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— ¿Podemos salir y hacer algo más que estar encerradas en estas cuatro paredes? —Dice Valentina con fastidio y Fer la apoya.

—Salgan usted, yo tengo cero ganas de pasar la noche vaya Dios a saber dónde. —Mascullo hundiendo mi cara en la almohada. Escucho como chasquean las lenguas.

— ¿Pero tú desde cuándo eres tan aburrida? —Se queja esta vez Fer. — ¿Estás ogri por qué te arrepientes de haber dejado de hablar con Mari? —Pregunta y da justo en el clavo, pero no se lo haré saber nunca.

—Venga. —Siento como su peso hunde el colchón. —No puedes hacer lo que te venga en gana sin ningún motivo y luego arrepentirte. —Dice Valentina y odio que tenga razón.

—Salgan sin mí. —Saco la cara de la almohada y ambas me miran preocupada.

—La verdad es que no te entiendo. —Fer me mira enojada. — ¿Para qué estuviste desde navidad tratando de hablar con ella para luego ser tú quién deje de responderle los mensajes sólo porque estás loca? —Gruñe y siento que en cualquier momento me va a lanzar algo en la cabeza.

—No es tan sencillo. —Digo y ambas se miran entre sí, como sí supieran lo que estoy apunto de decir. —Sin tan sólo hubiesen visto la cara de horror de mi madre cuando intenté contarle. —Vuelvo a hundirme en la almohada.

—Que valga pepino lo que tu madre quiere o no para tu vida amorosa. —Chilla Valentina y quiero salir corriendo de la habitación. Siento que estoy en una especie de intervención como la que le hacen a los drogadictos antes de enviarlos a rehabilitación.

— ¿Al menos puedes venir con nosotras por comida? —Saco mi cara de mi almohada y las miro. Suspiro con cansancio. Me siento en la cama, termino aceptando, porque de verdad necesito dejar de pensar en ella.

El Sol en tus Ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora