Capítulo X: Guerra

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-¿Acaso crees que voy a traicionar a mi familia, Dominus? Ni lo pienses. Prefiero adentrarme en las tinieblas del Hades y que las almas perdidas del río Estigia me arranquen la piel.

-¡Te voy a dejar más deforme de lo que estás como no empieces ya a trabajar!- exclamé, cabreándome más y más.

-Déjame a mí a Hefesto, cariño- dijo Nix, dando un paso adelante.

-¡Tú! ¡Traidora de mierda! ¡¿Cómo es que ayudas a semejante monstruo?!- gritó el dios intentando librarse de sus cadenas.

Esas cadenas eran unas reliquias del pasado. Una vez visité el Hades y las robé del Cerbero, el Sabueso Infernal.

-Ahora quédate quieto, inepto- dijo la diosa cuando comenzó a utilizar sus poderes con Hefesto.

El dios de la forja y el fuego se quedó totalmente estático y sus ojos se tornaron violetas.

-Guíanos a tu fragua y dinos qué materiales necesitas.

Hefesto hizo caso de la sencilla orden de Nix al instante, sin oponer resistencia alguna. El poder de Nix parecía ser enorme, porque no había necesitado luchar. Simplemente, había jugado con la mente de un dios, uno débil, pero al fin y al cabo, un dios. Comenzamos a seguir al dios por los oscuros pasillos del subsuelo de la Atlántida y, con una voz sin personalidad y tono seco, dijo:

-Materiales imposibles de obtener. Armadura de Ares ser excelente para poder forjar la armadura perfecta.

Ares, el primogénito de Zeus, el dios de la guerra, la representación de la ferocidad y bestialidad de las batallas épicas. Un poderoso dios que aún no había tenido la oportunidad de enfrentar.

-Para escudo y lanza necesitar un colmillo de León de Nemea y acero atlante.

-El cadáver del León se encuentra en el Templo de Caos- comentó Nix.

Cuando llegamos a la entrada del gran templo, vimos que la puerta de roca maciza estaba cerrada, así que la destrocé de una patada. Caminamos cautelosamente por los pasillos del palacio, porque sabíamos que tal vez había algún dios allí. En un momento, oímos unos pasos tan fuertes que el sonido atravesaba el grueso suelo de lapislázuli.

-Tú ves a por el colmillo. Si me disculpa, voy a divertirme un poco- dije, con una sonrisa debajo del pasamontañas.

Esperé a que Nix y el poseído Hefesto salieran de la sala y golpeé el suelo con tanta fuerza que lo derrumbé y dejé al descubierto un túnel por el cual estaban escapando Apolo y Atenea, la diosa de la guerra justa y la civilización.

-¡Corre, hermano!- gritó ella, y me miró con cara desafiante.

-Creo que deberías correr tú también.

Mi burla enfadó a la diosa y saltó hacia mí con su lanza en ristre. Esquivé el ataque y le intenté dar un fuerte derechazo en la cara que ella paró con su escudo. Volvió a atacarme ágilmente con su lanza y, para contrarrestarla, golpeé una pared cercana y le comencé a lanzar enormes rocas. La diosa esquivó algunas y otras las destruyó con el escudo en una embestida que había iniciado contra mí. Me clavó la lanza en el costado izquierdo y, casi sin inmutarme, me la arranqué, le quité el escudo y empecé a darle ráfagas de puñetazos en el torso y la cara que ella intentaba parar inútilmente, pues la sangre ya comenzaba a manar y a manchar mis nudillos. De un fuerte golpe en su mandíbula, le partí el casco en dos. En un momento, Atenea me agarró un brazo, me lanzó con muchísima potencia y me hizo atravesar tres paredes del templo. Me levanté, con la ropa rajada y rota, y me abalancé contra la diosa, con una furia desatada.

-¡Vete de la Atlántida, Dominus o sino...!- gritó Atenea parando mis golpes

-¡¿Qué haréis?! ¡JA, JA, JA! ¡¿Acaso me mataréis?!- exclamé mientras batallábamos y derrumbábamos el templo poco a poco.

-¡Encontraremos tu punto débil! A algo debes ser vulnerable, y juro por Caos que si lo encuentro, te haré sufrir, Mermado.

-¡Lo último por lo que podía sufrir era mi familia y me la arrebatasteis!- tumbé a la diosa.

-¡Es imposible que un monstruo como tú pueda haber sido amado por alguien!- dijo Atenea, intentando levantarse con sus últimas fuerzas.

Le agarré la pierna y comencé a darle vueltas hasta que con toda mi fuerza la lancé al techo del templo. La diosa lo atravesó y se fue muy lejos, hasta perderse en la oscuridad del océano. En ese momento, Nix se acercó a mí, con el poseído Hefesto y me dijo que mejor debíamos irnos.

-Lanza y escudo de Atenea con colmillo de León de Nemea ser ideales para armas- dijo Hefesto, mirando embobado las armas de Atenea.

Las agarré y volvimos a la fragua. Mientras caminábamos, notaba que mis heridas se cerraban, causándome un dolor inconmensurable, pero al que ya estaba acostumbrado. En el combate había notado que estaba un poco desentrenado y decidí practicar mientras Hefesto forjaba las armas. No obstante, aún necesitaba la armadura de Ares, así que debía enfrentarme a él, pero dejándolo vivo. Quería que la batalla fuese justa, es decir, que todos los dioses posibles se enfrenten a mí a la vez y con todo su poder.

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