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La confesión de Kim Seungmin se perdió como las hojas en otoño.

Renjun para ese entonces había cumplido quince años y se la pasaba dando vueltas en su habitación, mordiendo su uña y absolutamente todos los días esperando algún comentario relacionado a lo que el chico le había dicho meses atrás. Las cosquillas en su estómago no lo dejaban en paz y su corazón se aceleraba con algo tan simple como su presencia. Se había convertido en un niño emocionado con su dulce.

¿Así se siente el primer amor...? Era su pregunta diaria, porque, incluso si no tenía idea de cómo debería sentirse algo como eso, estaba seguro de que era muy cercano.

Llegó el otoño con ráfagas de viento, hojas débiles, lluvias por mil y un frío que le dolía en los huesos. A Renjun no solía gustarle mucho esas temporadas, ya que su casa era tan helada que tenía que abrazar una almohada toda la noche y contar hasta números infinitos, aguantando la temperatura y prometiendo a sí mismo que estaría bien al día siguiente. Además de eso, sus padres se ponían curiosamente más violentos e insoportables cuando el cielo se encontraba gris. Por supuesto que no podía ser la estación favorita de Renjun si sufría más de lo que vivía.

Sin embargo, a Seungmin le gustaba. Y bastante.

Luego de que Seungmin viese con sus propios ojos lo que le sucedía a Renjun cuando sus progenitores no se encontraban de buenas, las tardes las comenzó a pasar con los Kim, todo allí es cálido y pacífico. No hay gritos, no hay insultos, golpes, ni mucho menos palabras hirientes. La señora Kim amaba su estufa a leña y se la pasaba hablando sobre lo preciosa y gigante que se ve en la sala, mientras que el señor Kim acostumbraba a hacer café como si fuese para un ejército. Renjun se sentía en casa.

Y así también le comenzó a gustar el otoño, y más tarde, el invierno. Comenzó a comprender por qué eran las estaciones favoritas de Seungmin.

Todo en él se resumió a Seungmin.

Pero, al parecer, Seungmin no lo veía o simplemente prefería ignorarlo.

Un día muy helado como cualquier otro, Renjun se sentó frente a Seungmin en la larga mesa de reuniones de los Kim y decidió lanzarse al acantilado.

─¿Pasa algo? ─él le preguntó. No lo estaba mirando, pero le sintió llegar. Tenía la cabeza metida en un libro que años después se convertiría en su favorito y estaba abrigado como si fuese a la nieve─. Te noto extraño... ¿Te sientes incómodo por algo?

Renjun deseó enterrar su rostro en la pared. No podía ser que Seungmin siempre supiese cómo  se sentía, lo que iba a decir y lo que haría más tarde. Lo sabe leer tan bien que le asusta.

─Quiero pedirte algo.

─¿Qué cosa?

─Primero... ─suspiró ruidosamente y se estiró sobre la mesa para bajar el libro y así dejar a la vista el rostro cansado de Seungmin. Era tarde, casi medianoche, y ninguno de los dos acostumbraba a estar despiertos a esas horas. Incluso los señores Kim se habían ido a la cama hace un buen rato─... ¿Me puedes mirar?

─Ya lo estoy haciendo. ¿Qué pasa?

Y lo hacía siempre, sus ojos siempre estaban en Renjun, incluso cuando pensaba que no, Seungmin se encontraba analizando y observando de lejos cada acción que realizara.

Renjun solía pensar y también le gustaba convencerse de que era debido a lo que sucedía en su casa. Honestamente, él también se preocuparía por un completo desconocido si se enterase de que en su casa lo usan como saco de boxeo. No tiene que ser justo lo que su corazón enamorado e ilusionado le intentaba hacer creer.

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