Big boss man (Jaymz)

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No es que sea mi cosa favorita. Ni siquiera era algo que buscaba, pero, eventualmente la soledad deja de ser atractiva. Y no es que ahora haya un vacío llenado, al contrario, va en creciente.

Cuando me contrataron como fotógrafa oficial del tour, me sentí inalcanzable. 28 años recién cumplidos, haciendo el trabajo de mis sueños, viajando por el mundo con la banda que hizo mi infancia/adolescencia emocionante, ¿Qué más podía pedir?

Ellos siempre fueron amables, dóciles a mis instrucciones para buenas tomas, inteligentes para compartirme su sabiduría y el respeto mutuo imperaba. Sin embargo, hubo una noche en que unos ojos salvajes color azul se colaron en mis sueños, y ya no fui capaz de desprenderlos mí. Era patético, se sentía como en mis tiempos de preparatoria, cuando me enamoré de mi profesor de matemáticas avanzadas. Ese gusto por hombres mayores me había perseguido toda la vida.

No era capaz de encararlo, no podía sostenerle la mirada más de cinco segundos pues sentía que leería en mi mirada todo lo que había estado soñando en las últimas noches. Eran sueños intensos, de esos que al despertar, te encuentras agitado y sudando; luego, por supuesto, maldices haber despertado.

Decidí con urgencia que debía alejarme de él cuando lo vi con su esposa y aun así pensé que era capaz de enredarme con él. No es que realmente hubiera un lazo más allá de lo profesional que nos uniera, pero debía evitar a toda costa interactuar demasiado con él.

Pero como buen hombre, notó mi cambio de actitud.

Sus saludos dejaron de ser un gesto y comenzaron a ser abrazos prolongados con pinta de ser casuales, por ejemplo, cuando teníamos alguna pequeña junta, pasaba su brazo sobre mis hombros y así se mantenía todo el turno, ¿pero qué podía pensar la gente? James sólo estaba siendo él mismo. La diferencia entre nuestras estaturas sí que era considerable, y me intimidaba como chica de 17 años el poder de su presencia sobre mi cuerpo.

Un día cualquiera llegó a mi habitación del hotel un paquete, cuando lo abrí casi me da un infarto. Era una cámara antigua descontinuada (por supuesto) valuada en miles de dólares, un equipo que cualquier fotógrafo profesional mataría por tener. Había una notita contundente:

"No hace falta decir "gracias" con palabras. J"

Aquella notita terminó con mi última nota de cordura. Recuerdo que se me nubló el juicio, dando paso a una lujuria incontenible. Me sentía húmeda incluso antes de tocar la puerta de su habitación. Mi locura, sus ojos, me recibieron con calidez y una sonrisa de anticipada victoria. Cuánto odiaba a los hombres como él.

Me invitó a pasar y conversamos un poco, ambiguamente. Sólo estábamos alargando una situación de la que ya no podíamos huir.

-Tengo que agradecer por la cámara...

-Ah -interrumpió- dije que sin palabras...

Entonces, después de un prolongado silencio y unas miradas retadoras, me abalancé sobre su cuerpo para capturar sus labios. Me beso con desespero. Su boca era exigente y mis labios unos tontos; sus manos eran habilidosas, las mías se agarraban fuerte de su nuca; su cuerpo entero me dominaba, el mío temblaba y obedecía. Una uña se me rompió cuando trataba de aferrarme a la pared mientras él empujaba duro por detrás. Cada embestida me hacía pedirle más, quería que me rompiera. El sudor me corría por toda la cara al mismo tiempo que la boca se me secaba de tanto jadear, el sonido de su cuerpo contra el mío amenazaba con ser mi nueva canción favorita.

Despreocupado por mi placer, se detuvo en cuanto llegó al clímax. Me rodeó la cintura con sus fuertes brazos y recargó su frente en mi espalda. Su aliento descontrolado chocaba agradablemente sobre mi piel sudada mientras yo trataba de recuperarme también. Pasados varios minutos me soltó y amablemente me subió los jeans para luego acomodarse los suyos, después él mismo me colocó el sostén y haciéndome el cabello a un lado, me dio un suave beso en el cuello. Le dije que yo era capaz de ponerme de nuevo la blusa por mi cuenta, lo que hizo que soltara una risilla.

Salí de su habitación sabiendo que esto era sólo era el inicio de un peligroso círculo vicioso en el que sólo perdería yo si me encariñaba. Pensé en mi psicóloga y lo decepcionada que estaría si le contaba esto, pagaba terapia para huir de hombres casados que sólo me buscaban para sexo y nuevamente estaba cayendo en las redes de uno.

"Bueno, es James Hetfield", pensé y sonreí.

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