Call You 𝗠𝗶𝗻𝗲

01. Una gota más no puede derramar el vaso.

Ellos suelen decir: «Un trago más no puede matarte» mientras el dolor de la agonía que escondía su miseria hacía guerra sobre su cuerpo.

El ruido estridente, las luces rojas, azules y blancas por todo el recinto, la multitud bailando y la segunda mitad bebiendo, zapatos caros y vestidos diseñados a la medida; todos esos componentes hacían de una noche normal en el Blue Creek, el bar más caro de la zona, lo cual lo hace el favorito de los jóvenes económicamente bien acomodados.

Jay Park estaba entre todos ellos, toda una celebridad sin algún talento aparente más allá de conquistar con la mirada y ser el hijo rebelde del excéntrico millonario James Park. Él nunca fue el «tipo perfecto» y siempre se rodeó de las personas más problemáticas de los lugares que pisaba, James odiaba eso, James quería un hijo recatado como los de sus mejores amigos, pues su familia era el tema principal en las reuniones a las que no asistían, pero eso no le importaba a su único heredero, él se sentía conforme con su estilo de vida alocado y la presión que lo hacía querer morir al salir del antro.

Pero algo no estaba bien y podía sentirlo cuando los efectos del alcohol disminuían. JongSeong ni siquiera tenía la edad mínima para poder ingerir aquellas bebidas que lo volvían un completo demente, pero al parecer una apariencia mayor y algunos billetes en el bolsillo del barman eran suficientes para complacer sus deseos, después de todo siempre obtuvo lo que quería desde que era un infante.

Ahí estaba por cuarta vez en la semana saliendo a las 03:00 A.M luego de tomar sin prudencia y ser corrido por los empleados del lugar justo cuando debían darle fin a su jornada.

Sus amigos: HeeSeung y YeonJun, cancelaron de último momento, pero él no renunciaría a sus planes por culpa de ellos, solo que no pensó en las consecuencias y en ese momento no tenía forma de regresar a casa. YeonJun, al ser el mayor en aquel grupo, siempre prestaba su auto y tomaba en menor medida para regresar a los dos mala copa que llevaba cada noche en la parte trasera de su auto diciéndo estupideces y algunas veces vomitando a casa. HeeSeung era –tal vez– el más tranquilo de los tres. Por supuesto que le gustaba el alcohol y las mujeres, ¿qué lugar mejor que un antro para obtener ambos? En ocasiones cuando perdía la cuenta de cuantos tragos de vodka había tomado, era un desconocido, nada del otro mundo, solo bailes sobre las mesas y besar extraños en los baños.

Jay se sentía cómodo con ellos y todo mundo decía que eso era lo que importaba, claro, ignorando por completo la forma en que de manera inconsciente podían ponerlo al filo del acantilado decidiendo entre seguir cuerdo o dañar un poco más sus gruesos riñones.

¿Un poco más de mierda no podría llenarlo?

Las calles de la ciudad eran frías y solitarias de madrugada. Ni siquiera un taxi pasaba por aquella avenida en la que Jay caminaba con los pantalones cayéndose y un abrigo Balenciaga arrastrándose sobre la cera, solo un ratón pasó a su lado, pero él fue incapaz de notarlo. Su cabeza comenzó a doler más y más con cada paso que daba, como si fuera a reventar en cualquier momento. Aunque era algo que pasaba seguido, aún no estaba acostumbrado.

Jay era afortunado y no lo sabía. En su ciudad existían tanto peligros, entre ellos los vagabundos en las calles, cualquiera podía verlo y arrebatarle todas sus pertenencias que vaya, no eran para nada económicas, más sin embargo, nunca ocurrió. Al menos hasta el 23 de Abril que un sujeto de edad avanzada, con el cabello seco como el desierto, ropa en mal estado y que su única pertenecía era un palo de escoba que llevaba a todos lados se acercó a él y no con buenas intenciones.

Jay entre cerró sus ojos pensando que se trataba de alguno de sus amigos, estaba en un grave error. El sujeto soltó una carcajada de felicidad retorcida cuando notó el olor a alcohol que era por poco menos notorio que el suyo a suciedad. Tomó aquel momento como una bendición que Dios había mandado desde el cielo.