La mañana era bastante abrumadora, el calor era tan abrazador que el profesor renunció a usar la camiseta debajo de la camisa. Se levantó con poco ánimo, de la mesa bebió lo que quedaba de una botella de cerveza. La sintió caliente y amarga, lo cuál hizo escupirla inmediatamente. La resaca era muy habitual que pareció sentirse normal. Tomó un largo baño, buscó dentro de su ropa algún color distinto al del día anterior, pero fue cuando recordó que el ropero no tenía más que camisas azules. Se vistió con rapidez, tomo la pistola escuadra de la gaveta. Colocó el cargador, cerrojeó para alojar la bala en la recámara. Tomó los papeles y un viejo portafolio con listas, se colocó un sombrero de palma y salió de la vivienda rumbo a la escuela del pueblo.
Al cruzar la calle empedrada, la gente murmuraba entre sí: "decían que ya estaba muerto, y mírenlo muy pavoneado", las señoras que compraban en la tienda principal del pueblo aseguraban: "escuchamos balazos, ya lo dábamos por muerto". El profesor parecía no darle importancia pero si lograba escuchar los murmullos.
Valeria Sandoval miró por la ventana al profesor, sintió un gran alivio. "De tanto que escuche a mi mamá decir que él estaba muerto, ya hasta lo creía" -pensó. Valeria era una joven pequeña de tez blanca y cabello castaño, con ojos muy expresivos, muy atractiva para los ojos de muchos, y cortejada por otros más, pero siempre se arrepentían ya que mostraba autoridad en su trabajo y en su persona. Se desempañaba como secretaria para el alcalde municipal.
Todos los rumores se habían esparcido, llegando a la escuela el profesor sintió miradas de alumnos y padres que se encontraban en la entrada. Sintió la resaca más fuerte, miró su reloj, faltaban 5 minutos para las 7. El director lo recibió de una forma irónica: -Pensé que ya estabas muerto, pero al parecer tienes más vidas que un gato, ya hasta me iba ir a la capital a pedir otro maestro- le dijo en un gesto burlón. -Ya no hay que creer nada en este pueblo, desde hace semanas hay gente que ya me prendió veladoras- contestó el profesor en un tono más serio. Tomó los gises y el pedazo de trapo que servía como borrador y camino hacia el salón de cuarto grado. Antes de entrar fue interceptado por una señora: -profesor, tenga mucho cuidado, ya todos lo dan por muerto, y a quienes dan por muerto no pasa de las diez.
-No pasa nada señora, antes de que den la diez, yo ya estaré por las Juntas.Jacinto Barragán metió varios cartuchos del revólver en su bolsillo. Lleno el tambor con 6 balas y se fajó el revólver de lado derecho. Su mujer lo detenía del brazo: -¿Jacinto a donde vas, no ves lo equivocado que estás?- la mujer lloraba mientras, Jacinto la apartaba. -Cuando regrese quiero desayunar, me preparas algo.
Jacinto tomó dirección de la escuela, al llegar a la puerta recordó haber olvidado su chamarra. Traía el revólver visible y listo, entró a la vieja escuela y preguntó en donde estaba el salón de cuarto grado, por lo que un niño le señaló el último de lado derecho. Caminó lentamente hacia la puerta con la mano sobre el revólver, al llegar a la puerta vio al maestro sobre el escritorio, los alumnos permanecían en su lugar atendiendo el dictado.
-Profesor Gustavo, vengo a matarlo- Joaquín desenfundaba el revólver, cuando el profesor le replicó
-Pues que sea hoy- le dijo con un gesto burlón. El profesor quiso desenfundar pero Joaquín accionó más rápido, dos balas calibre 38 fueron suficientes, una en la frente y la otra en el corazón. El profesor cayó frente a sus alumnos. Los niños comenzaron a llorar y a gritar, todos comenzaron a salir de los salones como grandes olas de agua para ver qué había sucedido. Joaquín salió tranquilamente aún con el arma caliente en la mano. Al salir ya el comandante de la policía lo estaba esperando.
-Ya no hagas más pendejadas Jacinto, si quieres vivir debes tirar el arma.
Jacinto dudó en tirarla, pero vio al comandante apuntándole con la retrocarga y con el dedo listo para jalar el gatillo. Jacinto enseguida tiro el arma y fue apresado.
La noche anterior al evento había sido la gran fiesta de la hija de Don Sotero, cumplía 14 años y el hombre más rico del lugar quería hacer la fiesta que recordarán las personas el resto de su vida. Invitó a las grandes personalidades del pueblo: El Alcalde, el tendero Jacinto Barragán y su mujer, el doctor Agustín, el comandante Suárez y también el profesor recién llegado Gustavo quien llevaba pocos meses ahí, el cura Santaella llegó con sus acólitos. El rancho Laguna Seca se torno en todo un fandango, los huapangos sonaban mientras degustaban el gran banquete, la banda ponía a bailar a ricos y a también a los pobres que estaban allí.
Valeria y Gustavo llevaban meses viéndose a escondidas. Se conocieron en un evento escolar donde todo el pueblo fue invitado a ver el recital de los niños. Desde ahí Gustavo pudo olvidarse de esos ojos negros, siempre que tenía oportunidad le decía "Valeria, con esos ojos dices más que con las palabras" y no solo eso, Valeria era una mujer bien vestida y bien parecida, quien a pesar de ser una mujer de un carácter complicado, había sido seducida por el profesor. Habrá sido por esas canciones melodiosas, de excesivo amor o quizá por las nuevas ideas que siempre compartía cuando podía. Ni ella podía entenderlo.
-Mañana nos vamos de aquí- le dijo Gustavo con firmeza
-Nos vamos cuando salgas de la escuela, es cuando mis papás no están.
La cerveza se repartía por todos los comensales. Jacinto ya había abusado bastante del aguardiente, la cerveza solo ocasionó que se perdiera en el efecto etílico. El doctor Agustín se acercó a la mujer de Jacinto, aparentemente sobrio comenzó a seducirla y la convenció en irse. La noche comenzó a caer como una gran cortina oscura y espesa. Los grillos y las cigarras alimentaban aún más la oscuridad. El profesor Gustavo, por su parte ya había bebido más cervezas de la cuenta. Valeria molesta abandonó el lugar y fue seguida por el profesor. El comandante Suárez se había percatado de todo, como un espectador había estado entreteniéndose con todo lo que sucedía había escuchado. "Ese profesor ya se ganó a Valeria, cuando a mí ni me voltea a ver, un día de estos le daré un escarmiento". Mientras pensaba Jacinto despertó abruptamente, aún ebrio comenzó a buscar a su mujer con gritos.
- Tú mujer ya se fue Jacinto- le dijo Suárez de manera cínica.
-¿Cómo que se fue? ¿Con quién?- aparentemente Jacinto había recobrando un poco de sentido
Suárez se quedó callado, pensó en decir la verdad y pensó que eso iba a decir. El doctor Agustín se había llevado a su mujer. Pero dentro de sus pensamientos recordó a Valeria y escogió decir otro nombre: el profesor Gustavo.
- Yo solo vi al profesor Gustavo seguirla- dijo pero no te preocupes quizá vayan para el mismo camino, no estoy seguro.
Jacinto en su ebriedad se dispuso a ir a la casa del profesor. Gustavo ya se encontraba acostado, cuando lo despertaron varios tiros en su puerta, Jacinto gritaba: "ya no hay más profesor en este pueblo, ya lo maté" la gente que escuchó comenzó a correr el rumor. Se decía que el profesor había estado con su mujer y con muchas más, otros más decían que su casa servía como un lugar de perdición.
Suárez detuvo a Jacinto y lo procesó por homicidio. Jacinto alegó defensa propia y salió meses después. Valeria finalmente terminó casándose años después con Suárez. Dejaron de llegar maestros por más de 10 años.