Capítulo 37

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Abandonaron juntos la cabaña y comenzaron a caminar en la dirección que les había indicado la bruja. Raven no dejaba de repetirse en su mente el hechizo que le había dado la mujer para no olvidarlo y también para mantener su mente ocupada. Estaba nerviosa. Aunque Hemera ya le había dado la información que necesitaba, todavía no había logrado deshacerse por completo de ese pensamiento de mal augurio que se había apoderado de ella anteriormente.

Domynic notó que su Mitad Perfecta no estaba completamente bien, pero no sabía exactamente el porqué. Tampoco se animaba a preguntarle qué la tenía preocupada en ese momento, pues temía tener que volver a pasar por la misma conversación de la noche anterior sobre su pronta separación. Así que se limitó a rozar la mano de la muchacha con sus dedos suavemente como un pequeño conforte. Ella enlazó sus manos en silencio. No había ninguna palabra entre ellos, y aún así, se sentían más conectados que nunca antes. A veces las palabras sobran, y ese era uno de esos momentos.

El joven vampiro aprovechó para disfrutar la libertad que todavía conservaba, la naturaleza que lo envolvía y que sabía que no volvería a tener frente a sus ojos. Todo lo que le esperaba era una sucia pared de concreto lo suficientemente gris como perturbar el alma de cualquier criatura y unos barrotes entrecruzados negros entre los que silbaba un frío viento arrollador.

Inconscientemente sujetó con más fuerza la mano de Raven. Definitivamente eso era lo que más extrañaría. Esa corriente eléctrica que ascendía por todo su cuerpo al tocarla, el trote desenfrenado de su corazón al besarla, el brillo de su mirada al tenerla en frente y la placentera euforia de estar dentro de ella desaparecerían después de esa noche, para no regresar jamás.

—Creo que es aquí —exclamó Raven cortando sus pensamientos.

Efectivamente ese era el lugar. Un imponente árbol de fresno se alzaba delante de sus ojos.

Domynic asintió y soltó la mano de la muchacha para arrodillarse delante del tronco, a lo que la chica lo siguió. Comenzaron a escarbar la tierra a sus pies juntos. El barro húmedo, le manchaba las manos, pero no les importaba demasiado. De pronto, encontraron las raíces enroscadas unas con otras, formando una intrincada jaula. A través de los diminutos agujeros que quedaban entre las raíces podía vislumbrarse la caja que habían ido a buscar.

—¿Lista? —susurró con sus ojos verdes clavados en el perfil de la chica. Recordó la primera vez que la vio, en la universidad. Ese perfil que lo había dejado sin palabras incluso antes de saber de quien se trataba...

—Sí —suspiró y cerró los ojos tomando valor para decir el hechizo que Hemera le había recitado—. Radix cavea, capsulam libera nobis.

Las raíces vibraron un poco. Incluso parecía que el suelo bajo sus pies temblaba levemente por el movimiento de las raíces que, progresivamente, se iban desenredando. Ninguno de los dos podía apartar la vista de la imagen a medida que la caja de iba liberando y quedaba expuesta ante ellos. Domynic observó el preciado objeto y, desde algún lugar recóndito de su alma, resurgió la idea de tomarla y largarse de allí con el trofeo que le habían mandado a buscar.

Cuando finalmente las raíces terminaron de deshacer su propia jaula, Raven levantó la caja y la apoyó en su regazo para repasar cada uno de sus detalles. El brillo dorado del oro no parecía tener ni un solo signo de haber estado enterrada todos esos años. Cada repujado del diseño de la caja estaba intacto como si hubiera estado en la vitrina de un museo todos esos años. En uno de los laterales podía verse tallada una daga con un mango trabajado hábilmente por un artesano.

—Creí que tendría un candado o algo —Domynic ahogó la risa, llamando la atención de la muchacha hacia ese aspecto.

Era cierto. La caja no tenía un cerrojo, ni un candado. No tenía nada que evitara que alguien lo abriera fácilmente. Pero cuando la joven intentó correr la tapa, ésta no cedió. Parecía estar pegada al resto de la caja. Era imposible abrirla. Y enseguida lo comprendió. No necesitaba cerrojo, ni candado ni absolutamente nada de eso, pues estaba hechizada.

Mitades Perfectas: Condena [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora