22 - Entre los árboles del bosque

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Cuando la vi por primera vez, me había parecido salida de una ensoñación, atrayendo toda la luz a su alrededor y extendiéndola infinitamente; muchas veces, las primeras impresiones que se tienen de las personas, son, en realidad, las señales más c...

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Cuando la vi por primera vez, me había parecido salida de una ensoñación, atrayendo toda la luz a su alrededor y extendiéndola infinitamente; muchas veces, las primeras impresiones que se tienen de las personas, son, en realidad, las señales más claras de toda su verdad.

Así que, todo lo que había sentido esa noche, era la realidad.

Siempre me había encontrado pensando en cosas irreales, creando escenarios que escribir en cualquier momento, vivir de la ficción y la fantasía siempre había sido mi componente natural. Estaba destinada a vivir de la fantasía, de alguna forma u otra.

Seguíamos en su cuarto, en su cama, el sol había salido hace tiempo y los sonidos de la casa nos habían despertado a ambas. Olía al aire fresco atravesando las ventanas y a comida cociéndose abajo en la cocina. Se removió y haló las sábanas hacia su lugar hasta taparse completamente, dejándome sin un centímetro de cobijo. Cerré los ojos y actué como si estuviese dormida de nuevo y tomé la cobija con fuerza para arroparme.

Escuché su sonido de indignación y me reí en silencio; al menos hasta que "en sueños" se giró y me empujó "sin querer" al piso. Al principio se escuchó su risa suelta, pero seguí con mi obra y me quejé de dolor. Tan pronto como gemí de dolor, ella asomó su cabeza para verme tirada en el piso, abrazando mi brazo izquierdo. Sus pupilas se dilataron y ocultó un jadeo tras su mano. Se arrodilló a un lado y acercó su mano como si quisiera hacer algo para enmendarlo. La culpa empezaba a carcomerme.

—¿Te lastimé?

—No.

Tras esa palabra siguió mi risa ahogada tan pronto como ella se dió cuenta de mi jugarreta. Se levantó en la cama y me lanzó todas las almohadas encima, sin yo poder dejar de reír.

Al quedarse sin municiones y yo sin aire, se sentó en el borde de la cama, mirándome con una mueca orgullosa marcando su rostro.

—Esta guerra de almohadas no es justa si no puedo moverme —intenté defender.

—Esta sí lo es—respondió levantándose, y mirándome de reojo soltó, escondiendo un atisbo de sonrisa—: La tenías merecida.

—Me gusta tu faceta de cuasi maldad. Es como si un arcoíris quisiera destruir a la humanidad con sus colores brillantes.

Los sonidos de la cocina, las voces de nuestros amigos pasaron un murmullo imperceptible que solo estaba de fondo. Su cara estaba a centímetros de la mía y a mi mente volvió parte de la conversación que escuché en la noche, pero volví a ignorar eso y dejarlo para después. Una sonrisa maliciosa fue el anticipo a una frase que me dejó en muchos estados de impresión al mismo tiempo. Sobre todo de curiosidad si mi mente lo asociaba con los borrones de la conversación que había tenido con su madre la noche anterior.

—Todavía queda mucho por ver. Las personas son como cuadros, hay muchos colores que lo hacen ser lo que es.

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Las almas de Halia y MayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora