Se encontraban todos en el avión privado con destino a las exóticas islas de Papua, Nueva Guinea para pasar unas vacaciones no programadas, pero si muy necesarias para toda esa familia.
Melina estaba recostada en su sillón privado mirando hacia la nada por la ventana. Recordaba todos los momentos pasados tan dolorosamente vivos, que sentía que le desgarraban por dentro, le sorprendía que pese a todo aún siguiera en pie.
Una cálida mano le toco el hombro y al levantar la vista vio a Zafrán que la miraba sonriente trayendo consigo una bandeja de puras delicias, entre ellas helado y mucho chocolate de distintas formas, colores y sabores. Su mirada fue la única respuesta que necesitó para sentarse a su lado en el espacio que ella le brindó.
No hablaron.
El no preguntó.
Cada uno en silencio tomó un poco de helado hasta que terminaron todo. El dulce sabor en su boca distrajo a Melina lo suficiente para no pensar en su amargo corazón.
Cuando hubieron terminado con todo lo que había en la bandeja, Zafrán se acomodó en el sillón y Melina se recostó sobre su pecho. La tranquilidad que le brindaba su sola presencia era abrumadora. Le gustaba escuchar latir su corazón, eso lograba de alguna mágica manera calmar a sus demonios. Y sin proponérselo siquiera quedó profundamente dormida gracias a las suaves caricias sobre su espalda y esos rítmicos latidos en su oído.
Un leve movimiento y beso en su coronilla intentaban traerla de vuelta a la realidad, fracasando gravemente en su intento.
—Despierta princesa, ya estamos por llegar —la movía suavemente Zafrán. Obteniendo como respuesta un gruñido molesto. Y que ella simplemente se aferrara mas a su cómodo cojín. La risa suave vibraba bajo ella, enviándole ondas de calidez que volvieron a dormirla.
Melina se acomodó un poco mejor y siguió durmiendo. Zafrán solo sonrió, pero no objetó nada, le encantaba tenerla así. Tan cerca. Eran de los pocos momentos en los que se permitía sentir y soñar despierto. La envolvió en sus brazos y cerrando los ojos se perdió en el aroma que desprendía su cabello, un dulce aroma. Sabía que sufría, sabía por quien o hacía. De algún modo se sentía aliviado al poder brindarle al menos un poco de tranquilidad y poder callar esos demonios que intentaban tragársela viva. Aún si eso implicara poner en juego su propio corazón.
Cuando el avión aterrizó, todos bajaron dedicándose a acomodar las maletas que habrían traído en las distintas movilidades que llegaron a recogerlos.
Kato al ver que ese par no terminaba de bajar del avión regresó para llamarlos, y grata fue su sorpresa al verlos dormidos y abrazados. Sonrió alegre y sacando su teléfono les tomó una fotografía. Si tan sólo ese par supiera lo bien que se ven juntos, y lo felices que llegarían a serlo no estarían sufriendo de esa manera tan descabellada.
Pero el tiempo es sabio, y logrará sanar las heridas, este viaje fue hecho para eso mismo. Para poner tierra de por medio y permitir a esos corazones reconocerse y sanarse mutuamente. Y él se haría cargo de que ese par lo hiciera. No estaba seguro de ser buen casamentero, sus ultimas parejas resultaron ser un desastre, pero debía admitir que estuvieron juntos... mas de un año. Eso tiene que contar ¿No?
—Eh campeón, despierta —susurró suavemente tocando su hombro —. El abuelo nos llama, afuera espera la limosina.
Y sin más preámbulos tomó a su hermana en brazos y esperó a que Zafrán se incorporase para devolvérsela y cubrirla con una manta. Ella no despertó. Se notaba lo agotada que estaba, las ojeras en sus ojos la delataban.
Bajaron con calma y una vez dentro de la limosina todos observaron con tristeza a la pequeña joya de la familia. Había logrado reunirse con quien tanto ansiaba, y las respuestas que logró conseguir no fueron las más gratas, pero sí la ayudaron a cerrar de una vez esas heridas abiertas que nunca terminaban de cerrar. Y ellos le ayudarían a cerrar ese ciclo de una vez por todas.
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El despertar del Dragón
Novela JuvenilSegunda parte del libro "Enamorándose del demonio" Muchas verdades no han sido dichas, muchas historias no escuchadas. Ha llegado el tiempo de conocer la verdad, de saber quienes son en realidad, y de aceptarse o negarse. De odiarse... o amarse. K...