Una Tragedia Advenediza

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Leonard al leer lo que contenía aquella carta le llegaron muchos recuerdos negativos y se tuvo que aguantar el hecho de romperla con sus propias manos con tanta ira cargada dentro.

Suspirando y a duras penas, finalmente se convenció a si mismo de que iría, sabiendo que la gente iba a estar hablando de su relación con su padre, claramente él miente diciendo que aquel hombre era encantador, que era un padre perfecto y una serie de engaños inteligentes tan solo para no ensuciar la reputación de ambos.

Antes de pasar por el portón principal gótico y enjalbegado de color blanco, recogió sus pinturas y lápices para guardarlos en el cajón de su escritorio, seguidamente se cambió de ropa a una más sofisticada, culta y refinada. Se vistió con una camisa blanca con el cuello levantado, rodeado por un pañuelo con lazada, habitualmente los solía llevar de color blanco, chaleco corto tintado de negro, pantalones largos muy ajustados de un color azul marino aún más oscuro que este predomina.

A día de hoy en su cabeza sigue pensando en su amada aguantando sus ganas de llorar o lamentarse, la echó tanto de menos que también hizo una pintura en la que salían ambos en un escenario amoroso al día siguiente de que ella fenezca... Quería que todo el mundo viera su belleza, que ella nunca sería una "Don Nadie" y que notaran su dolor, rezó a Dios que el cuadro sea eterno y que nunca se pudiese marchitar, una sensación tan impotente que recorre su cuerpo el no haber podido hacer algo, inundándose en un mar de reminiscencia sin fin. En la vida podría aparecer alguien más que la pueda sustituir, pero en lo más profundo de su corazón solamente había un espacio para uno.

En cambio, apenas piensa en donde llegó a parar su padre o para ser más preciso apenas pensaba en él, probablemente estaría en el infierno. De todas maneras ya estaba borrado, ya tachó su dibujo porque poseía la calamidad más malvada que pudo observar en él.

Mientras Leonard andaba en sus pensamientos a solas, estaba tan distraído que pasó de largo el lugar donde estaba la lujosa mansión. Retornó a la zona acordada y cruzó aquellas amplias puertas abatibles.

Al entrar allí, el ambiente era endulzado con harmonía y música clásica, elegante. Distinguido entre otras edificaciones, un baile entre las esclarecidas mozas y los galanes mozos rompía el silencio en esa espaciosa sala principal que sin ellos estaría compuesta de un blanco y negro aliquebrado.

Leonard miraba con la cabeza bien alta a las damas que pasaban por su lado para saber si alguna de las señoritas podría danzar con un adonis como él. Se acomodó su prieto sombrero encima de su cabello castaño ondulado que alcanzaba hasta su cuello y entre las agraciadas doncellas encontró a una de un cabello negro, este era largo a la vista de sus espaldas y tenía una tonalidad de piel pálida como la nieve del Ártico. Al girarse se encontró con aquellos ojos jaldes que tanto le atormentaban.

Se dignó a intentar acercarse, cuando estaba consiguiendo estar cara a cara con ella un caballero pasó en frente de él y la muchacha desapareció como si se hubiese volatilizado ante su vista, Leonard no estaba entendiendo absolutamente nada, él contempló a esa mujer y se hizo humo en sus ojos.

Miro hacia su derecha y el hombre que transitó delante de él ya no parecía uno como tal, su cabeza era un cráneo, una calavera desgarradora con sangre en sus manos y un incruento pincel en una de estas, el miedo le infunde, las luces en la sala empiezan a fracasar y proceden a encenderse y a apagarse, su expresión de cobardía con los ojos como platos era súbitamente espantosa, la masiva concurrencia de gentío estaban en el suelo desangrándose con cráneos en sus manos y con el líquido rojizo saliendo de sus bocas. Alaridos de agonía que resonaban como truenos; cuerpos humanos convertidos en cadáveres y pudriéndose hasta pasar de un estado fresco a la putrefacción quedando totalmente descompuestos. Sangre cayendo en aquellos finos y cuidados vestidos o esas extensas túnicas, pintados por la sangre de aquellos y aquellas que veneraban dentro de esas paredes ilustres. Un ataque sorpresa, todos hechos a pedazos a sus lados mientras en la formación daban pasos agigantados, sangre corriendo por los pasillos e inundándolos de muerte hasta ahogar la visión de cualquiera que viera dicha escena, los cuerpos se pudrían demasiado rápido al punto de que se podía ver como se quedaban secos y esqueléticos en toda aquella estirpe.

Repentinamente alguien le tocó el hombro, una joven lo había visto tan embobado con sus apotegmas que decidió toparse frente a él.

-Oiga. ¿Se encuentra bien?-. Dijo alguien entre las voces que se atendían.

Leonardo estupefacto la miró y todo ese espectáculo pareció regresar a la normalidad, no podía articular palabra, podría perorar un buen discurso de todo lo que observó pero su nudo en la garganta se lo impedía.

El Arte Maldito [INCOMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora