capitulo 17

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ADVERTENCIA::: NO ME HAGO RESPONSABLE DE HEMORRAGIAS NASALES, O TODO LO QUE PUEDA PASAR EN ESTE CAPITULO (YO YA AVISE QUE NO CENSURARIA ESTE TIPO DE CAPITULOS)

-Mira -dijo en voz baja interrumpiendo la arenga de Cake-. Ya me he cansado de que Finn y tú supongan automáticamente que yo tengo la culpa sin preguntarme siquiera cómo ha comenzado todo esto. Él está enfadado conmigo por el coche y tú estás enfadada por el gato, así que los dos atacan sin preguntarme si me encuentro bien con toda esta atención por el asunto de la lista, y si se hubieran parado a pensar un instante, sabrían que no me encuentro bien en absoluto. Acabo de decirle a Finn que me bese el culo, y ¿sabes una cosa, Cake? Tú puedes hacer lo mismo. -Y con eso, volvió a colgar el teléfono a otro hermano más. Gracias a Dios ya no tenía ningún otro.
-Ahí tienes un ejemplo de mi talento como pacificadora y mediadora -le dijo a Bubú, y enseguida tuvo que parpadear para reprimir la humedad que se le había formado en los ojos, inusual en ella.
El teléfono sonó una vez más. Lo desconectó. Los números del visor de mensajes del contestador automático indicaban que había demasiados. Los borró sin escuchar ninguno de ellos y fue al dormitorio para quitarse la ropa de trabajo. Bubú la siguió en silencio.
La perspectiva de obtener alguna clase de consuelo de Bubú resultaba dudosa, pero de todas formas lo levantó del suelo y le frotó la cabeza contra su propia barbilla. El gato toleró la caricia durante un minuto -al fin y al cabo, ella no estaba haciendo lo que le gustaba, rascarle detrás de las orejas- y después se zafó de su abrazo y alcanzó el suelo de un ágil salto.
Fionna se sentía demasiado tensa y deprimida para sentarse y relajarse, ni siquiera para comer. Podría quemar algo de energía lavando el coche, pensó, y se apresuró a ponerse un pantalón corto y una camiseta. El Viper no estaba muy sucio -llevaba dos semanas sin llover-, pero le gustaba verlo reluciente. La tarea de lavarlo y sacarle brillo, además de quemar estrés, le resultaba gratificante para el alma, y en aquel momento, decididamente, necesitaba algo que le produjera ese efecto.
Mientras cogía las cosas que iba a necesitar para embellecer el Viper, iba echando humo. Le estaría bien empleado a Cake que ella le llevase el gato a su casa y lo dejara allí para que le destrozara los sofás; dado que Cake tenía muebles nuevos - siempre parecía tener muebles nuevos-, seguramente no se tomaría de manera tan optimista como ella el hecho de quedarse sin el relleno de sus almohadones. Lo único que le impedía trasladar de casa a Bubú era el hecho de que su madre le había confiado la custodia del gato a ella, no a Cake.
En cuanto a Finn... Bueno, la situación era muy parecida. Habría trasladado el automóvil de su padre al garaje de su hermano, excepto por el hecho de que su padre le había pedido a ella que se lo cuidara, y si le ocurría algo mientras estaba bajo la custodia de Finn, ella se sentiría doblemente responsable. Lo mirara como lo mirara, estaba atrapada.

Después de juntar bayetas, un cubo, jabón especial para coches que no desluciera el brillo, cera y limpiacristales, dejó salir a Bubú al porche de la cocina para que pudiera observar la tarea. Como a los gatos no les gusta el agua, ya supuso que Bubú no mostraría mucho interés, pero deseaba estar acompañada. El gato se acomodó en un lugar iluminado por el sol de la tarde y enseguida se entregó a una siesta felina.
En el camino de entrada del vecino no se veía el magullado Pontiac marrón, de modo que no tendría que preocuparse por salpicarlo sin querer y provocar la ira de Marshall, aunque, en su opinión, no le vendría mal un buen lavado. Probablemente tampoco le serviría de mucho -estaba demasiado destrozado para que el hecho de embellecer su superficie fuera a marcar alguna diferencia- pero es que la ofendían los coches sucios. El coche de Marshall la ofendía enormemente.
Se puso a lavar y aclarar laboriosamente, un lado cada vez, para que el jabón no tuviera tiempo de secarse y dejar manchas. Se suponía que aquel jabón en particular no dejaba manchas, pero no se fiaba. Su padre le había enseñado a lavar un coche de aquella forma, y nunca había encontrado un método mejor.
-Eh.
- ¡Mierda! -exclamó Fionna. Dio un salto en el aire y se le cayó la bayeta enjabonada. El corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. Se giró bruscamente con la manguera en la mano.
Marhsall saltó hacia atrás cuando el agua le roció las piernas.
-Tenga cuidado con lo que hace, joder-exclamó. Fionna se enfureció al instante.
-Muy bien -dijo en tono conforme, y entonces le lanzó el chorro de agua directamente a la cara.
Marshall soltó un rugido y se hizo a un lado. Fionna permaneció donde estaba, manguera en mano, mirando mientras él se pasaba la mano por el rostro mojado. El primer ataque, accidental, le había mojado los pantalones de rodillas para abajo. El segundo había alcanzado buena parte de la camiseta. Tenía toda la parte delantera empapada y pegada a la piel como si fuera yeso. Fionna procuró no fijarse en la dura superficie de su pecho.
Ambos se encararon el uno con el otro como pistoleros, separados por no más de tres metros.
- ¿Está mal de la cabeza? -dijo Marshall medio gritando.
Fionna volvió a mojarlo de lleno. Esta vez lo hizo a conciencia, persiguiéndolo con el chorro de agua al tiempo que él intentaba escabullirse.
- ¡No me diga que estoy mal de la cabeza! -le gritó. Puso un dedo en la boquilla para estrechar la abertura y conseguir así más fuerza y más distancia-. ¡Ya estoy harta de que la gente me eche la culpa de todo! -Volvió a alcanzarlo en la cara-. ¡Maldita sea, estoy hasta las narices de usted, de Cake y Finn, de todo el mundo en el trabajo, de todos esos estúpidos reporteros, y de que Bubú me destripe el sofá! Estoy harta, ¿me oye?
Marshall cambió súbitamente de táctica, de la evasión al ataque. Se acercó agachado, igual que un defensa, sin intentar esquivar el chorro de agua que apuntaba hacia él. Aproximadamente medio segundo demasiado tarde, Fionna intentó apartarse a un lado. Marshall la embistió con el hombro en la cintura, y el impacto la empujó contra el Viper. Rápido como una serpiente atacando, le arrebató la manguera de la mano. Fionna forcejeó para recuperarla, pero Marshall la obligó a volver a su sitio y la sujetó contra el coche con todo su peso.
Los dos respiraban agitadamente. Marshall estaba empapado de pies a cabeza, y el agua que chorreaba de su ropa fue empapando la de ella hasta que estuvo igual de mojada que él. Lo miró furiosa, y él hizo lo mismo, las narices de ambos a sólo unos centímetros la una de la otra.
Marshall tenía las pestañas llenas de gotitas de agua.
-Me ha mojado adrede -la acusó, como si no pudiera creer que ella hubiera hecho semejante cosa.
-Usted me ha asustado -lo acusó Fionna a su vez-. Ha sido sin querer.
-Eso ha sido la primera vez. La segunda vez, lo ha hecho a propósito.
Ella afirmó con la cabeza.
-Y ha dicho «mierda» y «maldita sea». Me debe cincuenta centavos.
-Ahora tengo reglas nuevas. Usted no puede incitarme a la violencia y después multarme por recurrir a la violencia.
- ¿Está tratando de librarse de pagarme? -preguntó Marshall, incrédulo.
-Así es. Todo es culpa suya.
- ¿Cómo es eso?
-Me ha asustado adrede, no intente negarlo. Eso hace que la culpa en primer lugar le corresponda a usted. -Probó a debatirse un poco para zafarse de la presión que ejercía Marshall con su peso. Maldita sea, cuánto pesaba. Y estaba casi tan rígido como la chapa de metal que tenía detrás.
Marshall aplastó su intento de fuga apretándose aún más contra ella. El agua que le empapaba la ropa empezó a gotear por las piernas de Fionna.
- ¿Y la segunda vez?
-Usted ha dicho j... -Fionna se interrumpió a sí misma-. Mis dos insultos juntos no son, ni mucho menos, tan groseros como el único que ha pronunciado usted.
- ¿Qué pasa? ¿Ahora tenemos un sistema de puntos?
Fionna lo fulminó con la mirada.
-Mire, yo no habría dicho ninguna de esas dos cosas si: (a), usted no me hubiera asustado, y (b), usted no me hubiera lanzado una palabrota la primera vez.
-Puestos a echar las culpas, yo no habría dicho un insulto si usted no me hubiera mojado.
-Y yo no lo habría mojado si usted no me hubiera asustado. ¿Lo ve? Ya le he dicho que todo es culpa suya -dijo Fionna en tono triunfante, ladeando la mandíbula.
Marshall respiró hondo. Aquel movimiento de su pecho aplastó los pechos de Fionna aún más de lo que ya estaban y la hizo tomar conciencia de sus pezones. Sus pezones tenían plena conciencia de la presencia de él. Oh. Sus ojos se agrandaron, súbitamente alarmados.
Marshall la observaba con una expresión indescifrable.
-Suélteme -le espetó, más nerviosa de lo que le importaba ocultar.
-No.
- ¿Que no? -repitió Fionna-. No puede decir que no. Retenerme contra mi voluntad es ilegal.
-No la estoy reteniendo contra su voluntad; la estoy reteniendo contra su coche.
- ¡Por la fuerza!
Él lo reconoció encogiéndose de hombros. No parecía estar muy alarmado por la perspectiva de infringir alguna ley que prohibiera maltratar a vecinas.
-Suélteme -volvió a decir Fionna.
-No puedo.
Ella lo miró suspicaz.
- ¿Por qué no? -En realidad temía saber por qué no. Aquel «por qué no» llevaba ya unos minutos aumentando de tamaño dentro de los pantalones mojados de Marshall. Fionna estaba haciendo todo lo humanamente posible para ignorarlo, y de cintura para arriba, excepto por los indisciplinados pezones, lo estaba logrando. De cintura para abajo había caído en un abyecto fracaso.
-Porque voy a hacer algo de lo que me arrepentiré. -Marshall sacudió la cabeza en un gesto negativo, como si no se comprendiera a sí mismo-. Sigo sin tener a mano un látigo y una silla, pero qué diablos, me arriesgaré.
-Espere -gimió Fionna, pero ya era demasiado tarde. Vio cómo bajaba hacia ella su cabeza oscura.
La tarde desapareció de repente. De lejos, en la calle, le llegó el grito de un niño que rompía a reír. Pasó un coche. El ruido amortiguado de unas tijeras de podar alcanzó sus oídos. Todo aquello pareció lejano y desconectado de la realidad. Lo real era la boca de Marshall sobre la suya, aquella lengua que se enredaba con la suya, el aroma masculino de su cuerpo que penetraba por sus fosas nasales y le llenaba los pulmones. Y el sabor... oh, aquel sabor. Marshall sabía a chocolate, como si acabara de comer una chocolatina. Sintió deseos de devorarlo.
Fionna reparó en que estaba aferrándose con los puños a la tela mojada. De una en una, sin interrumpir el beso, separó las manos de la camiseta de Marhsall y las colocó alrededor de su cuello, permitiéndole acomodarse más plenamente contra ella, desde el hombro hasta la rodilla.
¿Cómo era posible que un simple beso la excitara de aquella forma? Pero no era un simple beso; Marshall empleaba todo su cuerpo, rozándole los pezones contra su pecho hasta que la fricción los hizo erguirse, duros y sensibles, moviendo el bulto que formaba su erección contra el estómago de ella en un ritmo lento y sutil que de todos modos resultaba más potente que una ola marina.
Fionna oyó el sonido salvaje y ahogado que surgió de su propia garganta e intentó trepar por el cuerpo de Marshall, elevarse hasta una posición en la que aquel bulto surtiera el máximo efecto. Estaba ardiendo, abrasada de calor, medio enloquecida por aquel súbito embate de necesidad y frustración sexual.
Marshall todavía sostenía la manguera en una mano. Rodeó a Fionna con los brazos y la levantó los pocos centímetros que hacían falta. El chorro de agua se arqueó peligrosamente, salpicó a Bubú y lo hizo saltar a un lado con un bufido de enfado, luego chocó contra el coche y los empapó aún más a ellos dos. Pero a Fionna no le importó. Tenía la lengua de Marshall dentro de su boca y las piernas alrededor de las caderas de él, y aquel bulto estaba justo donde quería que estuviera.
Marshall se movió -otro de aquellos roces sutiles- y Fionna a punto estuvo de alcanzar el climax con Marshall allí mismo. Hundió las uñas en la espalda de Marshall y emitió un sonido gutural al tiempo que se arqueaba en sus brazos.
Marshall apartó su boca de la de ella. Estaba jadeante, con una expresión ardiente y salvaje en los ojos.
-Vamos adentro -dijo en un tono tan grave y ronco que casi resultó ininteligible, poco más que un gruñido.
-No -gimió Fionna-. ¡No pares! -Oh, Dios estaba cerca, muy cerca. Volvió a arquearse contra él.
- ¡Por Dios santo! -Marshall cerró los ojos. Apenas podía reprimir una expresión contraída por el deseo-. Fionna, no puedo follarte aquí fuera. Tenemos que entrar.
¿Follar? ¿Dentro?
¡Dios del cielo, estaba a punto de hacerlo con él y aún no había empezado a tomar la píldora!
- ¡Espera! -chilló presa del pánico, empujando contra sus hombros y desenrollando las piernas para ponerse a dar patadas-. ¡Para! ¡Suéltame!

El hombre perfecto (fiolee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora