Todo aquello que nunca dije || SNK [ Riren ]

3. Erinnerungen

"Memorias"

Mitras, interior de la muralla Sina. Año 850.

Ese día, Historia, la recién nombrada reina de las murallas, lo había golpeado en el brazo como una especie de muestra de valor. Y él se lo había permitido. Incluso le pareció graciosa la forma en que todos —a excepción de Mikasa, claramente— los integrantes de su escuadrón reaccionaron, como si les hubiesen dado sentencia de muerte.

Aquel día, se permitió sonreír libremente enfrente de aquellos mocosos que llegaron a su vida como un grupo recién egresado del escuadrón de cadetes 104, llenos de miedo y temblando peor que chihuahuas en su primera misión. Él pudo ver la evolución de cada uno de ellos de cerca, pues luego del fallecimiento de los integrantes de su antiguo equipo a manos de la titán hembra, esos críos, sin habérselo propuesto realmente, acabaron estando bajo su mando.

Se permitió decir "gracias", porque realmente estaba agradecido de tenerlos a todos en su vida. Cómo no iba a estarlo, si prácticamente todos los demás soldados de su generación ya no estaban. Si ellos no hubiesen tenido el coraje de unirse a la Legión de Reconocimiento, Levi estaría jodidamente solo.

Estaba acostumbrado a la soledad, sí. Desde niño tuvo que aprender a valerse por sí mismo luego de la muerte de su madre y, posteriormente, del abandono de Kenny. A lo largo de sus años de vida, conoció y llegó a querer a demasiadas personas; a pesar de que no supiese cómo demostrar su afecto, él sí que tenía sentimientos, valoró a muchos de sus compañeros, y los acabó perdiendo a todos.

Estaba acostumbrado a la soledad, pero eso no quería decir que le gustase estar solo. Lo jodido, es que la vida nunca le dio la oportunidad de elegir.

Ese día, mientras que los mocosos mantenían una cara de haber visto a los muertos resucitar, él se permitió clavar su mirada directamente en Eren, se tomó la libertad de analizar detalladamente cada uno de sus rasgos. Las facciones del castaño comenzaban a marcarse, dejando en evidencia que la infancia ya era una etapa pasada del muchacho, y que justo en ese instante, estaba presenciando el inicio de su adultez. Su piel morena iluminada cálidamente por los rayos de luz solar que se filtraban por los ventanales, y aquellos grandes ojos que eran como una puerta al alma de Eren, siempre tan vivaces y delatores de lo que el mocoso estaba ideando, con aquella tonalidad tan única como hermosa, un verde azulado que parecía variar dependiendo del estado de ánimo del joven, lo dejaron completamente hipnotizado.

Horas más tarde, en la soledad de su habitación, por fin después de tanto caos, se tomó el tiempo de sentarse como de costumbre en la incómoda y vieja silla acomodada en la esquina del pequeño cuarto, de recordar la imagen de Eren, tanto ese día, como de todos los que había compartido con el chico. Pensó y pensó, una y otra vez, analizando sin imponerse límites él mismo para no caer en la locura.