Capítulo 31

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Aura

Capítulo 31

—Bien, aquí me tienes, ¿por dónde quieres empezar? —le pregunto a la novicia.

Adranne me examina de arriba abajo.

—Empezaría por quitarte la capa y la túnica.

—¿Estás loca? Hace frío —mascullo.

Adranne coge una fina vara de madera entre sus manos y le da un par de gráciles vueltas, como si se tratara de una artista de circo.

—¿Dónde has aprendido a hacer eso? —pregunto, sorprendida.

—Me lo enseñó mi madre —explica, pasándose el palo por detrás de la espalda y recuperándolo de nuevo con la otra mano, como si no existiera la gravedad.

En cuanto termina de hacer el movimiento, vuelve a repasarme con la mirada.

—¿Todavía llevas puesta la capa?

—No me la voy a quitar, hace frío —farfullo, irritada.

La novicia se lleva una mano a la oreja, como si no me hubiera escuchado.

—Perdona, no te he entendido. ¿Has dicho que los asesinos de la Tierra de sangre van a darte ventaja cuando no puedas moverte bien con la capa?

—Ja ja —me jacto, pero termino por obedecer y dejo caer la caperuza roja sobre la hierba húmeda debido al helor nocturno. 

—La túnica también.

Quiero negarme, no quiero que descubra lo que tengo más abajo de la Marca, aunque puede que con la oscuridad de la noche no lo aprecie.

—¿Vas a tenerme discutiendo toda la noche sobre por qué no tiene sentido luchar con una túnica que te llega hasta los tobillos o vas a hacerme caso? —masculla, claramente molesta.

—Solo llevo un sostén y una braga —me quejo—. Quieres matarme de frío.

—Es que tendrías que haber sido más previsora, esto no va a ser un juego de niños, aquí venimos a pelear de verdad. Y si hoy no has traído ropa, mejor, parecerá más real, esta situación podría producirse en cualquier momento de manera espontánea.

Refunfuño por lo bajo, pero acabo quitándome la túnica también. En cuanto mi piel queda expuesta al aire primaveral de la noche, empiezo a temblar. Intento no taparme para no quedar en evidencia, pero Adranne repasa cada milímetro de mi cuerpo con la mirada, realizando un exhaustivo examen, y no puedo evitar ponerme nerviosa.

—Bueno, ¿empezamos o qué? —murmuro, intentando que aparte sus ojos de mí.

La novicia me mira con una sonrisa maliciosa pintada en la cara. Por un momento creo que va a decir algo respecto a mi secreto, pero, finalmente, coge otra vara de madera de una de las mesas de entrenamiento y me la lanza.

Intento cogerla en el aire, pero se me resbala de las manos y acaba cayendo contra la hierba.

—Torpe —farfulla ella, mientras yo me agacho a recogerla.

No me da tiempo ni a tocar la madera del palo, porque en pocos segundos ya tengo su vara contra mi cuello.

—De un golpe seco habría podido acabar contigo —sisea, con voz afilada—. No descuides a tu adversario por ir a por tu arma.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora