Una mujer mayor nos abre la puerta. Mira a Mari sin ningún tipo de expresión en su cara y luego me mira a mí.
— ¿Y tú quién eres? —Pregunta con cierto tono de desagrado. Genial.
—Soy Verónica. —Trato de sonar lo más amable que puedo y le tiendo la mano. La señora, que luce un poco asqueada por mi presencia, mira mi mano y luego se da la vuelta para que podamos adentrarnos en la casa, dejándome con la mano extendida.
Me giro a mirar a Mari sin saber que hacer o que decir y ella sólo me susurra un pequeño "lo siento" antes de entrar. Camino detrás de ella sin hacer ningún tipo de sonido.
Entramos a la cocina y la señora mayor vuelve a aparecer.
— ¿Ya te cansaste de vivir sola? —Pregunta y miro a Mari. Ella no hace nada, simplemente la ignora.
— ¿Dónde está mi mamá? —Pregunta ignorando completamente la mirada que su abuela nos está dando.
—No lo sé, debe estar por ahí. —Señala una puerta detrás de nosotras. —Dijo que nadie la molestara, que iba a estar ocupada toda la tarde. —Se cruza de brazos.
—Pues ella me pidió que viniera. —Se gira y cruza la puerta. Me quedo quieta, no sé que debo hacer. La abuela me mira alzando una ceja.
— ¿No irás con ella? —Pregunta tajante.
—No lo sé, ¿debo ir? —
— ¿A caso crees que yo sé eso? —Dice con fastidio antes de salir de la cocina. Pero que señora más odiosa. ¿Cómo puede ser tan amargada? Se supone que las abuelitas son dulces y tiernas, no cascarrabias y odiosas.
Me quedo de pie en la cocina, sin más que hacer. Miro con detalle la cocina. Es todo amarillo o de color crema. Es muy grande, demasiado grande diría yo, no tiene islas, ni mesa, eso también hace que se vea aún más grande.
—Vamos. —Dice saliendo y asustándome por completo. No dice nada en el trayecto hasta la moto. Tampoco dice nada cuando me deja en la puerta de mi habitación, sólo me da un beso en la mejilla y se va.