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Sintió que finalmente volvía a respirar cuando llegó a su habitación y se sacó el pasamontañas.

Con el pasar de los días una sensación molesta había comenzando a hacerse presente en su ser, creciendo cuando aquel hombre pasaba tiempo a su lado.

Y se sentía retorcido, porque para ese tipo, él era su hijo, pero para Toni, Conway no era más que un hombre con el cual pasaba casi todos sus días y le trataba mejor de lo que lo habían hecho toda su vida.

Sus motivaciones originales para acercarse al superintendente no hacían mejor a la situación, debía acabar con él, pero ¿Porque? Para Toni, Conway no era nada más que una persona un poco mayor que buscaba un descanso de su vida en el cuerpo policial.
Sabía muy poco de él y quizá podía llegar a ser algo brusco al momento de expresarse, pero Jack Conway no era ningún monstruo a ojos del italiano; él había conocido verdaderos monstruos y ese hombre no era ni parecido.

Y así comenzó a caer, admirando la forma de ser del otro, disfrutando; en un inicio con cautela, los tratos cariñosos, las risas y las bromas, aunque a veces no las entendiera, aunque en las noches cuando se quedaba solo lo embargara la sensación del impostor; porque lo era, él no era y nunca sería Gustabo García, los cariños de Conway no eran suyos, eran del rubio al que había disparado.

Ahí estaba otra vez, esa sensación de asco a su propio reflejo, a él rechazó hacia su propia piel; la confusión de si odiaba fingir ser alguien más o si odiaba ser quien era y no ser él.
Porque en su cabeza comenzaba a formarse la idea de que Gustabo era todo lo que quería, hijo, hermano y amigo al que querían a pesar de todo; mientras que Toni ¿Que tenía? Un hermano que decía quererle pero no se había tomado la molestia de buscarle, amigos que no sabían nada de él y que encima le habían dejado marchar sin problemas, hijo de alguien que jamás estuvo.

Las lagrimas ya surcaban las mejillas pálidas y jadeos eran lo único que se escuchaba en la habitación, con pasos torpes y carentes de la gracia común del italiano esté se dirigió hasta el espejo de cuerpo completo que había en la puerta del baño.

El reflejo en este era tan ajeno, que por muchos gestos que hiciera no se convencía de que era suyo, pasó sus manos por su rostro, limpiando sin cuidado las lágrimas, bajo por su cuello, sintiéndose entumecido, su piel no registraba el contacto de sus manos y eso no hacía mas que hacer parecer todo mas irreal.

Estaba tan ensimismado con su reflejo que no escuchó la puerta ser abierta con el par de llaves de repuesto.

Las manos de Toni ya habían viajado hasta su torso donde tras tirar de la camiseta para retirársela y tirarla lejos, las yemas se paseaban, delineaban tatuajes que en algún momento habían sido suyos, presionaban en donde las manchas moradas; resultado de su trabajo, tomaban su piel blanca.
Todo era tan extraño, tan... poco "Toni Gambino" y al mismo tiempo no llegaba a ser del todo"Gustabo García"
Cada vez más presión era aplicada en su carne, las uñas comenzando a marcar líneas rojizas, dolor, lo único parecía recordarle que ese cuerpo era suyo.

La primera impresión de Conway cuando entró en la habitación de Gustabo, usando la llave de repuesto, fue el desastre que el menor había dejado, el pasamontañas descansando en el suelo, los zapatos del menor por el pasillo y el florero que hacía de decoración completamente destrozado en medio de la alfombra.
Un recuerdo amargo tomó posesión de la mente del ex marín, el pulso se fue de cero a cien y con desesperación casi animal corrió por la habitación buscando frenéticamente al rubio, se quedó paralizado al ver cómo este se miraba al espejo, congelado a unos pasos de la puerta miraba con cierto horror como las uñas se clavaban en la carne de su torso, como las líneas rojizas se volvían caminos de carne viva que sangraban.

Y en un instante se lanzó de donde estaba hasta donde el rubio rasgaba su piel.
No importaba nada, ni los gritos, golpes, llantos, no le importó ver esos tatuajes completamente diferentes a los de si hijo; muy dentro suyo sabía que ese rubio no era su niño, sabía que si matti no estaba y no dolía, porque en realidad jamás había estado.

Y aunque sabía que no era Gustabo, se aferraba al rubio como si fuera su vida.

Mientras el rubio sentía su cuerpo colapsar, así como quería seguir rasgando, quería también aferrarse a los brazos fuertes que lo sostenían, su corazón parecía querer salirse de su pecho, emocionado por la cercanía y sus lágrimas parecían una margarita, una de dolor y una de amor.

-Calma, calma, nena-.
La fuerza con el que el menor tiraba era cada vez menos.

Toni sentía el peso de su cansancio alentar sus movimientos, poco a poco se iba quedando quieto entre los brazos de Conway, entre hipidos y lágrimas conectó miradas con Jack por medio del reflejo, este se la mantuvo, mientras suavemente daba mimos en los brazos del rubio.

-Estás perdiendo la cabeza, admítelo, no puedes seguir fingiendo-.
Comenzó Conway, hablaba en un tono neutro y casi como un susurro.

-No estoy loco-.
Contesto entre respiraciones agitadas.

-Pero te estás volviendo, fingir ser alguien más es una de las cosas que deja peores marcas aquí-.
El superintendente señaló la cabeza del rubio para completar su frase, luego se dedicó a enterrar sus dedos en los mechones rubios.

-Non volevo, odio farlo e odio più di ogni altra cosa che tu veda lui e non me (No quería, odio hacerlo y odio más que nada que lo veas a él y no a mí)-.
Soltó con rapidez el italiano, finalmente rompiéndose.

-Italiano... basándome en lo que Horacio me contó; debes ser un Gambino, ¿Carlo-.
Concluyó el mayor.

El italiano negó con un gesto de la cabeza, dándole un toque infantil.

Una sonrisa de lado tomó lugar en la cara de Conway.
-Toni... Toni Gambino-.
El tono del superintendente fue indescifrable para el rubio, pero no estaba entre los tonos de molestia ni de dolor, el mayor no estaba reaccionando tan mal como había previsto.

-¿Lo... sabias?-.

-¿El que? Que no eras mi hijo, claro; sospechaba que eras alguno de los italianos, pero no estaba seguro de cuál-.

-¿C...como?-.

-Soy un jodido Marín, no fue difícil, entre tantas salidas por la tangente cuando te preguntaba algo y los "bambinos" que se te escapaban-.
Respondió con un tono de superioridad, mientras se dejaba caer hacia la pared, recargando la espalda y dejando al italiano casi recostado sobre él.

-No entiendo-.
Comentó aferrando sus manos a la tela de la camisa blanca.

-Yo tampoco, muñeca-.
Respondió comprendiendo a lo que se refería, él tampoco podía explicar porque había dejado que todo eso sucediera, debió poner plomo en la cabeza del italiano en cuanto pudo.

Ahí aferrados el uno al otro, confusos, pero a la vez con sus pensamientos principales tan claros; ni el Gambino quería seguir la farsa con Conway, ni Jack se veía capaz de sentirse molesto con el italiano.

Con algo de miedo el Gambino comenzó a jugar con el torso del mayor, sus yemas dibujaban círculos y líneas suaves; mil preguntas se arremolinaban en su cabeza, pero tenía miedo de la respuesta, así que mejor se callaba.

-Debes dejar de fingir que eres él-.
La voz de Conway denotaba algo de dolor, pero no podía culparlo, él había sido el responsable de la muerte de su hijo y no contento con ello también lo había suplantado; su cuerpo daba un escalofrío cuando la idea de estar en la piel de un cadaver se hacía espacio en su mente.

-Al menos cuando estemos solos los dos-.
El menor enterró más la cara contra el pecho de Jack antes de asentir.

Se quedaron un rato más así, calmándose.

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⏰ Última actualización: May 01, 2022 ⏰

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