Ⅺ | El Olimpo

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—Evelyn, por favor. No te vayas.

—Tengo que hacerlo, Evolet.

La menor de los Michell lloraba en los brazos de su hermana, pues eran las diez de la mañana del 18 de septiembre del 491 D.E. y el vehículo que las llevaba no dejaba de avanzar hacia su destino.

—Papá. por favor —rogó Evolet—. ¿De verdad no podemos hacer nada?

—No, princesa. No puedo ir en contra de un tratado mundial. Ya la Corporación informó al Ministerio los datos del reclutamiento de Evelyn. No hay nada que hacer —dijo el hombre, viendo destrozado a sus hijas—. Evelyn, tendrás que enfrentar esto y sobrevivir. Nosotros te apoyaremos en lo que podamos. No puedes olvidar que eres mi heredera. El futuro de nuestra familia recae en tus decisiones.

Evelyn asintió y Evoleto lloró aún más fuerte.

—Evolet, no desesperes. Todo saldrá bien.

—No, Eve. Nada estará bien. Todo va a cambiar, ¡y todo por mi culpa!

Con un nudo en su garganta, Evelyn no pudo hacer más nada que abrazar a su hermana mientras su limusina blanca se detenía enfrente de la plaza de fundadores. La entrada de la Corporación.

—Tal vez no será hoy, ni mañana; pero juro por nuestro apellido que Tadashi me las pagará. Tadashi y ese maldito Principal.

Esa fue la última frase que Everett Michell dijo antes de que Evans le abriera la puerta y lo escoltara fuera del vehículo. Evelyn intentó seguirlo pero cuando Evolet la detuvo, no pudo hacer más que contener sus lágrimas.

—Por favor, Evolet. No hagas esto más difícil. Todo estará bien. No pasará nada malo, ¿sí? Confía en mí.

Ambas se bajaron luego que su chofer, el Sr. Eduardo, le haya entregado las dos gigantescas maletas de Evelyn a los agentes de seguridad de la Corporación para su revisión y sea libre para despedirse de ella.

—Suerte, mi niña. Aprende todo lo que puedas. Y no mueras.

La voz del señor no pudo evitar romperse por cómo temblaban sus dientes, sin poder despegar su mirada rota de la dulce niña que vio nacer y hoy era condenada a morir.

—Por los dioses... Si la señora viera esto, no nos lo perdonaría. Jamás nos lo perdonaría.

—Sr. Eduardo, volveremos a ver las estrellas juntos. Se lo prometo.

El Sr. Eduardo solo intentaba contener sus lágrimas cuando se obligaba a mantener su posición de espera cuando Evelyn le dio un abrazo. Pronto Atticus tocó su hombro y descubrió que también él había llegado, erizándole la piel cuando vio al Principal Nilam acercarse hacia ellos, que se apresuró en despedirse de su familia.

—No te atrevas a llorar ahí adentro. Tienes que dejar el nombre de la Familia Michell en lo alto —le advirtió Evans y ella asintió, abrazando a su hermana.

—Te amo, Eve.

—Y yo a ti, Evolet.

Otro vehículo llegó a la plaza de los fundadores. Deven se bajó en cuanto pudo y le entregó una maleta a los guardias que llegaron a escoltarlo, pero, cuando se giraba para alcanzar la segunda aún dentro del coche, pudo divisar como el famoso Everett Michell sostenía la cabeza de su hija mayor al depositarle un beso en la frente.

—Mi dulce princesa... Condenada por unos monstruos.

Sin poder soportarlo más, Everett Michell retrocedió llevando una mano a su rostro, intentando contener sus emociones mientras Cesar Allen, a su lado, no dejaba de abrazar a su hijo al decirle lo mucho que lo amaba.

El Destino de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora