La avioneta se alzaba sobre aquellos campos de amapola. Era el trayecto que solía tomar todos los días, en aquellas avionetas Cessna de fumigación podría darse aquel deleite visual que solo grandes paisajes pueden brindar como el triángulo Dorado, varias veces por semana viajaba de Sinaloa a Sonora, de Durango a Chihuahua. Atilano conocía las montañas y toda la zona accidentada que se compone por miles de kilómetros, los cultivos de marihuana que no debía sobrevolar. Recordó cómo con el paso del tiempo aquellos campos fértiles dónde sembraban frutas, frijol, maíz se convirtieron en grandes extenciones de amapola y marihuana. Atilano desconocía por completo que sería la última vez que volaría la zona.
El trabajo de fumigación era muy solicitado, las plagas habían consumido grandes cultivos de la zona, Chihuahua era el municipio donde se le solicitaba su servicio, meses trabajando de la misma forma, él ya era uno mismo con la majestuosa sierra madre. Atilano aprovechó para recargar combustible en aquella ciudad fronteriza, por lo que dió la señal a la torre de control que iba a descender. Aquella empresa había colocado pequeños puestos donde las naves eran controladas en el espacio aéreo. Justo al momento de bajar se encontró con la sorpresa de ver apostados a varios militares y apuntando a la aeronave. El encargado se encontraba encañonado por el Teniente.
-"Nos llego una notificación de que alguien de por aquí les anda dando armas a los guerrilleros, esos muertos de hambre no pueden solos, necesitan de su ayuda, así que me van diciendo de una vez o no los llevamos al cuartel". Atilano con su carácter sereno se acercó al militar. No había mucha diferencia de edad, a pesar de ya tener esa piel curtida por los climas tan extremos de la región, aún eran hombres fuertes y de mirada desconfiada.
-"Si gusta revisar las naves teniente, para que vean que solo hay equipo de fumigación. Aquí ya nadie ayuda a los guerrilleros, desde que están los cuarteles en la sierra ya no hay nada".
-"No te hagas pendejo- contestó el militar, si bien que saben que hace una semana un grupo de indios pendejos nos emboscó tres patrullas del ejército, así que mientras mis hombres revisan sus naves, tú me acompañas".Maniataron a Atilano, le taparon la cabeza y lo llevaron al cuartel. El calor seco del desierto era sofocante, los militares bebían agua mientras escupían la cara a Atilano. Un cabo le quitó la capucha, mientras el teniente de una vieja batería de carro chocaba los cables para sacar chispas.
-Te lo voy a volver a preguntar cabrón, tenemos información que ustedes andan ayudando a los guerrilleros. Así que me vas a dar nombres, espero no me mientas por qué si uno de mis hombres encuentra algo en tu aeronave, te va a cargar la chingada.
-No hay nada Teniente- respondía sofocado Atilano, empapado por ese sudor seco que solo se puede sentir ahí. Llevo años trabajando en esto, tengo familia e hijos, por favor.
-¡Familia madres, cabrón!, Hubieras pensado en ellos antes de andar ayudando a los pinches indios y su disque revolución. Aprendí bien de los gringos para sacar información, y te prometo que voy a aplicar lo aprendido. Los soldados levantaron a Atilano y lo acostaron en una mesa, las descargas eléctricas en las partes más nobles lo hacían sacar espuma por la boca, las pinzas hacían lo mismo para generar dolor intenso, interminable en la víctima, un dolor que al sentirlo se prefiere la muerte. Dichas tácticas también aplicadas en Vietnam y en Nicaragua. La tortura se llevó por media hora más. Lo único que permanecía intacta era la voluntad de Atilano, aunque cada vez su cuerpo se encontraba más débil debido a la gran cantidad de descargas eléctricas, y las pinzas cada vez se más manchaban de sangre.
Llegó uno de los soldados que estuvo a cargo de revisar la avioneta. - Teniente, este pobre cabrón no mentía, en la avioneta solo encontramos fumigadores. Ya madreamos a sus compañeros y nos dicen que solo trabaja y ya. Ni siquiera trabaja para Acosta, está limpio el cabrón, pues. La gente lo conoce y dicen que es de respeto, creo que ahora sí se le pasó la mano.
El teniente dió la orden que salieran todos del cuarto, saco un cigarro y lo prendió con desesperación, sus labios cada vez más secos por el calor y el tabaco, no decían ninguna palabra. Ordenó que todos reanudaran las tareas de patrullaje. -Martinez, Carrillo- ordenó el teniente, -se quedan conmigo, tenemos que regresar a este pendejo, lo madreamos feo, tenemos que hacerles ver a los indios que no pasó nada, para justificar, que nos muestre cuál es la zona que sobrevuela y poderlo culpar de algo.
Atilano se encontraba desorientado, sintió la muerte tan cercana, tan presente, nunca pensó que su final sería de esa forma. Los militares entraron al cuarto, le soltaron las manos y los pies. -Nos vas a mostrar cuál es la zona que sobrevuelas, así que nos llevas a dar un paseo. Se incorporó con gran dificultad, su respiración era limitada y estaba a punto de desmayarse.
-Denle Agua, rápido -grito el teniente. Subanlo al Jeep, vamos de regreso a la avioneta. Llegaron dónde estaba la nave, su compañero había sufrido el mismo destino que él. Atilano sintiendo impotencia, y de manera irónica les dijo a los militares -¿Qué esperamos?, quiero mostrarles mi ruta señores. Los militares cortaron cartucho de sus armas y se subieron a la nave. Atilano dirigió la avioneta hacia la pista de despeje, y comenzaba a la elevarse sobre aquellas montañas.
Los militares se sorprendieron al ver la tranquilidad con la que Atilano los veía. Llegaron al punto más alto del vuelo, la majestuosa sierra de Durango y Sinaloa parecía estar tan cerca que casi se podía tocar. Atilano tomó el radio y comenzó a narrar lo que había sucedido. La tortura de él, la de sus compañeros y amagó hacia los militares que se encontraban en la parte de atrás apuntandolo: - A ver cabrones, ahora yo soy el que manda, si quieren pueden usar sus armas, estaban muy valientes allá abajo ¿verdad?, pues ahorita ya se los cargo la chingada. Nos vamos a morir todos aquí, precisamente ya vamos con rumbo a Badiraguato. ¿Recuerdan que ahí tienen cuartel?, ahí nos vamos a estrellar señores.
El teniente junto con los soldados comenzaban a sudar más, sintieron miedo en las palabras de Atilano, vieron la muerte en su expresión desgastada. Ese miedo de tener la muerte tan cerca, de arrepentirse de aquella tortura tan atroz. Los que acompañaban al teniente no pasaban de los 25 años. Sus rostros jóvenes se miraban cada vez más preocupados, solo mentalizaban su muerte, se estrellarían sobre sus propios compañeros. Uno de ellos irrumpió llorando: - ¡Señor, no fue mi culpa, se lo juro, yo le decía al Teniente que parara, pero no quiso, no merezco morir así!
Para la sorpresa de los militares Atilano comenzó a reírse, movía el volante con rudeza, mientras los militares soltaban sus armas e imploraban piedad.El majestuoso triángulo Dorado se visualizaba, las amapolas tan bellas que recordaban a la belleza de las mujeres que por necesidad tenían que cultivarlas. El cuartel de Badiraguato se comenzaba a visualizar, los militares ya estaban esperando la aeronave para que descendiera. Atilano comenzó a descender con firmeza en dirección al cuartel. Los soldados miraban con asombro como la pequeña avioneta daba piruetas.
-"Atilano, los niños están en clase"- recibió una llamada de la Torre de control, -"si te estrellas, los niños de la primaria también se van a morir".Atilano colocó el piloto automático, volvió a tomar altura, con una mirada nuevamente de muerte, el teniente le dijo: -"mi mujer me está esperando, puedo recompensarte", mientras soltaba grandes sollozos, casi berridos. Atilano los desarmó y aventó sus armas al gran cañón. Volvió a descender y les dijo que los bajaría en el destacamento.
-"¿estuviste en Nicaragua, no?- Atilano hablo con rudeza-, "pues no te hagas pendejo, toma las cuerdas y bájate con los maricas de tus soldados, ya dejen de llorar me voy a morir perdonándoles la vida-.Nunca se supo más de Atilano, muchos rumoran que vive en Texas, otros aseguran que se estrelló en el cerro más accidentado de Sinaloa. Toda la gente lo recuerda con cariño.