Una mágica mañana en casa de los Kim.

485 93 61
                                    


La tela se elevó en el aire por un segundo y después descendió ondeando suavemente. Jongdae se apresuró a extender la cobija sobre el colchón y los bordes, asegurándose de que quedara tan perfecta como la cama de un hotel.

Mientras acomodaba las almohadas, el olor a café se deslizó hasta su habitación. Se apresuró a terminar con la cama y se colgó la corbata sobre los hombros. Fue atándola sin cuidado mientras caminaba por el estrecho pasillo.

¿Pueden decirme en dónde está el puente?

Jongdae se detuvo detrás del sofá y observó la pantalla de la televisión.

—Detrás de ti, Dora —dijo con entusiasmo, señalando el puente.

—Sí, allá —un dedo pequeño y rellenito señaló a la pantalla.

Jongdae le sonrió a su hija. Su destructivo huracán tenía cinco años y nunca paraba de girar en el sofá mientras miraba televisión.

—¡No, no puente! —un niño un poco más pequeño exclamó con una sonrisa traviesa y continuó mordisqueando la galleta que empuñaba con demasiada fuerza.

Jongdae le apretó una mejilla y —tan veloz como la picadura de una serpiente— su hijo le metió un trozo de galleta húmeda a la boca. Intentó no pensar en todos los lugares que dicha galleta habría visitado antes de llegar a su boca y la tragó.

Los abrazó a ambos y besó sus mejillas repetidas veces, logrando que la sala se llenara de ruidosas carcajadas. Esperó a que Dora encontrara el enorme y obvio puente a sus espaldas y continuó con su habitual recorrido.

Justo entre el comedor y la cocina se encontraba una cuna móvil. Se inclinó sobre ella y observó al menor de sus hijos, de tan solo un año, que dormía pacíficamente a pesar del ruido que hacían sus hermanos. Quiso cargarlo entre sus brazos y llenarle el rostro de besos también, pero eso lo despertaría, así que se limitó a dedicarle una sonrisa. 

Al alejarse de la cuna sus ojos se concentraron en la figura detrás de la estufa.

Era una figura preciosa desde la cabeza hasta los pies. El dueño de esta era su compañero de vida, Kim Minseok, quien se había encargado de la ardua labor de traer a sus hijos al mundo. Esa mañana, como todas las que había despertado a su lado, Minseok llevaba puesta una camiseta enorme y unos shorts demasiado cortos. A Jongdae le encantaba verlo así, incluso si Minseok se veía como un modelo de revista con cualquier otra prenda, él prefería deleitarse con la vista de sus piernas desnudas. Eso sin contar con la fijación que sentía por la forma en que el cuello demasiado grande de la camisa siempre tiraba hacia un costado, dejando parte de los pálidos hombros de Minseok al descubierto.

Incapaz de mantener la distancia, Jongdae se pegó al cuerpo de su compañero y le rodeó la cintura.

—Huele bien —murmuró sobre su oído.

El desayuno olía delicioso, pero Jongdae enterró su nariz en el cabello de Minseok. Olía a champú y aún estaba un poco húmedo. Coló sus dedos bajo la desgastada camiseta y le acarició el abdomen.

—¿No puedes estarte quieto un segundo? —Minseok preguntó sin descuidar la comida sobre la sartén. No sonaba molesto, ni exasperado, solo un poco deseoso, como siempre.

—No, no puedo —Jongdae respondió acariciándole el vientre.

—Los niños —Minseok murmuró conteniendo un suspiro, aunque sabía que mientras su programa favorito estuviera en televisión sus hijos no se moverían del sofá.

—Están ocupados ayudando a la inútil de Dora a encontrar el puente —Jongdae murmuró sobre la base de su cuello. Deslizó su lengua sobre la piel y Minseok apagó la estufa con un suave quejido.

Like Magic [Chenmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora