9. Sube a los Campos Elíseos y cae en el Tártaro.

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Camus abrió su hogar a la tentación que vestía de esmoquin y se adornaba de cabellos rubios y ojos aguamarinos.

En algún recóndito lugar de su ser, se sintió en calma, como si supiera que éste era su destino y no había en el mundo algo que lo pudiera evitar.

Ese sentimiento se regó por todo su cuerpo, borró sus dudas y serenó su mente. Su alma se sentía en paz y siendo sincero, había extrañado tanto a Milo desde que lo dejase atrás, que esta vez no tenía intenciones de dudar.

Quería entregarse a él y sentía que era lo correcto, lo idóneo.

Milo y solo él...

Apenas atravesó el umbral y cerró la puerta detrás, una mano buscó la de Camus. El calor de esos dedos contra la frialdad de los suyos, le recordó al pelirrojo lo diferente que eran. Sin embargo, sus falanges se entrelazaron rápidamente con las otras ansiando la unión y su pulgar se deslizó por la piel contraria indicando en silencio su predisposición.

Una pequeña flexión de ese brazo fue suficiente y Camus acortó las distancias entre ellos, quedando frente a frente.

El pelirrojo aspiró ese aroma tan masculino de nuevo y dejó caer los párpados, cerrando su mente a la realidad, concentrándose en este extraño hombre que lo hacía sentir tanto. Unos dedos levantaron su mentón y ante la pequeña presión de éstos, se obligó a enfocar el rostro contrario.

Los orbes aguamarinas parecían brillar en la oscuridad antes de bajar la cabeza para buscar sus labios.

Esperó impaciente, pero Milo no parecía tener prisa. Era como si una vez hubieran caído las defensas del francés, disfrutara cada pequeño detalle de su rendición. 

Primero, el aliento a hierbabuena del rubio cayó sobre su boca y después, las pieles se tocaron.

De poco en poco, ambos fueron afianzando el roce, como si temieran que el hacer una leve presión, pudiera romper al otro.

Los pliegues de sus bocas se abrieron después de recorrer exhaustivamente cada parte de ellos y dieron paso a sus lenguas que primero se encontraron con timidez, más al reconocer el gusto del otro, se confiaron y entregaron a la pasión.

Las respiraciones fueron agitándose y las manos se alcanzaron para estrecharse con vehemencia sabiendo que sólo así, podían calmar la desesperación de sus almas.

Camus apretó con sus dientes el labio inferior de Milo. De la boca del rubio escapó un jadeo inquieto y excitado. Volvió a atraparlo y esta vez, lo fue soltando lento y pausado, desatando una exhalación pesada en el otro.

Unas manos empezaron la búsqueda de la desnudez. Otras le siguieron el ritmo. Las americanas cayeron sin pena ni gloria, los lazos del cuello que formaban el moño se desataron, entre risas apagadas por la boca del otro.

El pelirrojo fue el que rompió el contacto. 

Milo quiso detenerlo y al ver la sonrisa que le dedicaba, entendió las intenciones de su futuro amante. Se tomó el tiempo para levantar las americanas por mero masoquismo y las llevó con él, persiguiendo esa estela de fragancia con una emoción extraña en su pecho.

Sentía como si le hubiese buscado durante eras y por fin, podía darle alcance.

La habitación era espaciosa, pero en lo único que Milo podía concentrarse, era en el hombre que iba acercándose al lecho. 

Los sacos quedaron en el respaldo de una silla, en tanto sus ojos se pasearon por el pelirrojo que llevaba sus manos a los botones de su camisa.

No, por favor, Roux, dame el gusto de ser yo el que te desnude.

Propuesta Indecente [Milo y Camus | +18 | Yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora