Rigel
Aquellos pomposos idiotas podían pensar que eran los soldados de más alto nivel de todo el reino, pero un uniforme bonito y viejos sables de acero galiano, no serían suficientes para proteger a una reina, no eran suficientes para proteger a mi sejmet. Por fortuna nadie se atrevió a apartarnos de nuestro cometido, porque seguramente intuían que tendrían serios problemas tan solo por intentarlo. ¿Enfrentarse a un rojo con un sable? Estarían muertos antes si quiera de sacarlo de su funda.
A medida que avanzábamos hacia el kupai, no solo controlaba todo a mi alrededor, sino que no podía evitar pararme en más de una ocasión en la espalda de Nydia. Aquella marca azul destacaba sobre su pálida piel, desde el nacimiento de su cabello, hacia mucho más abajo de lo que la abertura de la tela permitía ver. Me moría de ganas por averiguar hasta dónde llegaba, hasta dónde se habían atrevido a marcar a mi mujer. Aquella marca gritaba al viento que ella era la reina azul, que era la dueña y señora de todo el reino, y que de alguna manera les pertenecía. Pero esa parte no era totalmente cierta, porque tarde o temprano tendrían que asumir que tenía que compartirla; con su nuevo reino, allí donde arraigaron las raíces del Gran Kupai, y conmigo, un rey rojo que ya no podría dejarla ir.
Estaba ensimismado en mis propios pensamientos, cuando me di cuenta que algo ocurría. Aquella majestuosa espalda se había tensado, y solo necesité dar un vistazo al frente para saber por qué.
—¿Majestad? —Okrem estaba impaciente. ¿No podía entender que ella necesitaba un momento? Tragué saliva para arrastrar aquel recuerdo que había despertado un amargo sabor en mi boca. En aquel lugar casi la pierdo, en aquel lugar casi los pierdo a los dos, a mi sejmet y a mi hermano, las dos personas más importantes en mi vida, y la culpa lo tenía un verde, un maldito verde que un día encontraría y haría pagar por lo que hizo.
—La reina tiene su propio ritmo, canciller. —La voz de Silas le recordó con quién estaba hablando, y la respetuosa línea que no debería sobrepasar. Okrem bajó la cabeza mostrando arrepentimiento, aunque sus ojos decían que el amarillo no era nadie para amonestarle. Al canciller no le impresionaba que Silas fuese un consejero de la Reina Blanca. No era más que otro prepotente azul que se creía por encima del resto de las casas. Como si los azules fueran superiores al resto. Estúpido. Diferentes sí, pero eso no les hacía mejores.
Nydia inspiró profundamente, tomando la fuerza que necesitaba su espíritu para atravesar aquella puerta. A cada paso que daba, podía sentir como la determinación y fuerza crecía dentro de ella, superando el recuerdo que sabía la había detenido. Ella era fuerte, mucho más de lo que pensé al principio.
Comprobé como la Guardia Real tomaba posiciones a lo largo de la cúpula de roca que protegía al kupai. Salvo uno o dos de ellos, el resto podría controlar la posición de la reina azul en todo momento, ya que lo único que podría ocultarla de su vista era el propio árbol de luz. Con un gesto me aseguré de que nuestro equipo tomase posiciones a su alrededor, pero de forma disimulada. Con la suficiente distancia como para que todos pudieran verla, pero al mismo tiempo lo suficientemente cerca como para crear un muro protector si alguien trataba de alcanzarla.
Siguiendo una coreografiada marcha, los acólitos de las túnicas blancas se situaron a ambos lados de la reina, mientras el resto de seguidores se quedaba en una zona acotada por parte de la Guardia Real, como si mantenerlos alejados de la reina fuese su auténtica misión. Los Consejeros Reales se apartaron, posicionándose detrás de los acólitos, como si de alguna manera fueran... ¡Ahora recordaba!, según explicó Silas, de entre los de las túnicas tenía que escoger a uno para ser bendecido, y parecía, que cada consejero apadrinaría a un par de postulantes para ser el elegido. Incluso el canciller tenía sus propios candidatos.
—Majestad, debéis escoger. —La voz del canciller salió suave, quizás demasiado. No me sorprendía, se jugaba el que uno de sus candidatos fuese el elegido.
—Lo sé. —Nydia avanzó hacia el kupai, ascendiendo la pequeña pendiente sobre la que se erguía. Desde aquel pequeño montículo, todos podíamos ver lo que hacía. Pero nadie se atrevió a seguirla, porque era algo que no estaba permitido. Nadie, con ninguno de los kupai, había osado a acercarse tanto, y mucho menos se atrevería a lo que todos sabíamos que iba a hacer.
Su mano se posó suavemente sobre su tronco, mientras su cabeza se inclinaba con reverencia. A nuestro alrededor se escuchó una contenida exclamación, proveniente de todos y cada uno de los azules que estaban allí dentro. Pero ninguno se atrevió a impedírselo, a apartarla o a reprochárselo. Como bien dijo Protea, era la reina azul, nadie cuestionaba sus decisiones.
Aunque aquel gesto fuese en sí un sacrilegio, o contraviniera todas las órdenes restrictivamente protectoras con respecto a los kupais, para nosotros, aquellos que estuvimos en el asalto al Gran Kupai, no era un hecho insólito. Si alguien, de todos los seres de la galaxia, tenía derecho a hacer eso, era precisamente ella. Ella había protegido con ese gesto al Gran Kupai de la contaminación, ella lo había mantenido a salvo de convertirse en otro árbol negro. Todos lo sabíamos.
Pero lo que nos mantenía a la expectativa era lo que iba a ocurrir en ese momento. ¿Cambiaría el color del kupai? ¿Se volvería blanco? ¿Quizás cambiase el color de la piedra de Nydia? Eran demasiadas incógnitas.
Mis ojos, y supongo que los de todos los allí presentes, no podían apartarse de ella, de su pequeña figura. Y entonces, algo que ninguno imaginó que fuese posible sucedió.
—¡Por la gran madre!, ¿qué...? —La voz de Kabel fue la única que se atrevió a salir de su boca.
Ante nuestros atónitos ojos, aquella delgada línea azul tatuada sobre su blanca piel, comenzó a ramificarse. Docenas de líneas brotaron de ella, extendiéndose sobre su piel como las raíces crecen entre la tierra. No estaba muy cerca, pero desde mi posición, pude apreciar como esas raíces espinosas, tan similares a aquellas que apareccen en la piel de un rojo cuando entra en batalla, cubrían su delicado cuello con aquel intenso azul. Pero si eso no era sorprendente por sí solo, esas raíces empezaron a brillar.
Y eso no fue todo. Cuando Nydia se giró hacia nosotros, sus ojos brillaban de aquel mismo azul intensamente brillante, y aún escondida bajo sus ropas, se podía apreciar el brillo azulado de su gema. El árbol de luz la había cambiado.
Escuché murmullos extasiados a mi espalda, lo que me hizo girarme, para encontrarme con casi todos los allí presentes arrodillados, con los rostros alzados hacia su nueva reina, como si hubiesen presenciado la llegada de un ser divino. Creo que yo, y todos los que habían viajado con ella todo este tiempo, estuvimos de acuerdo. Ella no era como los demás, ella era un ser superior, ella era... Un ser poderoso e inalcanzable.
Me sentí ridículamente pequeño, mucho más que aquella vez en el santuario del Gran Kupai. Ella ya demostró que era un ser extraordinario, capaz de proezas inimaginables para cualquier mortal, bendecido o no. Ella estaba demostrando que todo lo que se pudiese esperar de la nueva reina blanca, eran nimiedades ante lo que realmente era capaz de hacer.
Rápidamente mi atención giró hacia Kalos, donde sus alas doradas se habían desplegado. ¿Ocurría algo? ¿Había percibido algún peligro que se me había pasado por alto? Instintivamente mi mano voló hacia la daga Solari para sacarla de su funda. No se permitían armas de luz en la cámara del kupai, pero nadie dijo que no fuésemos preparados para la batalla.
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Santuario - Estrella Errante 2
RomanceEl destino de un pueblo depende de que la postulante a reina sea bendecida con una semilla, pero después de casi perder la vida en el kupai del árbol azul, la única oportunidad está en una loca teoría que nunca antes ha sido probada; entrar en el Gr...