He pasado una semana llena de subidas y caídas emocionales y ha sido todos los adjetivos posibles relacionados con mal y caótico. Quizás lo único bueno que saco de estos ocho días en casa es haberme leído dos libros y cuarto pertenecientes a la tanda de mi vigésimo primer aniversario. Supongo que muchos de los que estén aquí sientan lo mismo que yo con la lectura, así que no me detendré en recitar lo agradable y terapéutico que resulta esa idea de viajar sin moverse.
Llevo viviendo ocho meses en Madrid, por primera vez lejos de mi casa, de mi familia y de todo lo que conocía. No es nada fácil la adaptación cuando vienes de estar veinte años en un trozo de tierra rodeado de agua y lo más próximo que tienes es el Sahara. A parte de lo característico de las diferencias entre una isla y la capital de España, noté que todo va más rápido. Yo suelo andar más rápido que los demás, no sé si por alto o por el rumor de que los gays andan a mayor velocidad, pero es que en Madrid más de una vez me han estado apunto de tirar por las mañanas por ir escopetados de camino al tren. No entiendo ese miedo y enfado que tienen muchos por tener que esperar tres minutos a que pase otro tren en caso de que el anterior se les cierre en la cara. O sea ¡tres minutos, señores! Ojalá Titsa esa brevedad. Hay guaguas que como no pilles en el momento es mejor decirles adiós. Yo tenía una, la 011, que me dejaba justo en frente de mi casa pero jamás llegué a entender su horario. Aparecía y desaparecía de la estación sin ton ni son. Recuerdo que la bauticé con el nombre de "Holandés Errante". Ahora cuando vengo ya no la cojo porque tengo carnet y es mejor en donde vivo depender más de un coche que de una guagua que sale de las profundidades cuando se le antoja.
Esta semana tenía tantos planes de salir. Con quién hablé durante ese tiempo lo sabe de sobra, pido perdón por haber sido pesado, sobre todo haberlo sido en vano.
Voy a ahorrarme detalles de todo lo que tenía previsto hacer durante esta semana para evitar sobrecargar esta entrada, pero imaginen estar pintando durante semanas el que será la mejor de tus pinturas para cuando justo el día que acabas, ser embadurnado de mierda por un toca narices. En mi caso fue el coronavirus. Una semana de desconexión y reconectar echada a perder por un gripazo que me duró días. Pero fue considerado el virus conmigo, llegó cuando vine y se va justo cuando yo me marcho a Madrid de nuevo hasta nuevo aviso. Mira que hice pasar a más de uno alguna que otra calumnia con mi estado de ánimo durante los primeros días, nadie es perfecto, pero esto tengo que reconocer que me vino bien. Todo el día en casa, siendo cuidado e invirtiendo mi tiempo en películas, series y libros, encima libros muy buenos de esos que no te cansas.
Estoy todavía creciendo, aún me queda mucho por aprender y ver pero en experiencias como esta, a pesar de los altibajos traídos, siempre se agradece sacar una lección.
La lección que aprendí fue: no confíes en Semana Santa. Muchos planes para pocos días llevan al fracaso asegurado.
ESTÁS LEYENDO
Arrojada mental
Non-FictionUso este medio porque los blogs me resultan algo más complejos y solo quiero un sitio donde escribir y que sea de fácil acceso a lectores que quieran leer pensamientos ajenos.