El borracho embistió, y esta vez no hubo forma de esquivarlo. Fionna se agachó ante aquella furiosa arremetida, dando patadas y puñetazos y al mismo tiempo tratando de parar los golpes que lanzaba él. Uno de sus puños la alcanzó en las costillas, y quedó aturdida por la fuerza que llevaba. Inmediatamente se vieron rodeados por los vecinos; los pocos hombres jóvenes intentaban separar al borracho de Fionna, los mayores ayudaban propinándole patadas con los pies calzados con pantuflas. Fionna y el borracho rodaron por el suelo, y varios ancianos que estaban cerca fueron arrastrados también y chocaron contra el montón.
Fionna se golpeó la cabeza contra el suelo, y un puñetazo oblicuo la alcanzó en la mejilla. Se le había quedado un brazo atrapado debajo de un vecino caído por tierra, pero con la mano que tenía libre consiguió pellizcar al borracho en la cintura y retorcerle la carne con todas sus fuerzas. Él bramó igual que un búfalo herido.
Entonces, de repente desapareció, alguien lo levantó como si no pesara más que una almohada. Mareada, lo vio derrumbarse en el suelo a su lado, con el rostro aplastado contra la tierra y los brazos a la espalda mientras alguien le ponía unas esposas.
Logró incorporarse hasta quedar sentada y se encontró prácticamente frente a frente con su vecino el tipejo.
-Maldita sea, debería haberme imaginado que se trataba de usted -rugió él-. Debería detenerlos a los dos por borrachera y alteración del orden público.
- ¡Yo no estoy borracha! -exclamó Fionna indignada.
- ¡No, el que está borracho es él, y usted está alterando el orden!
La injusticia de aquella acusación la hizo ahogarse de rabia, lo cual fue una suerte, porque lo que iba a decir probablemente le habría valido un arresto de verdad.
A su alrededor, mujeres preocupadas ayudaban a sus maltrechos maridos a ponerse en pie, mimándolos afligidas y buscando arañazos o huesos rotos. Nadie parecía estar muy magullado tras la refriega, y supuso que la emoción vivida mantendría sus corazones en buena forma durante varios años más, por lo menos.
Unas cuantas mujeres se apiñaban en torno a la joven que había caído al suelo a causa del empujón, cloqueando y alborotando. La joven sangraba por la parte posterior de la cabeza, y los niños no cesaban de llorar, quizá por solidaridad, o quizá porque se sentían desatendidos; un momento después otros dos niños empezaron a lloriquear. A lo lejos se oyó el ruido estridente de unas sirenas que se acercaban por segundos.
En cuclillas junto al borracho cautivo, sujetándolo con una mano, Marshall miró a su alrededor con expresión de incredulidad.
-Dios -musitó, sacudiendo la cabeza.
La anciana que vivía al otro lado de la calle, con el cabello gris recogido con bigudíes, se inclinó sobre Fionna.
- ¿Se encuentra bien, querida? ¡Ha sido lo más valiente que he visto en toda mi vida! Debería haber estado aquí, Marshall. Cuando ese... ese matón empujó a Amy, esta joven lo tiró al suelo de culo. ¿Cómo se llama, querida? -le preguntó, volviéndose hacia Fionna-. Yo soy Betty Holland; vivo justo enfrente de usted.
-Fionna -respondió ella, y dirigió una mirada de pocos amigos a su vecino-. Sí, Marshall, debería haber estado aquí.
-Estaba en la ducha -gruñó él. Tras unos instantes preguntó-: ¿Se encuentra bien?
-Estoy perfectamente. -Fionna se puso de pie. No sabía si estaba bien o no, pero al parecer no tenía ningún hueso reto y no se sentía mareada, de modo que no podía haber sufrido grandes daños.
Él le miraba las piernas desnudas.
-Está sangrando por la rodilla.
Fionna se miró y vio que el bolsillo izquierdo de sus pantalones cortos de algodón estaba casi desgarrado. Un reguero de sangre le corría espinilla abajo procedente de un arañazo en la rodilla derecha. Arrancó de un tirón lo que quedaba del bolsillo y se apretó la tela contra la herida.
-No es más que un rasguño.
La caballería, en forma de dos coches patrulla y una camioneta de servicios médicos, llegó con un despliegue de brillantes luces. Varios agentes uniformados empezaron a abrirse paso por entre la multitud, mientras que los vecinos guiaban a los enfermeros hacia los heridos.
Treinta minutos después, todo había terminado. Unas máquinas retiraron los dos automóviles y los agentes de uniforme se habían llevado al borracho. A la joven herida, con sus hijos detrás, la llevaron a urgencias para que le dieran unos puntos en la herida de la cabeza. Todas las heridas leves habían sido lavadas y vendadas, y los ancianos guerreros fueron conducidos a sus casas.Fionna aguardó hasta que se hubo ido el personal médico, y entonces despegó la enorme gasa y el esparadrapo que le cubrían la rodilla. Ahora que había desaparecido toda emoción, se sentía agotada; lo único que deseaba era una ducha caliente, unas galletas de chocolate y una cama. Bostezó y echó a andar calle abajo, en dirección a su casa.
Marshall el tipejo la alcanzó y se puso a caminar a su lado. Ella lo miró un momento y luego volvió a fijar la vista al frente. No le gustaba la expresión de su cara ni su manera de erguirse sobre ella como si fuera un nubarrón. Maldición, aquel hombre era bien grande; mediría algo más, bastante más de metro ochenta, y poseía unos hombros que parecían tener una anchura de un metro.
- ¿Siempre se mete con los pies por delante en situaciones peligrosas? -le preguntó él en tono conversacional.
Fionna reflexionó un instante.
-Pues sí-dijo por fin.
-Cómo no.
Fionna se detuvo en medio de la calle y se volvió para encararse con él, con las manos apoyadas en las caderas.
-Oiga, ¿qué se supone que debía haber hecho, quedarme allí mirando mientras ese hombre sacudía a la pobre mujer hasta hacerla papilla?
-Podría haber dejado que lo sujetaran un par de hombres.
-Ya, claro, nadie lo estaba sujetando, de modo que no me senté a esperar.
En aquel momento dobló la esquina un coche que se dirigió hacia ellos. Marshall la tomó del brazo y la apartó a un lado.
- ¿Cuánto mide usted... uno cincuenta y ocho? -le preguntó, examinándola. Fionna lo miró con gesto torcido.
-Uno sesenta y tres.
Él puso los ojos en blanco y una expresión que decía: «Sí, claro». A Fionna le rechinaban los dientes. Medía uno sesenta y tres... casi. ¿Qué importancia tenía un centímetro más o menos?-Amy, la mujer a la que ha agredido ese hombre, mide fácilmente siete centímetros más que usted y probablemente pesa como doce kilos más que usted. ¿Qué la hizo pensar que podría con él?
-No lo hice -reconoció Fionna.
- ¿Qué es lo que no hizo? ¿Pensar? Eso está claro.
No puedo pegar a un policía, pensó ella. No puedo pegar a un policía. Se lo repitió a sí misma varias veces. Por fin consiguió decir, en un tono admirablemente neutro:
-No pensé que fuera a poder con él.
-Pero de todos modos lo golpeó.
Ella se encogió de hombros.
-Fue un instante de locura.
-Ahí estamos de acuerdo.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Se detuvo otra vez.
-Mire, ya estoy harta de sus comentarios sarcásticos. Le impedí que continuara pegando a aquella mujer delante de sus hijos. Enfrentarme así a él no fue muy inteligente que digamos, y me doy perfecta cuenta de que podría haberme hecho daño. Pero volvería a hacerlo. Ahora llévese su maldito culo calle abajo, porque no quiero que camine a mi lado.
-Qué dura -dijo él, y la agarró de nuevo del brazo.
Fionna se vio obligada a andar o a ser arrastrada. Como él no iba a permitirle irse sola a su casa, apretó el paso. Cuanto antes se separase de él, mejor.
- ¿Tiene prisa? -preguntó él aflojando la mano con que le sujetaba el brazo y obligándola a seguirle el ritmo, más despacio.
-Sí. Voy a perderme lo... -Trató de recordar lo que daban por televisión, pero tenía la mente en blanco-. Bubú está a punto de escupir una bola de pelo, y quiero estar presente.
-De modo que le gustan las bolas de pelo.
-Son más interesantes que mi compañía actual -repuso Fionna en tono meloso. Él hizo una mueca.
-Eso me ha dolido.
Por fin llegaron a la altura de la casa, y el vecino tuvo que soltarla.
-Póngase hielo en la rodilla para que no le salga un moretón -le dijo.
Ella asintió, dio unos pasos, pero se volvió, y lo vio a él todavía de pie al final del camino de entrada, observándola.
-Gracias por poner un silenciador nuevo.
Él hizo ademán de ir a decir algo sarcástico, Fionna lo vio en la expresión de su cara, pero entonces se encogió de hombros y se limitó a decir:
-De nada. -Luego hizo una pausa-. Gracias por mi cubo de la basura nuevo.
-De nada.
Ambos se miraron fijamente el uno al otro por espacio de unos segundos, como si estuvieran esperando para ver cuál de los dos reanudaba la pelea, pero Fionna puso fin al empate dando media vuelta y entrando en la casa. Cerró la puerta con llave y permaneció allí de pie unos instantes, contemplando el salón acogedor, ya familiar, que sentía como su propio hogar. Bubú había vuelto a atacar los almohadones; vio más relleno desparramado por la moqueta.
Dejó escapar un suspiro.
-A la porra con esas galletitas de chocolate -dijo en voz alta-. Esto se merece un helado.
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El hombre perfecto (fiolee)
Fiksi PenggemarAutor(CREADORA): →Rariana8 en DevianArt ← Representa en Wattpad: @Silence_SWS ¡Muchas gracias! Por leer, votar y comentar. [LA HISTORIA NO ES MÍA] ✅HISTORIA FINALIZADA✅