Capítulo único.

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A Katsuki no le gustaban demasiado ese tipo de celebraciones, pero la verdad era que su novio nunca había tenido la oportunidad de celebrar y divertirse en alguna fiesta de pascua como era debido. Shōto se había perdido demasiado durante su niñez y al notarlo Katsuki se había jurado a él mismo que recrearía cuanto pudiera de aquella infancia que el bicolor no pudo tener por culpa del maldito bastardo de Endeavor.

Bien, sí; el viejo bastardo estaba cambiando, ¡pero Katsuki no podía perdonarlo así como así! Shōto estaba tratando de reconstruir su relación con su padre, y él no iba a interferir con ello —al contrario buscaba ser su apoyo—, pero eso no significaba que él simplemente ignoraría el sufrimiento que Shōto pasó, incluso aún estando en la academia, por culpa de Enji Todoroki. No, claro que no; el rencor seguiría, obvio que trataría de no afectar al bicolor con esto y dejaría las cosas por la paz por ahora.

El cenizo recuerda claramente cuando el bicolor le habló sobre su idea de perdonar a su padre, una noche fría de otoño. El menor dió muchas vueltas y trató de que su pareja le dijera qué era correcto o no hacer. En ese entonces, Katsuki le dijo que él no era nadie para decidir sobre su relación con su familia, que lo apoyaría fuera cual fuese su decisión, y que sería lo que él necesitara. Ante aquello Shōto sonrió un poco, recuperando el atisbo de brillo en sus ojos —que habían estado nublados por la incertidumbre— y por ese día, dejó de pensar momentáneamente en eso. Luego sólo dejó que las cosas fluyeran, no trató de acercarse más a su padre, pero tampoco se alejaba o renegaba ante los intentos de Enji de relacionarse nuevamente, esta vez de una manera sana.

El chico negó ante los recuerdos. Esa noche ya había sido hace varios meses atrás, y no sabía muy bien cómo sentirse al respecto. Sus sentimientos eran como un remolino y sinceramente se estaba preguntando si debería ir a un psiquiatra para descartar la duda de un posible trastorno bipolar, eso explicaría los arranques de ira que solía tener durante la secundaria y parte de la preparatoria —luego de ir a terapia, aprendió a controlar mejor sus emociones—, antes de que comenzara su relación con el menor de los Todoroki.

Aquella situación le hacía sentir demasiado. Se sentía feliz por Shōto, se veía un poco consternado al principio de su relación, pero ahora se notaba que la relación actual que mantenía con el patriarca de aquella familia le hacía bien; con Endeavor... bueno, se sentía realmente enojado cuando pensaba en él, el dolor que le causó a Todoroki, los traumas que le provocó e incluso recuerda cuando el menor tuvo un leve ataque de ansiedad en los dormitorios una vez, antes de que se graduaran; pero, sinceramente, la mayor emoción que albergaba Katsuki era miedo. Temía por Shōto.

¿Qué pasaba si Enji volvía a dañar a su novio? ¿Qué si Shōto no volvía a ser él mismo, si volvía a encerrarse en sí mismo como cuando se conocieron? ¿Si empezaba a suprimir sus sentimientos y a guardar su dolor dentro de él, de nuevo? Katsuki no estaba muy seguro de qué haría si aquel fuera el caso. Pero no, no debía sobrepensar demasiado y tampoco contar los pollos antes de que nazcan. Así que, con un resoplido, el rubio siguió con lo que estaba haciendo, que era picar un poco de pan y tomate y untando en las hogazas un poco de atún.

Bakugō estaba en la cocina, preparando alguno que otro bocadillo, mientras esperaba que el pequeño pastel del horno estuviera listo. Shōto llegaría en cualquier momento de su trabajo, hoy le había tocado patrullar por el centro comercial. El trabajo de un héroe nunca paraba, aun en las fiestas.

El cenizo sacó el pastel del horno cuando fue momento y luego de esperar brevemente a que se enfriara lo suficiente, comenzó a decorarlo. La puerta del departamento en el que vivían sonó en el instante en que el de ojos rubí acababa de decorar el pastel de fresas y chocolate.

—Estoy en casa —la voz fuerte pero calma de Shōto se dejó escuchar.

—Bienvenido —respondió Bakugō.

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