I. DÍAS DE TORMENTA

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El portazo violento hizo eco en el vacío del apartamento una vez que Juliana traspasó el umbral; tal pareciera que la elegante placa de madera fina fuera el peor de sus enemigos en ese momento o, por lo menos, el receptáculo de toda la furia, frustración y malestar acumulados durante la última semana y, especialmente, durante las últimas horas de ese desdichado día.

Sin siquiera detenerse ante el golpe seco de las llaves al chocar escandalosamente contra la cerámica del cuenco en el que solían ser depositadas -con mucho más cuidado, bajo circunstancias normales-, Juliana se siguió de largo hacia su habitación, ignorando deliberadamente las protestas de su estómago tras más de ocho horas de ayuno y el dolor de cabeza punzante que nacía en su nuca e irradiaba a cada parte de su cráneo.

Se dirigió directo a la ducha, obligándose a no distraerse a su paso por el enorme vestidor en el que la mitad de las prendas le recordaban a su esposa, su interminable ausencia y el silencio insoportable con el que habían estado lidiando desde hacía dos días.

Se desvistió de mala gana, intentando soltar, junto con las prendas, el pesar y la ansiedad que sentía adheridos a ella como una segunda piel desde esa desgraciada noche en que una discusión estúpida había escalado hasta salirse totalmente de proporción; siendo esa pelea la despedida que le dio a su esposa antes de que ella tomara el vuelo que la mantendría al otro lado del mundo por diez días que se estaban volviendo dolorosamente eternos.

Dejó correr el agua caliente por su piel perfecta que en ese momento sentía fría, abandonada, sola tras tanto tiempo sin ser recorrida por las caricias expertas de su mujer. Apoyó una de sus manos contra los lujosos mosaicos de la pared, mientras con la otra enjugaba las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Ya no tenía ánimos ni energías para seguir conteniendo el llanto que durante todo el día reprimió hasta el grado de sentir la garganta adolorida por tantos nudos que tuvo que tragarse a punta de pura terquedad. Lo que empezó como una cascada incesante de lágrimas silenciosas se fue transformando gradualmente en un torrente de violentos sollozos que la estremecían sin piedad.

Era la tensión y tristeza acumulados; era la nostalgia y el anhelo por la mujer que para Juliana significaba todo y más: su vida, su mundo, su alma, su felicidad...su razón de ser. Y no es que se tratara sólo de su ausencia temporal; eso era algo a lo que ambas estaban relativamente habituadas, dadas sus respectivas responsabilidades laborales. En ese momento era la combinación penosa de la ausencia y el distanciamiento al que esa desgraciada pelea las estaba sometiendo... innecesariamente, pensaba Juliana con rabia y pesadumbre; totalmente innecesaria la discusión y todas sus malditas consecuencias.

Terminó de ducharse con apenas consciencia de lo que estaba haciendo. Secó su cuerpo junto con los restos de sus lágrimas y se acercó a esa parte del vestidor de la que había estado rehuyendo últimamente. Recorrió superficialmente con la palma de su mano las ropas de Valentina, dejando que un aluvión de hermosos recuerdos desfilaran por su mente a la vista de cada una de esas piezas... Muchas de las cuales habían sido creadas por ella especialmente para la hermosa dueña de su amor y su vida: su musa eterna.

Finalmente llegó al cajón en el que estaban guardadas los pijamas de su mujer; eligió un conjunto de franela a cuadros que solía ser el favorito de Val en las noches más frías; se enfundó en él, dejando que la envolviera el aroma del suavizante de telas así como los recuerdos de las noches en que el cuerpo de su diosa había sido despojado de esas prendas por sus manos hábiles.

Caminó hasta la cama con actitud derrotada, dejándose caer en ella al tiempo que tomaba el celular que había abandonado ahí en un vano intento de calmar esa compulsión por estar verificando cada cinco minutos -o menos, siendo sincera- si por fin llegaba algún mensaje, audio o llamada de Valentina. Nada. En todo ese día -igual que el anterior- no había recibido ni una señal de su esposa. Justo ese preciso día había elegido Val para guardar absoluto silencio.

REDENCIÓN-JULIANTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora