que comienza a notarse.

—Yo...

—Eres un hombre magnifico – me calla llevando dos dedos a mi boca. —Sin duda alguna, serias la perdición de cualquiera.

No tengo pruebas, pero tampoco dudad de que el Yakuza te tiene ganas

Las palabras de Azul retumban en mi mente y maldigo que la infeliz tenga razón. Porque por más que busco, no encuentro otra explicación para su cercanía.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora