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Podría haber comenzado recibiendo clases de piano. Pero decidí lanzarme al vació. Quería tener algo que hacer con las manos cuando estuviera en casa. Y era el piano, o cocinar. Y bueno, cocinar me pareció la opción con la que más se ensuciaba.

Así que encontré una tienda de instrumentos de segunda mano en Watertown y conduje hasta allí un domingo por la tarde.

Cuando abrí las puerta y entré a la tienda, sonaron unas campanillas. Luego estas se cerraron detrás de mí. El interior olía a cuero y estaba lleno de filas de guitarras.

Encontré una revista y me puse a mirarla durante un segundo, sin estar segura de lo que estaba buscando.

De pronto, comencé a sentir incómoda y completamente fuera de lugar. No sabía que preguntar, ni a quién.

Y allí parada, rodeada de un saxo, trompetas y una serie de instrumentos de los que ni siquiera conocía el nombre, me di cuenta de que no pintaba nada en ese sitio.

Estuve a punto de darme por vencida, dar media vuelta y regresar a casa. Me alejé de las revistas y choqué con dos tambores de bronce, que emitieron un sonoro tañido metálico cuando golpearon entre sí por accidente.

Los enderecé y miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie me había visto.

Había un vendedor a unos pocos metros. Me miró y sonrió.

Le devolví la sonrisa con timidez y me volví hacia las revistas de nuevo.

-Hola.-me saludó el vendedor, que acababa de colocarse a mi lado.-¿Eres timbalera?

Lo miré y ambos nos reconocimos al instante.

-¿Sam?-dije.

-Danna Rivera...-Estaba perplejo.

-¡Oh, Dios mío! Sam Kemper. No te...hacía años que no te veía...

-Sí, diez años. Puede que mas.-repuso él.-¡Vaya! Estás...estás genial.

-Gracias.-dije.-Tú también.

-¿Cómo están tus padres?

-Bien. Muy bien.

Me quedé callada un instante y la miré, sorprendida por lo mucho que había cambiado.

Intenté recordar si sus ojos siempre habían sido tan impresionantes. Eran de un marrón cálido y parecían amables y parecían amables y llenos de paciencia, como si lo vieran todo con compasión. O quizá solo estaba proyectando el recuerdo que tenía con él en su cara.

Pero no me cabía duda de que se había convertido en un hombre atractivo. Tenía el rostro un poco más anguloso, lo que le daba más personalidad.

Me di cuenta que lo estaba mirando más de lo debido.

-¿Ahora tocas el timbal?-preguntó.

Lo miré como si me estuviera hablando en chino.

-Te he visto cerca de los timbales. He pensado que quizás habías empezado a tocarlos.

-¡Oh! No, no.-Indiqué.-Ya me conoces. No toco nada. Bueno, salvo cuando nos enseñaron a tocar María tenia un corderito con la flauta, pero no creo que eso cuente.

Sam se rio.

-No es lo mismo que el timbal, pero sí que cuenta.

-No todo el mundo sabe tocar tropecientos instrumentos o los que sea que dominas.-dije.-Eran seis, ¿verdad?

Sam esbozó una sonrisa tímida.

-Aprendí unos pocos más después de eso. Aunque la mayoría a nivel amateur.

Los dos amores de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora