Resignación

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Oscar

Elegí vestirme en ropa formal y me perfumé más de lo habitual. Utilicé de pretexto la fiesta porque sabía que para convencerla a salir conmigo iba a ser complicado, pero para mi sorpresa, ella accedió muy rápido.

No puedo entender cómo ella y Suzan se tratan con confianza, como si fueran cercanas o amigas. ¿En qué momento sucedió? Lo que me hierve la sangre es que Jimena sea capaz de sonreírle de esa forma en que lo hizo en la mesa. No sé en qué está pensando esa mujer, no logro entenderla. ¿Podría ser que también le gustan las mujeres? No, no pienso compartirla con nadie, ni siquiera con Suzan. Eso equivale a dividir su cuerpo y tiempo, y no estoy dispuesto.

Ahora que los dos no tenemos compromisos, ni nos debemos a nadie, me gustaría que ambos nos viéramos más a menudo y, claro, fuera de la empresa.

Me topé con su ex pareja hace dos días y, cuando creí que sus intenciones para buscarme eran para reprocharme algo, me sorprendió el hecho de que no fue así. Aunque claro, me amenazó con patearme el trasero si me atrevía a lastimarla de la misma forma que lo hice hace años atrás. Ni siquiera sabía que él estaba al tanto de eso.

En realidad, jamás lo haría de nuevo. Los dos hemos cambiado y madurado. A veces pienso que la vida la trajo de vuelta a la mía, para que pudiera enmendar lo que le hice pasar, pero al mismo tiempo, es difícil sacar el tema con ella, pues siempre se pone reacia, seria y furiosa cuando lo hago. Esa mirada salvaje y asesina que me dedica, a veces me preocupa, creo que seré asesinado brutalmente un día de estos.

Jimena es difícil de tratar, por eso debo pensar antes de decir algo. Es como una bomba; hay que saber manejarla o te puede explotar en la cara.

En el restaurante habíamos quedado en que la recogería en su casa. Anoté su dirección y número de teléfono. Me dejó boquiabierto y perplejo cuando la vi en ese traje negro de manga larga, ceñido a sus apetecibles curvas. De largo le llegaba a la rodilla y por un lado se asomaba parte de su muslo, y eso era muy sexi. El escote era en forma de M, por lo que esos dos almohadones, donde desearía hundir mi rostro, se veían bien acomodados y formados. El encaje de las mangas conectaba con un tirante que estaba alrededor de su cuello, simulando un collar, y del mismo color que el traje. Me gustaría que el único collar que tuviera puesto en este momento en su cuello fuera mi mano. No suele usar mucho maquillaje, y realmente no lo necesita. Su cabello con ondas cae más abajo de su espalda baja, es el mismo al que me encantaría aferrarme en este instante. Su perfume es tan embriagante que me incita a fundirme en su piel con solo tener más de el.

Sentía la garganta seca. Tenía la sensación de que el corazón se había subido a mi oído, pues las palpitaciones podían oírse con suma claridad. Por más que luchaba conmigo mismo, era imposible apartar la mirada de ella; y ella lo sabía, porque esa sonrisa llena de picardía y malicia la delataba.

Centré la mirada en sus pechos bien formados y luego en sus labios rojos, trayendo a mi mente ese día que por primera vez los tuve y que todavía ahora me quemaba el hecho de saber que por más que deseara tenerlos, debía esperar a su mandato y aprobación para hacerlo. Lo mismo ocurre con su cuerpo entero. Me carcome la impotencia. No sé hasta cuándo pueda contenerme. Siento que la paciencia se agota y mis ansias incrementan, al borde de casi perder la razón y el control de mí.

Aunque pensé que recibir sus castigos sería suficiente para mí, la verdad del asunto es que deseo más. Ese deseo egoísta que hace tantos años atrás creí muerto y enterrado, vuelve a aparecer cada vez que la miro.

Me ocurrió lo mismo la primera vez que la vi en el colegio. En ese entonces todo apuntaba a ser un simple capricho, pero ese capricho se ha transformado en esto.

Se supone que tengo claro que esto es únicamente una cruel y agobiante venganza, y que el lugar donde ella desea verme es a sus pies, derrotado y humillado, y hasta ahora la he complacido y me he complacido hasta cierto modo a mí mismo, pero eso jamás será suficiente.

Todo lo que tenía; mi dignidad, mi ego, mi orgullo, nada de eso para mí era importante, pues había renunciado a todo eso ese día que me arrodillé ante ella. Lo que más me tortura, además de desearla y no tenerla, es tener que resignarme a verla marcharse sin mirar atrás y sin importarle nada de mí.

Mis pensamientos están tan desorganizados. Lo sé, es ridículo y patético de mi parte, esperar algo más de ella.

¿Cuándo acabará esto? No lo sé, pero lo único que tengo claro es que no quisiera que se terminara nunca, aunque eso implique renunciar a lo poco o nada que me queda; porque sé que al final valdrá la pena, siempre y cuando me siga haciendo suyo. Si para ella eso será lo único que podrá ofrecerme, entonces lo acepto con gusto y resignación.

—Te ves muy... candente.

—Lo sé — me atrajo hacia ella por el cuello de mi chaqueta —. No hay nada mejor que un hombre bien vestido y perfumado — hundió su cabeza en mi cuello y me deleité con la dulce fragancia de su cabello —. Por fin te tendré sin interrupciones — lamió paulatinamente sus labios, dejando para el final una mordida coqueta y sensual en su labio inferior. 

Sigilo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora