CAPÍTULO 1

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Diez años después, la ciudad de San Petersburgo tiritaba al son de las miles de personas que no podían permitirse pagar los precios que ahora consumían a la sociedad rusa y la hundían en la pobreza. La gente caminaba arrebujada en sus abrigos, muchos de ellos medio deshilachados, directos con su tarjeta de racionamiento a por la poca comida que el gobierno les permitía almacenar. Solo el vodka y los chismes parecían calentar el alma de los rusos, cada vez más apagados.

Había un chisme, en especial, que prendía con fuerza las esperanzas de los que echaban de menos el esplendor de la antigua Rusia Imperial. Se rumoreaba que la joven duquesa Anastasia seguía con vida y, si era cierto, su abuela pensaba pagar una cuantiosa recompensa a quien la llevara hasta ella. Vlad, que se había asegurado de que ese rumor no era falso, corrió por el mercado en busca de su joven socio. Lo que no esperaba era que él lo encontrara antes.

Un silbido, seguido del susurro de su nombre, lo alertó. Se giró hacia Dimitri, que le murmuró que pasearan por el mercado, a ver si sacaban más información sobre el tema.

—Bueno, Dimitri, ¿has conseguido nuestro...

—Todo está yendo según el plan —le interrumpió Dimitri—. Solo nos falta la chica.

Se giró hacia él con una sonrisa de satisfacción, ya dentro de uno de sus almacenes y a salvo de los oídos indiscretos.

—Imagina, Vlad, se acabó el falsificar papeles, el vender objetos robados. ¡Tendremos tres billetes para irnos! Uno para ti, uno para mí, ¡y uno para Anastasia! Ese chisme nos servirá para volar de aquí.

La sonrisa de Vlad fue suficiente confirmación para Dimitri, que no necesitó más para poner en marcha el plan. Si alguien podía llevarlo a cabo, eran ellos. Trabajaban juntos desde que la familia Romanov cayó; Vlad, un noble que había conseguido mantenerse vivo entre comunistas gracias a sus contactos y encanto, adoptó al joven y huérfano Dimitri, al que encontró tirado en las calles con un feo golpe en la cabeza. Lo que no imaginó era que aquel niño se convertiría en un hombre avispado y con un don para encontrar los mejores negocios, aunque estos fueran algo turbios.

—Necesitaremos alguna actriz para hacer de Anastasia, por supuesto, pero si convence, nos iremos a París. Imagina la recompensa que nos repartiremos.

Los niños se acumulaban frente a las frías ventanas del orfanato, algunos de ellos entre lágrimas. Se despedían de la última en cumplir dieciocho años, lo que significaba que el orfanato no pensaba invertir más el poco dinero que les llegaba en mantener a la pobre huérfana Anya. Y la vieja Petra era la única que parecía alegrarse de esa marcha. De todos los niños que había cuidado, alimentado y criado, Anya era a la que más había detestado. Llegó, diez años atrás, entre decenas de niños que se habían quedado huérfanos tras las revueltas, pero esa chiquilla se había ganado el odio de Petra después de las interminables trastadas que no la dejaban descansar. Por supuesto, esa actitud mezclada con la poca cantidad de familias que venían en busca de un niño, habían retenido a Anya en ese orfanato hasta que, por fin, su mayoría de edad le permitió a Petra darle una simbólica patada en su joven trasero.

—Te he encontrado trabajo en la fábrica de pescado —le informó Petra, orgullosa de su gestión. Anya debería estarle agradecida por lo que había conseguido para ella—. Baja por ese camino hasta el cruce de la carretera a la izquierda...

—¡Adiós! —gritó Anya mirando hacia los ventanales.

Petra chirrió molesta los pocos dientes que le quedaban. Esa niña no la iba a dejar tranquila ni siquiera en su último día.

—¿Me estás escuchando?

—¡Adiós a todos! La escucho, camarada Flemenkov —le contestó.

Anya la miró por fin y moduló su voz hasta un tono más suave que, se pensaba, le haría apiadarse de ella. Pero eso no funcionaba, ya no. Petra aprendió por las malas que, cuando Anya lo usaba, era que no tramaba nada bueno.

Disney New Adult: AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora