Prólogo

2 1 0
                                    

En silencio, una figura escuchaba cautelosamente. Se encontraba atado una horrenda silla metálica que mataba su espalda con un hueco por espaldar y solo un par de varillas curvadas a las cuales sus brazos y muñecas se encontraban atados. Mientras más pasaban los días, más sentía que necesitaría un sobador para reubicar sus vértebras si no quería lucir como un bastón. Ni hablar del dolor de cabeza que tendría que lidiar una vez saliera de la habitación en la que lo tenían encerrado cuando no se encontraba siendo torturado.

Sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad que envolvía aquella repulsiva habitación, pero debía admitir que cada vez que apuntaban esas intensas luces a su rostro sin ningún aviso, su cabeza dolía una infinidad de veces. Si tenía suerte sus retinas no habían sido afectadas todavía.

Pronto, la puerta se abrió, permitiendo paso a un grupo de soldados; cada pasado creando eco atrás de otro.

Aquel joven secuestrado se enderezó, mirando a cada uno de los individuos presentes con una sonrisa burlesca. Seis hombres se encontraban parados enfrente de él. Al principio solo podía divisar sus siluetas, pero una vez sus ojos se reajustaron a la luz proveniente de la entrecerrada puerta, notó que había un par de soldados más parados en frente de él.

Ocho hombres en total, de los cuales uno portaba una espada algo familiar. Incrustaciones negras en la funda simulando un dragón, teniendo dos rubíes por ojos. El decoro era simple, pero podía notarse con claridad como las escamas del reptil parecían ser reales.

- "Caballeros."

Saludó, esbozando una sonrisa llena de nada más que repulsión por los soldados presentes. Por el decoro en sus trajes, podría apostar que estos dos eran Generales y el que no parecía portar algo con qué defenderse probablemente era el de mayor rango al otro.

El hombre de la espada negra empezó a caminar a su alrededor, tomándose la libertad de estudiar a su víctima, asegurando que cada cadena y esposa siguiera en su lugar. El joven sonriente tenía una interesante manera de liberarse mágicamente. Varios hombres suyos habían caído al no cerciorarse de ese aspecto tan sencillo, siendo una vergüenza para el General a cargo.

Ser asesinado por un criminal de guerra otorgaba cierta honra a la familia, el gobierno recompensaba a las familias afectadas sin ningún problema. Después de todo, el siguiente Alfa en la familia debía ir a reemplazar al fallecido.

Pero en este caso, no había tal cosa como una muerte honorable .

Eran muertes patéticas y vergonzosas. No solo para el General, sino también para la familia representaba una gran deshonra. Después de todo, aquel criminal de guerra no era nadie más ni nadie menos que la rata de dieciséis años, líder del grupo rebelde Lanling y un asqueroso omega. Hijo de uno de los desertores del Gran Emperador, el antes temido General alfa Jin Zixuan y una de las concubinas más amadas del Emperador, la omega Jiang Yanli.

Una vez las cadenas fueron comprobadas como intactas, y dolorosamente ajustadas a las delgadas muñecas del menor, el General tomó su lugar en frente de él, inexpresivo. Ahora sí, el alfa engreído sin espada sonrió con gran orgullo.

- "Jin Ruolan, líder de las escorias patéticas, el gobierno de su excelencia ha enviado por tí a su brigada especial y transferirte a los calabozos en el esplendoroso Imperio de Quishen. Por fin, después de estos años de insanidad, me enorgullece anunciar que fui yo, el Príncipe más joven del Imperio del Sol, Wen Chao, te gané."

El mencionado sonrió, moviendo la cabeza para botar unos molestos mechones de su cabello por detrás de su hombro, revelando aquella marca bermellón.

- "Lo siento Príncipe, habla demasiado pronto."

Arco de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora