¿Controlar para vivir ó vivir para controlar?

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Por Valeria Almeida Figueroa.


Vida, desde la biología es definida como la capacidad que posee todo organismo o ser de nacer, respirar, desarrollarse, reproducirse y perecer para dar por terminada su vida al morir. Filosóficamente, una fuerza que crea y sostiene al universo, a nosotros mismos; un misterio de gran magnitud, tan grande y extenso a la espera de nuestra comprensión.

Pero ¿realmente es aquello lo que define a la vida? Es en el espacio neutral e indefinido de nuestra mente en el que nos dejamos llevar a lugares de libre pensamiento dónde nos cuestionamos a profundidad su significado; ¿una fuerza?, ¿un punto estático en el universo? ¿Qué es la vida y a dónde nos lleva? Yéndonos por sus variadas definiciones, su sentido es tan subjetivo que he ahí su comparación con los árboles, algunos dirán que su idealización emerge del significado poético del nacimiento de un árbol hasta sus últimos momentos antes de convertirse en leña seca y grisácea. Para mí, su comparativa es fácil de relacionarla con sus ramas, preguntarás ¿por qué?

Aquí te pregunto yo, ¿por qué no? ¿Acaso no es la vida igual de aleatoria e impredecible cómo las ramas en crecimiento? ¿no es similar cómo nuestra vida puede tener tantos orígenes como raíces tiene un árbol?

No lo sabemos, y eso es lo cautivador de la vida en sí misma, al igual que aterradora y asfixiante. Lo desconocido de su comienzo y su final es atrayente y sofocante, excitante y desalentador; una niebla espesa de emociones confusas que nos recuerdan nuestra humanidad, el sentido de nuestro presente; afirmando que nuestros pulmones exhalan aire vital, que nuestro sistema sigue en su trabajo continuo de mantenernos de pie y continuar.

Individualmente creemos en la orden establecida que nos grita en la cara que nacimos para presenciar ciertas circunstancias, espectadores de sucesos específicos o aleatorios en nuestro tiempo sobre el plano terrenal hasta que nuestros cuerpos griten basta. Pero, no es acertado, al igual que tampoco incorrecto. Para que una vida tenga sentido debe tener un propósito, un objetivo ¿o me equivoco? Probablemente sea así, o tal vez no; los propios pensadores y filósofos enamorados o hartos de ella, nunca nos darán una respuesta correcta o incorrecta. Nuestro objetivo personal lo buscamos para encontrar el sentido a este laberinto enredado al que llamamos vida; pero, ¿tenemos un objetivo o creemos que deberíamos tenerlo?

Permanecer, vivir, simplemente existir, ¿por qué lo hacemos? Una pregunta que desata una caja de Pandora que libera el pandemónium de los demonios que rasgan las paredes de nuestra mente con un hambre voraz por salir y consumirnos en la bruma de preguntas que traen consigo. ¿Por qué? Un cuestionamiento que nos abre la mente a la incertidumbre, lanzándonos a un mar de respuestas sin comienzo ni final, que nos pierden entre sus olas o nos ayudan a encontrarnos cómo una brújula que apunta a nuestro destino igual de incierto.

Sufrimiento o felicidad, prosperidad o desdicha, bien o mal; siempre ha sido un viaje de dos direcciones en el que sólo puedes escoger una sola. Lo correcto o lo incorrecto, lo que nos dicta una muchedumbre de voces sobre las de nuestra propia bestia interna que rehúye de los gritos que buscan encerrarla. ¿Tenemos una vida propia o compartimos una vida sola?

"La vida no debe ser una novela que se nos impone, sino una novela que inventamos" (Novalis).

En mi adolescencia he despotricado en contra de la vida jurando odiarla, pero cuestionándome, ¿de verdad la odio por lo que es o la odio porque no es lo que quiero que suceda? La constante necesidad de control sobre mí es tan cotidiana cómo el deslizar mis anteojos sobre el puente de mi nariz, creyendo superficialmente que mi forma de vivir y su camino son insuficientes para mi persona.

¿Será la vida suficiente para alguien? Quienes están arriba dicen tener la vida y experiencias casi utópicas que mundanamente deseamos los de abajo, pero también están aquellos cascarones vacíos de emoción que nacieron con una cuchara de plata en la boca; perdidos en sí mismos, sin objetivos, sin vida. En esencia, para mí, la vida es un movimiento constante de mentalidad y acciones propias para dirigirte a ti mismo en tu viaje por los corredores confusos del laberinto mental; aferrándote a continuar cito a un hombre que logró poner en palabras mis pensamientos.

"Son vivientes aquellos seres que se mueven así mismos" (Tomás de Aquino).

Mi propia experiencia me hace creer que puedo iniciar a vivir, mis pequeños pasos hacia el cambio de mi propia mentalidad para fortalecerme en las decisiones que podrían llevarme a cualquier rincón de la bruma que es mi futuro. Las metas están nubladas ante mis ojos y mente, una ironía bien aplicada dadas mis dificultades para ver sin un cristal con aumento entre mis ojos y el mundo que me rodea. Metas no son igual a mi propósito, mi movimiento paulatino para acercarme a la cúspide de la euforia y palpar mi propio significado de vida; creía que tener mentalizado un plan de estudios, incluso una planeación familiar que finalmente deseché, eran el objetivo a alcanzar en mi vida. Ciertamente, no es así.

Bien puedo estudiar cualquier carrera y contar con el apoyo moral para realizarlo; más no será una satisfacción para mí a pesar de ser una de mis metas profesionales o académicas. Como una amante devota a los motes del romanticismo poético en la simpleza de las experiencias mundanas, encontré atractivo en las fotografías que más de un usuario publicaría en su red social; cuadros con el relieve del óleo en ellos expresando el más esporádico momento de inspiración, hasta una simple flor de margarita descansando en su preciosa y estética soledad bajo la resolana de verano.

Sofocándome entre los brazos de la ansiedad por hacer lo mismo, personalizando cada momento de mi persona. Soñando con hacer de mi vida algo mío, sin las ataduras de pensar en alguien más y desenredar las hebras de los corredores de mi laberinto; creando mi propio camino hacia quién quiero ser. Referenciando una de las frases con las que llegué a identificarme profundamente, no sólo quiero dedicarme a mi construcción y desarrollo como persona en la vida; tengo la determinación para ver más allá en mi futuro, sin olvidarme de mi presente y cómo me trató el pasado.

Bien mencioné que mi propia planificación fue un garabateo sobre una hoja que terminó por ser arrugada y arrojada por el camino en mi trascendencia por las etapas tempestuosas de la revolución de mis hormonas y la intensificación de mis emociones. El idealismo al que trato de hacer una realidad, es más cercano a una lista de cosas por hacer antes de morir, llena de movimiento que me llevarán a los placeres más minúsculos que significarán un cambio importante en mi persona, en mi mente, en mi alma. Me darán vida

"El hombre no sólo tiene que hacerse a sí mismo, sino que lo más importante qué tiene que hacer es determinar lo que va a ser" (Ortega y Gasset). 




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